jueves, 11 de abril de 2013

Dignidad, Pena y Cárcel.

por, Mariano N. Castex
 
 
La dignidad es un valor que califica a todo ser. La frase adquiere renovado valor y significado si, inspirados en el criminólogo noruego Niels Christie, y reforzados por el cúmulo de documentos internacionales que bullen en nuestra Carta Magna, se recuerda que todo criminal por aborrecible que pudiera ser su crimen, es persona humana y por ende posee esa dignidad, valor del que no se le puede despojar, por dura que sea la cuota de dolor que la sociedad quiera imponerle por el ilícito que eventualmente cometiera. En otras palabras, la imposición de una cuota de dolor debe estar acotada y limitada sí o sí, por la dignidad inherente a cada ser humano. De no estarlo, la imposición de pena (cuota de dolor) sería absolutamente ilegítima y gravemente inmoral, si bien la ley positiva podría sostener su validez mediante el recurso a sofismas y alambicadas declaraciones, en las que desgraciadamente –en tiempos actuales- suele ser maestra. Pensar que tenemos a “presidentes eternos” o “fantasmas” aut similia y las sociedades se arroban y retuercen en orgasmos de ciega pasión ante tales dislates. Trágicos sainetes que indefectiblemente concluyen cual burbuja estallada, un día para otro, pero no sin dejar hitos lacerantes. Una y otra vez se decapitan reyes para coronar emperadores La postura en defensa de lo inajenable de la dignidad como nota constitutiva esencial del ser humano, es la que me guiara cuando al referirme por ejemplo, a la “capacidad para estar en juicio” sostuve que la coerción legítima penal se tornaba en coerción ilegítima, cuando se persistía en mantener en juicio a costa del daño grave a la salud –derecho protegido por nuestra Carta Magna- a enfermos o deteriorados graves. Al acaecer esto último, la Justicia queda mancillada y las Erinnis pasan a sustituir a Temis. Ello ocurre a diario en nombre de un Derecho Penal esquizofrenizado por completo, en cuyos estratos algunos pocos pensadores, tenidos como locos por sus colegas más maduros –al menos así se creen-, claman por la recivilización de aquél. Forzoso es admitir que la civilización de los dos últimos siglos ha logrado recubrir con pátina de “civilización” al Poder Penal y sus disciplinas afines erigiéndose esencialmente desde su pertinente tablado de emisión como voz tranquilizadora dirigida al reclamo societario inquieto ante el supuesto o real incremento de la inseguridad. Imposible mayor hipocresía. Así ha logrado configurarse en un tótum revolútum en donde los proclamantes y sus estratos afines de Poder, aislados de las crudas realidades que evidencia una sociedad victimizada desde los más diversos ángulos. En este magma bullente pululan y conviven marginales, estigmatizados y carenciados, enriquecido a la vez --cada día en mayor proporción- por aluviones de pauperizados de las clases medias y profesionales, esclavizados y esquilmados por los poderes económicos de turno y de cualquier signo, quienes vehiculizan en sus discursos una estéril indignación. Estéril digo porque poco le interesa a la Violencia del Poder propugnar otra cosa que no sea su continuo auge y expansión y esto lo hace, como señalaba un prestigioso pensador italiano, a través del estímulo de la tríada conformada por Poder Penal y sus hermanas: el Poder de Retribución y el Poder acondicionador. El segundo ejemplificado en la expansión de la corrupción y el tercero reducido a lo que puede llamarse la progresiva brutificación de los estratos del no-poder (explotación y victimización desde la violencia de los Poderes Económicos, y/o manipulación, deseducación y explotación por engaño y prebenda permanente desde la violencia de los Poderes demagógicos). No hay duda alguna que el Poder Penal es a la vez y paradojalmente títere de la violencia del poder que la manipula y explota y a la vez es forzosamente victimizadora societaria de los estratos del no poder en su lucha por la supervivencia. No en vano suelo denunciar con angustia en mis clases la locura del derecho penal encerrada en sí misma en un círculo de fuego áulico, impermeable en gran parte a los avances de las inter ciencias - sean éstas biológicas o sociales- y cuyos logros por lo general rechazan desde parapetos y esquemas tan arcaicos que se asemejan al Quijote embistiendo los gigantes en vez de libar –como lo harían los dioses- de la ambrosía que brinda el avance del conocimiento, para re encausarse sobre los cimientos del pasado, en la dura realidad del hoy, proyectándose hacia un futuro societario mejor (lo que incluye al hombre como persona, en sociedad y en su medio ecológico). Docente en materia forense penal, una vez más parafraseando al criminólogo noruego supra citado, creo que es hora de recivilizar al derecho penal haciéndolo renacer, fuertemente imbuido de una dimensión social realística y no fantasiosa, opio para inquietudes humanas, como no pocas religiones predicadoras de amor pero paradojalmente sembradoras de odios. La responsabilidad de la sociedad en la creación de causales de la mayoría de los delitos es innegable ya que tolera y hasta se despreocupa de la realidad socioeconómica de sus iguales menos favorecidos. Le incumbe por lo tanto participar activa y responsablemente cuando de la aplicación de la cuota de dolor por parte de la Justicia se trata. La imposición de una pena debe esencialmente contener no solamente el respeto a la dignidad del condenado si no tambien el de su núcleo familiar cuyos integrantes son absolutamente inocentes con respecto a la condena. Así, el condenado además del derecho a un trato digno, alojamiento decente y trabajo debidamente retribuido, junto con el esfuerzo por reparar el pasivo educativo de los que la mayoría de los internos privados de libertad carecen, tiene derecho a saber que su esposa e hijos gozan de techo, salud, educación y trabajo. El Estado debe de una buena vez saber que el precio del uso de una cosa de riesgo como es la privación de libertad, es algo complejo y de obligatoria aplicación en función de disposiciones constitucionales. Los mismos criterios deben regir con respecto a las morigeraciones como la prisión domiciliaria, en donde deberían brindarse facilidades ocupacionales y educativas. En este sentido, no puede negarse que en los últimos tres lustros mucho ha hecho el modelo K por mejorar la situación. Lástima que en los estrados tribunalicios en donde abundan mentalidades troglodíticas con respecto a las probations se siga chantajeando a no pocos jóvenes adultos a aceptar delitos no cometidos aceptando una falsa culpabilidad para salir del paso y a la vez evitar el Tribunal investigar a fondo casos en donde no pocas veces el “victimario” resulta ser auténtica víctima y la “víctima” un victimario protegido por estratos inferiores de Poder (comisarías, letrados con influencia, trenzas barriales, etc…y hasta la prensa mediática). Hasta ahora la civilización no ofrece más que enunciados bonitos que se dan por cumplidos al solo emitirlos, pero sabiendo –ya que ello es inocultable- que nada es verdad y todo es mentira como canta el tango. Por ello los esfuerzos garantistas y morigeradores de pena no deberían ser considerados utópicos y hacia ellos deberían tender los esfuerzos ciudadanos, pero procurando a la vez educar al soberano sacándolo del estrato romano de vulgus, para introducirlo en el de cives. Cuando no exista más una Justicia al servicio de la estigmatización en los márgenes societarios y no tan marginales, cuando el Poder procure motivar, capacitar técnicamente y brindar los satisfactorios básicos a toda la población, con inclusión y sin exclusión alguna, lo que supone techo, salud, sólida educación y trabajo digno –y esto vale para los autores de los crímenes más aberrantes- y a la vez con erradicación realística de los flagelos como la corrupción y el mundo narco, se esfuerze por brindar un ejemplo de civilidad, es indudable que habrá cambios en la sociedad y la aplicación social de cuotas de dolor disminuirá. Se dirá que todo ello es mero deseo y estéril fantasía. Sin duda alguna puede serlo si desde arriba se insiste en la desculturalización y con el empecinamiento en brindar en forma creciente un deplorable ejemplo. Hace décadas que en América Latina sobre todo, la expresión sosteniendo que la violencia de arriba atizaba la violencia de abajo se consideraba expresión diabólica y hasta podía perderse la vida. La dignidad del sistema carcelario es una gran mentira universal y se impone exponerla pues afectada la dignidad de un solo ser humano, afectamos la dignidad de la sociedad entera.

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