lunes, 15 de julio de 2013

La Cuestión Criminal (13/57)

13. Comienza el “apartheid criminológico”
En realidad los positivistas llamaron “criminalidad” al conjunto de presos, que era a lo único a que tenían acceso, porque los muchos más que cometían delitos y quedaban impunes les eran desconocidos, o sea, que su “laboratorio” –por así llamarlo– se limitaba al estudio de quienes se encontraban enjaulados. Como se sabe, en todos los tiempos, se enjaula a los más torpes y con menos poder. Para vincular “la criminalidad” (los presos) con los “salvajes colonizados” elaboraron un discurso en cuyo análisis entramos, advirtiendo que estamos abriendo las puertas de una historia macabra, que terminó muy mal en todos los sentidos. Si bien los disparates que se han dicho en su curso causan gracia, no la producen para nada sus funestas y letales consecuencias. Esta historia se suaviza en la manualística criminológica relatándola como un simple momento del pasado “teórico”, centrado en un médico de Torino –Cesare Lombroso–, al que se describe como un “exagerado” y nada más. Si todo fuera eso, no pasaría de ser casi una anécdota curiosa. A decir verdad, el pobre Lombroso era un investigador serio que, en definitiva, tuvo muy poco que ver con el origen y las consecuencias de este capítulo trágico. De familia judía e hijo de un rabino, Lombroso no imaginó nunca las consecuencias de la corriente en que se movía, pero en realidad no inventó el reduccionismo biologista y se limitó a encuadrar sus observaciones en el marco spenceriano, o sea, en el paradigma de su tiempo. El llamado “positivismo criminológico” (que como hemos dicho no es más que el resultado de la alianza del discurso biologista médico con el poder policial urbano europeo) se fue armando en todo el hemisferio norte y se extendió al sur del planeta, como parte de una ideología racista generalizada en la segunda mitad del siglo XIX y que concluyó catastróficamente en la Segunda Guerra Mundial. No tiene un autor: tiene muchos y de todas las nacionalidades y, por cierto, los criminólogos positivistas no fueron más que una de las múltiples manifestaciones de todos los pensamientos encuadrados en ese paradigma. Dicho más descarnadamente y en máxima síntesis, podemos afirmar que empezó décadas antes de Lombroso, con los médicos que lanzaron las primeras teorías que pretendían exponer una etiología orgánica del delito –y al mismo tiempo la inferioridad de los colonizados– y terminó en los campos de exterminio nazistas. Bénedict Augustin Morel expuso en 1857 su “teoría de la degeneración”, según la cual, en razón de que la mezcla de razas humanas combinaba filos genéticos muy lejanos, daba por resultado seres inteligentes pero moralmente degenerados, desequilibrados, molestos. Algo de razón tenía Hegel, pues estos “degenerados” eran nuestros gauchos, mestizos y mulatos. Sin ellos no hubiese habido ejércitos libertadores en nuestra América, los colonizadores podían haber aniquilado a todos nuestros pueblos originarios y América hubiese podido ser totalmente repoblada por la “raza superior” colonizadora. Quizás este genocidio completo haya sido el sueño irrealizado de muchos racistas de la época (y de algunos actuales que no se animan a decirlo). Los mestizos siempre fueron más molestos para el poder que los indios o africanos puros, pues eran mucho más difíciles de domesticar. La “degeneración” de Morel fue un mito que siguió vigente incluso en la escuela psiquiátrica francesa de Argelia hasta la guerra de liberación. Antes de Morel, el inglés James Pritchard había expuesto su teoría de la “locura moral” en la línea que señalaba la inferioridad de los criminales y de los colonizados,  afirmando que Adán había sido negro y luego sus descendientes se habían ido blanqueando. Suponemos que el pecado original debería imputarse a una raza inferior. Contemporáneo de Hegel había sido el alemán Franz Joseph Gall, que consideraba que su cráneo era el “normal” y todos los otros, anormales. Por ende, creía diagnosticar la criminalidad y la genialidad palpando la cabeza, con su famosa “frenología”. Lo persiguieron por “impío”, pese a que sólo palpaba la cabeza de las personas.


Otros contemporáneos de Lombroso rechazaron sus teorías, pero sin dejar de sostener despropósitos, como el francés Feré, que en 1888 afirmaba que la sociedad era biológicamente justa, pues provocaba una “sedimentación social de los degenerados”, que caían “naturalmente” hasta las clases más subalternas, y que la falta de protección a los no degenerados representaba una omisión de defensa social, es decir, que la defensa social debía ser contra los pobres. El mayor crítico de la teoría lombrosiana en los congresos de antropología criminal de su tiempo fue el francés Alexandre Lacassagne, que atribuía el delito a modificaciones cerebrales del occipital, del parietal  del frontal: las del occipital eran las responsables  de los crímenes primitivos de las clases bajas, las del parietal de los ocasionales e impulsivos de las clases medias y las del frontal de los delincuentes alienados de las clases altas. Parece que los pobres solían caer de espaldas y golpearse la parte trasera de la cabeza. Como puede verse, la llamada “escuela francesa” tampoco se ahorraba disparates. A éstos les agregaba el trabajo de un médico colonialista –el Dr. Corre–, que ejemplificaba las consecuencias de independizar a los “salvajes” con el caso de Haití. Como el racismo era un paradigma, poco importaba la ideología política de los protagonistas, porque todos se movían dentro de ese marco. José Ingenieros –que era socialista y es considerado el fundador de la criminología argentina– no compartía la teoría lombrosiana, pero profesaba una cerrada convicción racista, que puso de manifiesto en un horripilante artículo publicado en 1906 con el título “Las razas inferiores”, donde habla de “harapos de carne humana”, justifica la esclavitud, etc. Realmente, parece escrito en pleno brote psicótico de racismo agudo. Raimundo Nina Rodrigues, fundador de la criminología brasileña, era tributario de la escuela francesa y, en la línea de Morel, combatía el mestizaje (“a misigenaçao”) en base a la tesis de la degeneración, consideraba a los mulatos semiimputables y dedicaba su libro al mencionado Dr. Corre y a Lacassagne. Nina Rodrigues fue caricaturizado por Jorge Amado –con la licencia literaria que lo hace vivir algunas décadas más–, en el personaje de Nilo Argolo de Araújo de su famosa novela Tenda dos milagres, también llevada al cine.

Lombroso sólo se limitó a formular observaciones más meticulosas y a articularlas en el marco del mismo paradigma dominante. Si bien la síntesis que formuló provocó su celebridad mundial, dándole mayor difusión y éxito académico (con las consiguientes envidias), lo cierto es que su teoría del “criminal nato” no inventó ni agotó el reduccionismo ni el positivismo racista. Incluso la misma expresión “criminal nato” le fue sugerida por su seguidor Enrico Ferri, quien la plagió de Cubí y Soler, que había sido un discípulo español de Gall, obviamente sin citarlo.


 
Por, E. Zaffaroni

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