lunes, 5 de agosto de 2013

La Cuestión Criminal (18/57)

18. La agonía de la criminología del rincón
Esta criminología del rincón entró en crisis después de la guerra. El primer Congreso Mundial de Criminología en la posguerra se celebró en París en 1950 y fue presidido por Donnedieu de Vabres, juez francés en Nürenberg. En ese congreso, por arte de magia, desapareció el racismo, porque salvo algún despistado –que nunca falta– nadie quería cargar con sus letales consecuencias después de la guerra.


Aunque desde mucho antes nadie sostenía la tesis lombrosiana del criminal nato, hasta el final de la guerra la criminología del rincón conservaba un  objeto señalado por la biología, sea por sus debilidades, por sus taras, por su conformación, etcétera. ero desde la posguerra, al rechazar el racismo y el  reduccionismo biologista, si bien la criminología seguía siendo etiológica, el delincuente dejaba de ser una variable del ser humano y, por ende, la criminología perdía su objeto diferenciado y natural, su bicho diferente. Esta criminología etiológica del rincón se fue destiñendo y terminó por derretirse en las contradicciones de su plurifactorialidad. Su objeto se desdibujaba progresivamente, anunciando su ocaso, irremisible porque se hacía evidente que sus cultores carecían de los elementos para el análisis del ejercicio del poder punitivo y del dato obvio de la selectividad. Pero no es justo considerar a todos ellos como racistas o biologistas furiosos y, menos aún, compartiendo todos los disparates a que hicimos referencia. Así como en referencia a la Inquisición advertimos que en el siglo XVI no todos estaban tan locos, aquí cabe más o menos decir lo mismo. En todos los tiempos hubo algunas personas bastante lúcidas, cuyo discurso no fue hegemónico, ni mucho menos en su momento y, además, les resultaba muy difícil escapar al paradigma dominante, aunque algunos afrontaron la marginación académica.

Desde fines del siglo XIX se escucharon algunas voces prudentes, como la de la criminóloga española y feminista Concepción Arenal. Contemporáneos de Lombroso fueron autores como Turatti y Vaccaro, que rechazaban el biologismo. Alfredo Niceforo, no obstante ser un etiologista, se dio cuenta perfectamente de que los pretendidos signos biológicos eran los de la miseria. El holandés Willen Bonger escribió el primer ensayo de criminología marxista a principios del siglo XX y siguió en esta línea hasta que se suicidó el día que los nazis ocuparon Holanda. Si bien nuestra tradición criminológica latinoamericana fue tributaria de esta criminología del rincón, entre nuestros criminólogos de posguerra hubo personas que nada tuvieron que ver con las ideas racistas, y algunos incluso fueron seguidores lejanos de Bonger. Era obvio que al prescindir del análisis del poder punitivo y de las características del sistema penal, manteniéndose en el marco de una etiología criminal que alimentaban en la plurifactorialidad, nuestros criminólogos de mediados del siglo pasado caían en contradicciones en el marco de una disciplina que se iba derritiendo, pero esas limitaciones no pueden confundirse con el abierto racismo de la preguerra europea.

Por eso, desde lo político es menester distinguir cuidadosamente entre los cultores de una criminología de posguerra que agonizaba y los reduccionistas biológicos que los precedieron, y no meter a todos en la misma bolsa. El colombiano Luis Carlos Pérez dedicó todo un capítulo de su obra general de criminología de los años ’50 del siglo pasado a una fuerte crítica del racismo. El brasileño Roberto Lyra Filho fue uno de los criminólogos más avanzados en la línea de Bonger. El mexicano Alfonso Quiroz Cuarón fue un patriarca de la criminología regional que intervino en cuestiones tan sonadas como el estudio del asesino de Trotsky y de los restos del emperador Cuauhtémoc; sus artículos periodísticos eran marcadamente críticos del sistema penal de su país. En la Argentina, Oscar Blarduni (abogado y médico) fue el artífice del Instituto de Investigación y Docencia Criminológica de La Plata, y un crítico del reduccionismo biologista. Todos estos autores nuestros de la posguerra cultivaban una criminología que se hallaba en un corredor sin salida y tampoco tenían el entrenamiento sociológico previo para vislumbrar metodológicamente otros horizontes; pero desde su impronta política no pueden ser considerados al mismo nivel que los reduccionistas a los que me he referido antes. A ellos –como a todos– les tocó vivir una época con sus condicionamientos limitadores de nuestra visión científica, y sin duda que entre sus actitudes políticas y el agonizante marco etiológico se producían contradicciones irreductibles. Pero sin esas contradicciones hubiese sido imposible pasar a otra etapa superadora, como siempre sucede. Supongo que hoy también incurrimos en contradicciones. La agonía de la criminología del rincón de la Facultad de Derecho estaba señalando que la hegemonía del discurso criminológico pronto dejaría de estar en manos de médicos y de abogados formados por éstos, para pasar a otra corporación de especialistas que, en otras latitudes, desde mucho antes venía trabajando la cuestión criminal. Empezaba la era de los sociólogos, que en los Estados Unidos y desde unas décadas antes habían comenzado a discutir e investigar las cosas desde una perspectiva diferente. Ellos anunciaron la recta que habría de conducir a los planteos actuales.


 
Por, E. Zaffaroni

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