martes, 3 de septiembre de 2013

La Cuestión Criminal (20/57)

20. Los verdaderos padres fundadores
Esta prehistoria de la sociología moderna muestra cómo ésta y la criminología nacieron del entrevero entre el poder y la cuestión criminal, pero en tanto que la criminología quedó atada a Spencer, la sociología posterior a Comte se desprendió del contenido reaccionario de sus ideas y adquirió vuelo propio en Europa continental hasta la primera guerra mundial o Gran Guerra (1914-1918).


En rigor, la criminología y la sociología habían nacido mellizas, sólo que la criminología permaneció presa del racismo y reduccionismo biologista del spencerianismo, desintegrándose paulatinamente a partir de la crisis de esas lamentables bases ideológicas, en tanto que en la sociología, las ideas de Comte, quizá por reaccionarias e insólitas, abrieron un amplio espacio de discusión y análisis. Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX aparecieron los sociólogos que dejaron de lado las lucubraciones de sobremesa y comenzaron a pensar más en serio, poniendo una cuota de orden y cordura. Estos sociólogos más analíticos pueden considerarse en realidad los verdaderos padres fundadores de la sociología.

Mucho se ha escrito sobre estos primeros autores y, si bien su pensamiento es un tema propio de la sociología, es necesario señalar al menos por qué caminos marcharon, porque de lo contrario parecerá que de alguna galera de mago salió una criminología diferente, cuando en realidad venía preparándose desde la sociología, aunque sin que los criminólogos del rincón de la facultad de derecho le prestasen mucha atención. Estos padres fundadores fueron los principales sociólogos franceses como Emile Durkheim y Gabriel Tarde y alemanes como Max Weber y Georg Simmel. Su importancia no se debe tanto a lo que sostuvieron sino a cómo se proyectaron hacia el futuro de esta ciencia, pues Durkheim y Max Weber fueron los pioneros de lo que luego se desarrollará como sociología funcionalista y sistémica, en tanto que Tarde y Simmel abrieron el camino de lo que habría de ser el interaccionismo. Traducido a lenguaje comprensible, esto significa simplemente que la sociología europea anterior a 1914 tendía a atender a dos diferentes aspectos de lo social: uno privilegiaba la búsqueda de un sistema dentro del que todo cumpliría alguna función, y otro no pensaba tan en grande y se detenía en las relaciones más micro, tratando de establecer sus reglas. Desde lo macro Durkheim pensaba que el delito cumplía la función social positiva de provocar un rechazo y con eso reforzar la cohesión de la sociedad. Entendámonos: para Durkheim no era positivo que alguien descuartizase a laabuela, sino la reacción  social de cohesión que ese crimen provocaba. De esta forma despatologizaba al delito, lo consideraba normal en la sociedad. Max Weber en Alemania también pensaba en lo macro y acentuaba la importancia de las ideas para avanzar a través de los sistemas de autoridad, que pasaban del ancestral al carismático y de éste al legal-racional, que sería el de las grandes burocracias que regían en los países centrales y que se extenderían a todo el mundo. En tal sentido sostenía que el protestantismo había facilitado el desarrollo del capitalismo. En tanto, Gabriel Tarde se fijaba más específicamente en la imitación como clave de las conductas, impresionado por el poder que adquiría la prensa,  specialmente con el escándalo del caso Dreyfus, que provocó un brote antisemita reaccionario y monárquico que dividió a Francia quizás hasta al propio gobierno de Vichy en la segunda guerra. Se daba cuenta –a diferencia de Durkheim– de que había una enorme cantidad de delitos impunes, con lo que adelantaba la cuestión de la selectividad.

Simmel, por su parte, puso el acento en la observación de que la esencia de lo social es la interacción de las personas y en que cada día tenían menos valor las capacidades individuales en la sociedad industrial, lo que también parecía contradecir algunas ideas de Durkheim. Es evidente que en Alemania no podía obviarse a Karl Marx, pese a que no fue sociólogo, pero las ideas de Weber responden a un debate con Marx (algunos historiadores afirman que toda la sociología alemana de la época lo fue).

Cabe aclarar que Marx se refirió a temas penales y criminológicos sólo muy tangencialmente. Hay un artículo publicado en la Gaceta Renana en 1842 en que critica la penalización del hurto de leña y un párrafo en la Teoría de la plusvalía en que ironiza acerca de la necesidad de los delincuentes. En este último parece un funcionalista, pero plantea algo real: si los delincuentes no existiesen habría que inventarlos. En efecto: aunque Marx no lo dice, si dejamos volar la imaginación y pensamos en una fantasmagórica huelga general de delincuentes, veremos que se derrumbaría todo el sistema: se volverían inútiles los seguros, los bancos, las policías, las aduanas, las oficinas de impuestos, etc. Sin duda que sería una verdadera catástrofe. En el pensamiento de Marx y de Engels llama la atención el total desprecio por el subproletariado (Lumpenproletariat), que es el nombre marxista de la mala vida positivista. Lo consideraban una clase peligrosa, inútil, incapaz de cualquier potencial dinamizante y siempre dispuesta a aliarse con la burguesía. Estas afirmaciones pesaron más tarde en el marxismo institucionalizado, dando lugar a los conceptos de parásito social y análogos y permitiendo legitimar la represión peligrosista de la delincuencia en esos sistemas. En realidad, la criminología marxista no se apoya en las escasísimas referencias de Marx al tema, sino en la aplicación que de las categorías de análisis de éste hicieron los criminólogos marxistas, como lo veremos más adelante.

Pero todo este riquísimo debate sociológico de las últimas décadas del siglo XIX se agotó en Europa con los padres fundadores que –por coincidencia– murieron cerca del final de la primera guerra; hacia 1920 la sociología europea se opacó.

Esto se explica porque la Gran Guerra arrasó Europa.  En 1914 las potencias europeas habían creído que ésta sería una guerra de ejércitos –como la franco-prusiana de 1870– y que duraría algunos meses. Pero fue la primera guerra total; se jugó el potencial económico de los beligerantes durante cuatro sangrientos años, en que los jóvenes morían despanzurrados a bayonetazos, de tétanos en el barro o envenenados o enceguecidos por gases tóxicos. Se consideró enemiga a la población civil y los centros industriales y económicos fueron objetivos bélicos. Al final de la guerra estaban todos los contendientes agotados y sus economías destruidas. La intervención de los Estados Unidos inclinó la balanza, pero los imperios centrales cayeron cuando los otros no estaban ara nada bien parados. Europa se suicidó con esa guerra que, por cierto, está bastante olvidada por los historiadores. Para colmo, inmediatamente después de la guerra sobrevino una terrible epidemia de gripe que mató a unos cuantos millones.


Por, E. Zaffaroni

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