jueves, 1 de agosto de 2013

La Cuestión Criminal (17/57)

17. La criminología del rincón de la facultad de derecho
En Europa, los penalistas comenzaron a ponerse nerviosos. Eso de que al estilo inquisitorial la criminología les dijese cómo debían decidir les gustaba cada vez menos, y decidieron recuperar su territorio por razones puramente académicas, sin que eso implicara necesariamente consecuencias políticas. No se quejaban del potencial genocida del positivismo biologista sino que no soportaban estar subordinados a los médicos. Por consiguiente fueron arrinconando a los criminólogos. Decidieron que lo que era delito lo definían los penalistas y los criminólogos debían limitarse a explicarles las causas de las conductas que previamente los penalistas identificaban como delitos. Es decir, que no los echaron de las facultades de Derecho sino que los dejaron con sus cráneos y frascos de restos en formol, pero en un rincón. No viene al caso explicar qué argumentos usaron, aunque del más elaborado ya hicimos alguna referencia: era el neokantismo que distinguía entre ciencias naturales y culturales. Como el derecho era una ciencia cultural, no podía contaminarse con otra natural. Había algunas dificultades, como que la criminalización –que era una decisión política– fijaba los límites de una ciencia natural, pero los penalistas lo resolvieron rápidamente, afirmando que no existía ninguna ciencia natural llamada criminología sino un conjunto de conocimientos auxiliares del derecho  penal que eran convocados cuando éste lo consideraba conveniente y nada más. La criminología positivista biologista pasaba a ser un orden de conocimientos serviles al derecho penal. Con la Inquisición y el positivismo, la criminología mandaba sobre el derecho penal; con el neokantismo, el derecho penal subordinaba a la criminología.

Pero la criminología que quedaba en el rincón seguía siendo exactamente la misma del reduccionismo biologista y tan racista como antes. Se trataba de una cuestión de prioridad académica, en la que todo quedaba igual en cuanto al contenido. Prueba de eso es que se registró un vergonzoso debate en 1941 –en plena guerra mundial– entre los profesores de Munich y de Milán, disputando quién tenía el mejor discurso para legitimar las leyes penales del nazismo. El de Milán defendía la prioridad del discurso al estilo del viejo Ferri (que había muerto unos años antes) y por cierto que le ganó al de Munich, que de pronto tartamudeaba algunas cosas incomprensibles. Por supuesto que ninguno de ambos volvió al tema después de la guerra y siguieron escribiendo y publicando –y siendo citados entre nosotros– con la mayor naturalidad, pero eso es otro tema. Los criminólogos del rincón continuaron postulando la esterilización, investigando a los mellizos univitelinos y proponiendo medidas de segregación radicales, como Franz Exner, quien junto con el penalista más citado entre nosotros del neokantismo (Edmund Mezger) hizo un proyecto para mandar a toda la mala vida (extraños a la comunidad los llamaba) a los campos de concentración en 1944. Exner había estado en los Estados Unidos en la década anterior y volvió a Alemania muy contento con sus colegas racistas norteamericanos. En su libro –que fue lectura recomendada en nuestras cátedras durante años– decía que la abundancia de afroamericanos en las prisiones era resultado de que la sociedad norteamericana les exigía un esfuerzo que no estaban en condiciones biológicas de afrontar. Esa criminología del rincón de la Facultad de Derecho enriqueció su biologismo con las novedades médicas, fundamentalmente con el descubrimiento de las glándulas de secreción interna, o sea, con la endocrinología, lo que motivó nuevos entretenimientos, en particular en el área de la conducta sexual, donde quisieron curar todas las desviaciones con inyecciones, al tiempo que explicaban el avance de la civilización por una supuesta contención de la hiperfunción de la hipófisis.

Lo que más impactó a la criminología del rincón fueron las clasificaciones según los biotipos, o sea que volvieron a correlacionarse caracteres físicos y psicológicos, al estilo de los fisiognomistas. Algún autor más moderno dice que era una nueva frenología, sólo que Gall deducía los caracteres psicológicos de los bultos en el cráneo y éstos pretendieron hacerlo de los glúteos, aunque no necesitaban recurrir a la palpación.

Hubo varias clasificaciones biotipológicas, pero la más difundida fue la alemana de Ernst Kretschmer, que en su libro (bajo el impresionante título de Körperbau und Charakter) establecía cinco biotipos: leptosomático, atlético, pícnico, displásico y mixto. En cualquier esquina de Buenos Aires se conocen con otro nombre: flaco, marcado, gordo, urso y yeti. Las profundas consecuencias criminológicas indican que los flacos suelen ser ladrones; los atléticos, homicidas; y los gordos, estafadores; los otros dos no se sabe bien. Creo que nadie imagina a un obeso arrebatador ni escurriéndose por una estrecha ventana.

La endocrinología, además, daba nueva base al propio racismo, verificando que los nórdicos son flacos y por tanto pensadores, en tanto que los alpinos son gorditos ciclotímicos y por tanto artistas. En este período de preguerra hubo una variante dentro de la tesis biologista que es necesario destacar por sus diferentes consecuencias. Por un lado se hallaba la posición genética, asumida por el nazismo, que como no daba otra solución que impedir la reproducción deducía la necesidad de matar a todos los inferiores, incluyendo a los niños. Por otro lado estaba la tesis de la transmisión de los caracteres adquiridos del viejo Lamarck, cuya consecuencia era que los niños debían ponerse al cuidado de las familias sanas. Esta última fue la que predominó en la dictadura franquista, comandada por Antonio Vallejo Nágera, dueño de la psiquiatría oficial española y jefe de los campos de concentración nacionales. Esta última variable fue la que se aplicó a los niños de las presas republicanas e inspiró a los criminales contra la humanidad en nuestro país. No deja de ser curioso que el lamarckismo haya sido la ideología oficial de la biología stalinista con la escuela de Lyssenko. A su amparo, Franco quiso crear soldados de Cristo y Stalin, al nuevo hombre soviético. La escasa maleabilidad del material hizo que muchas fosas se rellenasen con cadáveres.


 
Por, E. Zaffaroni

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