jueves, 13 de junio de 2013

Psicología del Testimonio. Aspectos básicos de la Memoria (Segunda Parte)

Tipo de información
El tipo de información objeto de la recuperación controlada tiene unas características muy diferentes a la de la información recuperada mediante el procesamiento automático. La característica principal de la información recuperada de forma controlada es su carácter episódico. Esta información episódica tiene dos componentes característicos (Tulving, 1972): un componente perceptivo que resulta ser la información central o los estímulos originales, y un componente conceptual que se define mediante las características semánticas de la información anterior que se encuentran determinadas por el contexto. El contexto que está asociado a (Anderson y Bower, 1972) o integrado con (Tulving, 1983) la información perceptiva le da el significado concreto, haciendo de cada presentación una representación única. Según Tulving (1983) pueden distinguirse dos ejes contextuales: el eje espacio-tiempo y el eje autobiográfico. El primero localiza la información en un espacio y tiempo determinado y el segundo la enmarca en la historia vital del sujeto impregnándola de un aroma emocional (Craik, 1989).

 
Por el contrario, la información objeto de recuperación automática carece de contexto. Se trata de una información puramente sensorial y presemántica (Schacter, 1989). La carencia de contexto da a la información el carácter presemántico, ya que es el contexto el que define el significado o el sentido de la información sensorial. No se trata de información episódica, sino más bien se produce una recuperación de rasgos sensoriales, es una recuperación sin huella de memoria, sin contexto (Hayman y Tulving, 1989).

Ademas, podemos afirmar que las huellas de memoria están compuestas por diferentes atributos (Baddeley, 1982), rasgos (Johnson, 1983, 1992; Johnson y Raye, 1981; Johnson, Hashtroudi y Lindsay, 1993), o componentes (Hintzman, 1976; Hasher y Zacks, 1979, 1984) con distintos grados de automaticidad de procesamiento (desde los más automáticos hasta los que requieren de un gran gasto de recursos para ser procesados). Esto elementos definen el tipo de huella que es objeto de los procesos de recuerdo (procedimental, semántica y episódica), en función del resto de los factores, siendo una la información pero que puede ser recuperada con diferentes “adornos” que la confieren el carácter específico de cada tipo de recuperación.

Objetivo
También el objetivo de la recuperación es diferente en cada caso (Jacoby et al., 1989). La recuperación controlada tiene como objetivo recuperar información episódica, esto es, recuperar la información y su contexto. El objetivo es la recuperación en sí, como fin.

En la recuperación automática el fin último no es recuperar la información, sino realizar una tarea en la que el sistema precisa manejar una información determinada. En este caso la recuperación es el medio que permite la consecución de un objetivo distinto, que puede ser realizar una tarea de lenguaje, perceptiva, conductual, etc.
 
Tareas
Para resolver una tarea explícita, en la que los sujetos deben recuperar intencionalmente una huella de memoria, es necesaria una recuperación controlada (Jacoby, 1991). Para que el sujeto sea consciente de que debe recuperar una huella de memoria, y por tanto una información que ya se le presentó antes, se le proporcionan instrucciones que incluyen de alguna forma el contexto de la información. Tres son las tareas de este tipo: recuerdo libre, recuerdo con indicios y reconocimiento. En las tareas de recuerdo al sujeto se le proporciona el contexto y debe recuperar la información, con ayuda de indicios específicos o de forma libre, y en las de reconocimiento se le proporciona la información y debe recuperar el contexto.

Las tareas implícitas, en las que los sujetos deben recuperar incidentalmente una huella de memoria, esto es sin ser conscientes de estar recuperando, se realizan mediante la recuperación automática de información (Schacter, 1987). Son tareas de procedimientos o tareas en las que juega un papel la familiaridad o fluidez que puede ser conceptual (en términos de memoria semántica) o perceptiva.
 
Procesos
Toda una serie de propuestas se basan en la diferencia de procesamiento entre la recuperación automática y la controlada. La característica principal del procesamiento controlado es la elaboración (Baddeley, 1982; Jones, 1982; Mandler, 1980). Se trata de una recuperación costosa, analítica, que incluye varios procesos como la generación de candidatos y su reconocimiento (Anderson y Bower, 1972), o la integración contexto-información perceptiva y subsiguiente ecforía (Tulving, 1983). El procesamiento controlado se encuentra guiado por el contexto. Según Anderson y Bower la búsqueda no se realiza al azar sino que el contexto la delimita. Los indicios de recuperación serán claves que permitirán que la recuperación se complete satisfactoriamente. Sin ellos los procesos de búsqueda pueden dar como resultado la recuperación de información errónea debido a la multitud de representaciones que pueden existir en el sistema, tantas como significados tengan los estímulos (Anderson y Bower, 1974; Tulving y Thomson, 1973).

Por el contrario, la activación es la característica que define el procesamiento automático (Jones, 1982, 1987). Aquí no se dan procesos de elaboración sino de activación o fluidez (Mandler, 1980) facilitando la consecución de una determinada tarea. Las características sensoriales (Roediger, 1990; Roediger y Blaxton, 1987) o la información de los estímulos que se procesa de forma automática (Hasher y Zacks, 1979) guían este tipo de procesamiento. De ahí que se afirme que este tipo de procesamiento se encuentra guiado por los datos o perceptivamente, mientras que la recuperación controlada está guiada conceptualmente.
 
Tipo de experiencia
El tipo de experiencia a que da lugar cada una de las recuperaciones varía en función de cada uno de los aspectos analizados anteriormente. Se ha propuesto (Rajaram, 1993) un continuo desde las respuestas más controladas hasta las más automáticas, donde se pueden distinguir tres tipos de respuestas: de “recordar”, de “conocer” y “respuestas implícitas”. En la recuperación controlada se produce una respuesta de “recordar” (Gardiner, 1988; Rajaram, 1993; Tulving, 1985) en la que el sujeto es consciente de que la información que se recupera es una huella de memoria y por tanto una información que se presentó en un contexto determinado de su vida, en un espacio y tiempo dados (conciencia autonoética).

En la recuperación automática se dan dos tipos de respuesta según algunos autores (Gardiner, 1988; Gardiner y Java, 1990; Rajaram, 1993). Por un lado respuestas de “conocer”, esto es, respuestas en las que el sujeto no tiene conciencia de que la información se ha presentado en un momento determinado de su pasado, aunque sí tiene conciencia de que tiene ese conocimiento. Es lo que Tulving (1985) denomina conciencia noética. Se tiene conciencia de la información pero no conciencia de su contexto. Por otro lado, habría una respuesta aun más automática en la que el sujeto ni siquiera tiene conciencia de que tiene o está utilizando esos conocimientos, son las “respuestas implícitas” (Rajaram, 1993) en las que no existe conciencia de la información ni de su contexto.
 
Así pues, a partir de estas explicaciones podemos concluir que:
a) La información almacenada en la memoria está compuesta por múltiples rasgos: información perceptiva, información contextual, información conceptual, información procedimental. Dependiendo de la presencia en mayor o menor grado de uno u otro tipo de información podemos distinguir entre: 1) huellas de memoria que son aquellas que implican que un hecho tuvo lugar en un espacio y tiempo determinados de la biografía del sujeto, se trata por tanto de información episódica; 2) conceptos que son conocimientos de carácter general o de tipo enciclopédico y en los que el rasgo fundamental es el significado; y 3) procedimientos que implican rutinas, habilidades o reglas de actuación.


b) La información almacenada en la memoria se puede expresar de formas diferentes mediante procesos cognitivos distintos, en función del objetivo de la recuperación. Cuando el objetivo es la recuperación de huellas de memoria, mediante procesos controlados, se recuperan los componentes episódicos de la información. Cuando el objetivo es recuperar un conocimiento o concepto, mediante procesos inferenciales y/o procesos de activación, se recuperan los componentes semánticos de la información. Cuando el objetivo es la realización de una tarea en la que la recuperación es el medio que permite su consecución, mediante procesos automáticos se recuperan los componentes procedimentales, sensoriales o rasgos automáticos de la información.

c) Cada tipo de recuperación lleva a un tipo diferente de experiencia de recuperación. En el caso de la recuperación de huellas de memoria el sujeto es consciente de recuperar una información que forma parte de su pasado. Cuando recupera información conceptual o conocimientos es consciente de recuperar una información que aprendió en algún momento y que forma parte de su saber enciclopédico. Cuando realiza una tarea que requiere recuperar información como medio y no como fin, el sujeto es consciente de poner en marcha unas habilidades que posee, pero no de estar recuperando información de memoria.

d) El contexto está detrás de cada uno de los tres aspectos mencionados. Define el tipo de información ya que la información episódica se diferencia del resto en que es la única que contiene referencias al contexto autobiográfico. Guía el tipo de recuperación que se lleva a cabo en función del objetivo ya que sólo las tareas que implican la manipulación del contexto (recuerdo libre, recuerdo con indicios y reconocimiento) llevan a la recuperación episódica. Y determinan el tipo de experiencia a que da lugar la recuperación ya que es el contexto el que proporciona la experiencia de que una información ha sucedido en un tiempo y lugar específicos del pasado de un sujeto.

Procesos básicos en la memoria a largo plazo
Para hablar de los procesos básicos en la memoria a largo plazo, antes debemos distinguir entre dos tipos diferentes de memoria, episódica y semántica, dado que cada uno implica, a su vez, procesos distintos.

La memoria episódica maneja las huellas de memoria compuestas por información central y los elementos contextuales que la acompañan. Y representa las propiedades o atributos perceptivos de los estímulos, con un referente autobiográfico, esto es, la huella de memoria está fechada temporalmente y localizada espacialmente respecto al propio sujeto y a otros sucesos. Es un registro más o menos fiel de las experiencias de una persona, nuestros “recuerdos”.


La memoria semántica trabaja con información conceptual que tiene referencias cognitivas sobre hechos o sucesos genéricos y sobre conocimiento general. Por definición, la información semántica es acontextual o no autobiográfica. Son nuestros “conocimientos”.

Aquí nos referiremos principalmente a la memoria episódica puesto que es este tipo de memoria en la que se enmarcarían las declaraciones de los testigos. En este marco, podemos distinguir tres procesos básicos: codificación, retención y recuperación.

Codificación
Los procesos de codificación implican la formación de una huella de memoria. Cada huella es específica y está influida por otra información almacenada en la memoria y relacionada autobiográfica y/o espacio-temporalmente con el episodio que es objeto de codificación, y por conceptos relacionados de la memoria semántica (figura 19). Ambas afectan a su interpretación. De modo que no se almacena la información tal cual la percibimos, sino que siempre es objeto de un proceso de selección de la información relevante, después de una interpretación que la dota de significado y por último de su integración en las estructuras previamente existentes.

La codificación hace a cada huella de memoria circunstancial y específica, de forma que pueden existir tantas como codificaciones diferentes se realicen. Esta especificidad viene determinada por la información contextual. Tulving y Thomson (1973) plantean el Principio de Codificación Específica para explicar este aspecto. Según este principio “las operaciones específicas de codificación realizadas sobre lo que se percibe determinan lo que se almacena, y lo almacenado determina qué indicios de recuperación son eficaces para acceder a lo que está almacenado” (Tulving y Thomson, 1973, pág. 359).
 
Retención
El paso del tiempo es uno de los elementos clave en la fase de retención: cuanto mayor es el periodo de retención mayor será el deterioro de las huellas de memoria. Pero más importante aun es qué ocurre con la información almacenada durante ese tiempo. Así, el proceso más importante en la fase de retención es sin duda alguna la recodificación, que se define como los procesos u operaciones que tienen lugar después de la codificación de un suceso original y que provocan cambios en las huellas de memoria (Tulving, 1983).

Durante la recodificación, las propiedades funcionales de una huella de memoria se modifican, debido a todo tipo de actividad mental. Las circunstancias que provocan una mayor recodificación son aquellas en las que se repiten los mismos sucesos, o aquellas en las que se producen sucesos muy similares.


El efecto de la repetición puede provocar la confusión entre los diversos sucesos o bien una mayor accesibilidad a las huellas originales, dependiendo de las características de los hechos interpolados entre la codificación y la recuperación, y de las particularidades de la propia codificación.

La presentación múltiple de un mismo ítem en contextos diferentes dará lugar a la difusión de los elementos de la huella ya que se encontrarán en diferentes representaciones. Cuando lo que se repite es el contexto de presentación, entonces unos mismos indicios contextuales pueden servir para acceder a más de una huella, produciéndose un solapamiento.

La entrada de información no relacionada producirá un efecto de integración de la información si la nueva información se asimila a las representaciones existentes. Aunque incluso sin integración, la nueva información todavía puede interferir en la accesibilidad de la almacenada previamente.

Recuperación
La recuperación de la información previamente almacenada no siempre es fácil, ya que deben darse unas determinadas condiciones para que ésta se pueda producir. En primer lugar, el sistema cognitivo debe estar predispuesto para la recuperación. En segundo lugar, debe presentarse un indicio de recuperación adecuado, es decir, la clave que facilita encontrar la información almacenada (como la referencia de un libro en la biblioteca, sin la referencia no hay libro). Así, entre otros factores, la recuperación depende de lo completa que sea la reinstauración de la situación de codificación en el momento de la recuperación. Sin los indicios adecuados que se utilizaron en la codificación y que servirán como “pistas” para localizarla, la información queda inaccesible.

En este sentido, la recuperación dependerá de las distintas tareas de memoria, pudiendo distinguirse entre tareas explícitas o deliberadas (reconocimiento, recuerdo libre y recuerdo con indicios) que implican la recuperación consciente de la información; y tareas implícitas o no-deliberadas, que no requieren la recuperación consciente.

Las tareas explícitas se diferencian entre sí por el tipo de indicio que se proporciona al sujeto para resolverla. En las tareas de reconocimiento se presenta como indicios de recuperación una copia de los ítems codificados, en el recuerdo libre no se proporcionan indicios, mientras que en el recuerdo con indicios se facilitan los relacionados contextual y/o conceptualmente con la información original. Es decir, en las tareas de reconocimiento se vuelve a presentar la información codificada anteriormente, por ejemplo volvemos a ver a una persona que ya apareció la semana pasada y la reconocemos como la misma que se presentó entonces. Cuanto más semejante sea su apariencia a la anterior, más fácil será de reconocer, ya que si se hubiera cambiado el peinado la tarea se verá dificultada. En el recuerdo lo que se vuelve a presentar es el contexto donde vimos a esa persona y somos nosotros quien tomándolo como indicio de recuperación debemos recordar a quién vimos allí entonces.
 
Procesos de recuperación
Tulving distingue entre dos procesos diferentes que intervendrían en distintas fases de la recuperación: el proceso de ecforía y el proceso de conversión.


En la memoria episódica, la fase inicial corresponde al proceso de ecforía, una actividad constructiva y sinergística que combina la información (episódica) de la huella y la información (semántica) del indicio. Lo que una persona recuerda de un hecho depende directamente de la cantidad y calidad de información ecfórica relevante.

La segunda fase de recuperación consiste en que la información se hace accesible a la conciencia dando lugar a una experiencia de recuperación que puede ser interna simplemente haciéndose consciente la información, o externa dando lugar a una conducta como una respuesta manifiesta mediante el proceso de conversión.

Tulving (1983) denomina experiencia de recuperación a la conciencia subjetiva de la información ecfórica de la persona que recuerda. La experiencia mental de recuerdo son imágenes mentales y conciencia: cuando una persona recuerda un hecho pasado tiene una imagen mental de él y es consciente de que se trata de una réplica de lo que ocurrió en cierta ocasión. De esta forma, el acto de recuperar un determinado episodio puede concluir con la experiencia de recuperación, pero en ocasiones la experiencia de recordar no es consciente directamente y se convierte en conducta en las tareas no-deliberadas o implícitas.

Memoria y contexto
A todos nos ha ocurrido alguna vez no poder identificar a una persona, por el hecho de que el entorno donde habitualmente coincidimos con ella no es el actual. ¿De qué la conozco? El proceso que tratamos entonces de llevar a cabo consiste en localizar previamente ese contexto para facilitar la identificación. ¿Es del trabajo?, ¿de casa?, ¿quizá de la televisión?.


Por otro lado, todos hemos vivido la experiencia acerca de cómo nuestro estado de ánimo parece condicionar el tipo de recuerdo. Así, basta estar en un funeral para que la mayoría de los recuerdos que se hacen accesibles tengan una estrecha relación con el fallecido en particular, otros fallecidos cercanos, situaciones penosas...

En estos y otros fenómenos de la memoria, el contexto juega un papel fundamental. Pero no sólo en la recuperación de las huellas de memoria, dificultando o facilitando el proceso, sino también en su codificación. Así, el hecho de estar en un contexto dado hace que interpretemos la información que se nos presenta de una determinada manera. Por ejemplo, el hecho de estar en una calle oscura, casi desierta, de madrugada, hace que la persona que se nos acerca adquiera rasgos amenazadores, y bajo esta etiqueta será interpretado cualquier detalle sobresaliente de esa persona. Una persona que pierde el conocimiento a las 3 de la madrugada irá bebida, pero si es a las 12 del mediodía estará enferma. La realidad nos demuestra que en muchas ocasiones estas interpretaciones son erróneas, pero condicionan lo que recordaremos posteriormente.

Así, el contexto define el tipo de información, ya que los recuerdos episódicos se diferencian del resto en que contienen referencias al contexto autobiográfico; guía el tipo de recuperación, ya que sólo las tareas que implican la manipulación del contexto (recuerdo libre, recuerdo con indicios y reconocimiento) permiten la recuperación episódica explícita; y finalmente parece que también interviene en el tipo de experiencia a que da lugar la recuperación, ya que es el contexto el que proporciona la experiencia de que una información ha sucedido en un tiempo y lugar concreto del pasado de un sujeto.

Sin embargo, existe falta de consistencia entre los diferentes datos encontrados por numerosos investigadores con objeto de analizar el papel del contexto, tanto ambiental como emocional. Un meta-análisis (Smith y Vela, 2001) sobre 41 investigaciones (75 estudios) muestra que el contexto ambiental afecta a la memoria, aunque de forma débil y en condiciones muy específicas. Así, en ocasiones se encuentran datos a favor de dependencia contextual y en otras no. Esta aparente inconsistencia parece querer decir que podrían existir muy diferentes tipos de contextos, unos que parecen ser importantes para los procesos de codificación y recuperación y otros que parecen ser más irrelevantes. Así, la inconsistencia podría explicarse mediante las hipótesis que aluden al tipo de procesamiento que ha sufrido el contexto y la información (interactivo o independiente), a la tarea de recuperación (recuerdo o reconocimiento) y/o a las medidas de memoria implicadas (rendimiento, calidad de los recuerdos, latencia de respuesta...).

En la mayoría de los trabajos que mencionan al contexto se echa en falta su definición, lo que podría llevarnos a que cada autor se esté refiriendo a cosas diferentes. El contexto ha sido definido como la información o las etiquetas asociadas a una serie de items (Anderson y Bower, 1972), los conocimientos previos que se tienen sobre un texto a memorizar (Bransford y Johnson, 1973), el entorno espacio-temporal en que aparece un ítem (Hirst, 1989), el ambiente físico que rodea la presentación de un ítem (Smith, 1979), el estado emocional del sujeto (Bower, 1981), el estado mental o cognitivo del sujeto en el momento de la codificación y recuperación (Tulving, 1983)...

Davies y Thomson (1988), en su libro Memory in context: Context in memory, tratan de concretar qué se entiende por contexto. Según estos autores todas las definiciones asumen la distinción entre estímulo y entorno, figura y fondo. Sin embargo, su definición no es fácil, y quizá el concepto de contexto engloba a su vez otros conceptos muy diferentes unos de otros. Así, podemos hablar de contexto como estado, como ambiente, como significado...etc. Pero ¿qué es en cada uno de los casos estímulo y qué es entorno?. Según algunos autores (por ejemplo, Lockhart, 1988) la diferencia viene determinada por la meta u objeto de la tarea que percibe el sujeto.

Contexto semántico vs. contexto episódico
La clasificación más elemental que podemos hacer respecto a los diferentes tipos de contexto tiene que ver con la distinción que hace Tulving (1972) entre información semántica e información episódica, de forma que en primer lugar proponemos distinguir entre un contexto con características semánticas y otro contexto con características episódicas.

 
Contexto semántico
El contexto semántico sería aquel que implica información conceptual, haciendo referencia a aspectos relacionados con el significado de la información, e incluye referencias cognitivas sobre hechos o sucesos genéricos y sobre el conocimiento general. Un ejemplo de este contexto es el título o etiqueta que se proporciona en algunos experimentos como forma de contextualizar la información.

El efecto de este tipo de contexto es el que explica porqué una misma conducta puede ser interpretada por una persona como un delito y por otra como algo normal. Incluso porqué lo que en un contexto determinado nos pareció normal, ahora nos parece delictivo. Es lo que podría ocurrir, por ejemplo, con algunos casos de agresión sexual. El contacto físico que mantiene un padre y un hijo es normal bajo la etiqueta de relación paternofilial, y así se interpretan hechos relacionados con la higiene, el cuidado a los hijos o las muestras de afecto. Sin embargo, si lo miramos bajo el paraguas de una posible relación incestuosa entonces todas esas acciones, aun siendo exactamente las mismas cobran otro significado. De ahí el peligro que tienen algunas políticas de caza de brujas, finalmente todos terminamos hechizados.


Así pues, este contexto explica expresiones del tipo “nunca me había parecido, pero ahora que lo dice…”.

El contexto semántico tiene un fuerte efecto sobre la codificación y la recuperación de la información, afectando a su significado e interpretación. Los modelos de redes semánticas explican convincentemente algunos de los efectos encontrados cuando la manipulación del contexto semántico hace referencia a información del tipo de etiquetas, cuya función es marcar el suceso y facilitar la localización y accesibilidad durante la recuperación. Un cambio de etiqueta puede alterar el significado de los estímulos y dar lugar a que el sujeto acceda a una representación errónea.

La teoría de esquemas explica los efectos encontrados cuando se manipulan contextos que implican la actualización de diferentes esquemas. La utilización de un esquema distinto en la codificación y en la recuperación dificulta la recuperación de la información, e incluso puede impedir que se produzca, ya que los esquemas tienen como función la selección correcta de la información relevante, facilitar la inferencia correcta de la información perdida o no codificada y, en términos generales, facilitar la reconstrucción de los hechos originales.
Ambas teorías son capaces de explicar los efectos del contexto semántico sobre tareas explícitas e implícitas de memoria. La manipulación del contexto semántico por el hecho de afectar al significado de la información, a la activación o accesibilidad de una representación concreta de la información, se ve reflejada tanto en las tareas explícitas como en las tareas implícitas de memoria, sean tareas episódicas o semánticas (explícitas) o tareas procedimentales (implícitas). No obstante, los modelos de red se ajustan más a la explicación de las tareas semánticas y procedimentales, fundamentalmente a aquellas en las que se utilizan tareas de lenguaje. La teoría de esquemas explica tanto los efectos encontrados en tareas explícitas semánticas y episódicas como los encontrados en tareas procedimentales, aunque se ajusta más a los efectos contextuales sobre los procesos elaborados de recuperación ya que sólo bajo condiciones muy específicas los esquemas llevan a la recuperación automática de la información (con hechos extremadamente prototípicos).

Contexto episódico
El contexto episódico, a diferencia del contexto semántico (que se referiría a aspectos conceptuales y cognitivos de la información), haría referencia a información autobiográfica, esto es, a información que permite fechar temporalmente y localizar espacialmente la información respecto al propio sujeto y a otros sucesos, especificando dónde y cuándo se presentó una información respecto a la biografía del sujeto.

Al referirse a la memoria episódica, Tulving (1983) define el contexto como la información sobre el ambiente cognitivo en el momento de la codificación y de la recuperación, y sobre los aspectos espaciales y temporales que definen la información episódica como perteneciente a un espacio y tiempo del pasado personal del sujeto. Así pues, podemos distinguir entre varios tipos de contextos según esta definición. Por un lado, lo que ha venido a denominarse contexto ambiental y que hace referencia fundamentalmente a los aspectos espaciales que rodean a la información tanto en la fase de codificación como en la fase de recuperación. Por otro lado, tendremos el contexto emocional que hace referencia al estado de ánimo del sujeto, respecto al que se han descrito fenómenos de dependencia y de congruencia. Ambos tipos de contexto se han manipulado con frecuencia de forma independiente, sin embargo Tulving (1983) habla de un contexto cognitivo que puede ser algo más que la suma de los dos anteriores. Tanto es así que, por ejemplo, algunas hipótesis hacen depender los fenómenos del contexto ambiental de la experiencia emocional asociada a un ambiente determinado (Eich, 1995a). Algunos experimentos manipulan contextos cognitivos en este sentido, al reinstaurar el contexto de codificación pidiendo a los sujetos que rememoren simultáneamente tanto las condiciones ambientales como las emocionales presentes entonces.
 
Analizamos los tres tipos de contexto por separado.
Contexto ambiental
Se ha utilizado el término contexto ambiental para hacer referencia a los estímulos externos que de forma incidental aparecen relacionados explícita o implícitamente con el material objeto de aprendizaje en cualquier forma “significativa” (Smith, 1988). Una revisión de algunos de los trabajos más importantes en el área muestra que la mayoría de los contextos ambientales manipulados independientemente de otro tipo de contexto tienen una relación muy escasa con la información original.

Sin embargo, en ocasiones se han encontrado efectos de dependencia de contexto ambiental. Los procesos cognitivos implicados en la memoria se ven afectados de forma más o menos importante por la existencia de un determinado contexto ambiental en el que tiene lugar una experiencia.


No obstante, los diversos estudios que han analizado el efecto del contexto ambiental sobre los procesos de recuperación episódica muestran resultados contradictorios (Migueles y García-Bajos, 1997; Smith, 1988; Smith y Vela, 2001). De tal forma, que puede hablarse de la aparición y desaparición de los fenómenos de dependencia ambiental, que pueden explicarse aludiendo al tipo de contexto y a la tarea e información manipulada.

Smith (1988) llevó a cabo una revisión de 29 investigaciones que han analizado el efecto del contexto ambiental, con 8 tareas de memoria distintas: recuerdo libre, recuerdo con indicios, reconocimiento, identificación perceptiva, recuerdo serial, reaprendizaje, deletreo, y reconocimiento de caras. En todos los tipos de tareas se han encontrado efectos. Sin embargo, en las tareas de recuerdo esos efectos se han encontrado más veces, en comparación con las tareas de reconocimiento, y a bastante distancia del resto de tareas.

Uno de los estudios más relevantes que ha encontrado efectos de dependencia ambiental es el realizado por Godden y Baddeley (1980) en el que pedían a los sujetos que recordaran y reconocieran una lista de palabras en tierra firme y bajo el agua. Cuando las condiciones de recuperación cambiaron de uno a otro medio, el rendimiento disminuía significativamente en las pruebas de recuerdo, pero no en las de reconocimiento. Pero, ¿qué tipo de manipulación supone el cambio de contexto bajo el agua o en tierra firme? Si analizamos minuciosamente los cambios que se han producido llegaremos a la conclusión de que no solo implican un cambio físico de ambiente, sino también cambios emocionales, fisiológicos, de percepción, etc. Además de un cambio de ambiente, el hecho de estar sumergido en el agua implica cambios de temperatura y de presión que suponen una variación de la cantidad de gases diferentes absorbidos por el organismo. La acumulación de anhídrido carbónico afectará a la atención, al sentido de la orientación, al criterio de respuesta y al tiempo de reacción a los estímulos, e induce estados de conciencia diferentes; y la acumulación de nitrógeno, que provoca embotamiento, euforia y depresión (Sancho, Morer, Bescós y Pardo, 1992). Según el USA Council for National Corporation in Aquatics (1990), los efectos mentales de cada 15 metros de descenso son equivalentes aproximadamente a los de un martini seco, de los que en mayor o menor medida no se libra ni el submarinista más experimentado.

Esto nos lleva a pensar si cuando Godden y Baddeley (1980) obtienen efectos de dependencia de contexto ambiental en realidad son efectos de dependencia de contexto cognitivo, donde estos efectos de dependencia los produce una combinación de ambiente y estados emocionales y fisiológicos integrados con la información en la biografía del sujeto.
Smith (1979) también encontró efectos contextuales del ambiente sobre tareas de recuerdo. En el primer experimento manipula el contexto cambiando la habitación de estudio en la fase de recuperación, pero fuerza el procesamiento del ambiente pidiendo explícitamente a los sujetos que elaboren un esquema de la habitación donde se les presentó el material. Estas instrucciones pueden haber llevado a una integración forzada del ambiente con la información presentada. Además antes de la prueba de recuerdo pide a los sujetos una tarea de reconocimiento que puede interactuar con el recuerdo libre posterior. En el experimento 2 manipula el contexto de cinco formas diferentes. Tres de las condiciones suponen la reinstauración contextual física, mediante fotografías o mentalmente con instrucciones de recordarla. Las otras dos condiciones implican un cambio contextual, forzando en una de ellas el procesamiento del ambiente como en el experimento anterior. Los resultados son similares a los encontrados en el primer experimento, es decir, el cambio de contexto afecta negativamente al rendimiento de los sujetos en las tareas de recuerdo, siendo aun peor cuando se produce el cambio de contexto y cuando se fuerza a los sujetos a procesar la habitación. En el tercer experimento solamente hay cuatro condiciones de cambio de contexto: dos implican cambio y las otras dos no cambio, variando entre ellas el número de habitaciones por las que pasa el sujeto, de dos a cinco habitaciones. Además los sujetos realizan cinco tareas diferentes antes de la tarea de recuerdo libre. Los resultados muestran que sólo se producen efectos negativos del cambio de habitación cuando los sujetos pasan por cinco habitaciones diferentes, una para cada tipo de tarea. De estos tres experimentos se puede concluir la importancia de las instrucciones previas de recuerdo que pueden suponer una reinstauración de contexto cognitivo (no solamente ambiental) sin que explícitamente se pida a los sujetos que la realicen. Si se presenta la prueba de recuerdo como una segunda parte del estudio, los sujetos pueden no tener dificultades en recuperar espontáneamente el contexto. Bjork y Richardson-Klavehn (1989) proponen que la reinstauración mental del contexto ambiental es tan efectiva como la reinstauración física, y que los sujetos reinstauran rutinariamente el contexto de aprendizaje en un contexto de prueba diferente a no ser que las condiciones de la situación de recuperación lo hagan difícil. Muestra de ello es que parece que el contexto ambiental sólo tiene un papel en la recuperación cuando los sujetos tienen dificultades en recuperar el origen de la información porque el resto de los elementos contextuales no permiten la discriminación. Siendo el contexto cognitivo el estar realizando un experimento, este contexto es igual para todas las tareas del experimento 3, lo único que varia es en qué habitación se presentó la información para realizar cada tarea. Esta explicación puede ser válida también para explicar los resultados del primer experimento. La tarea previa de reconocimiento puede producir un efecto de interferencia como también lo producen las cinco tareas del experimento 3, ya que en el mismo contexto cognitivo introducen una nueva tarea con material similar (algunos items son los mismos) que provoca que los indicios ambientales sean necesarios para discriminar el origen de la información en la tarea de recuerdo libre.

Esta hipótesis denominada por Smith (1988) como hipótesis de eclipsado (outshining hypothesis), señala que una información contextual es importante sólo cuando no existe otra que permita una mejor recuperación. Cuando la dificultad de la tarea es tal que sólo el contexto ambiental puede servir como indicio de recuperación encontramos que su manipulación afecta al rendimiento de los sujetos. Cuando se da otro indicio mejor, la manipulación del contexto ambiental no es efectiva, como puede ocurrir en las tareas de reconocimiento, en que como indicio se proporciona el mismo estímulo (Tulving, 1983). La importancia de las instrucciones y del tipo de tareas que se utilizan para pedir a los sujetos la recuperación de la información afectan de forma importante al papel del contexto en los procesos de memoria. Cuando el sujeto es capaz de reinstaurar por via externa o de forma espontánea un contexto mejor, más integrado con la información en la biografía del sujeto, el cambio de contexto ambiental es irrelevante (Bjork y Richardson-Klavehn, 1989). O incluso como han encontrado McDaniel, Anderson, Einstein y O’Halloran (1989) y Wilhite (1991) la reinstauración del contexto ambiental puede perjudicar la recuperación cuando existen otras estrategias de recuperación más efectivas, como en el caso en que los sujetos procesan el material en términos de su relevancia personal (McDaniel et al, 1989, exp. 5).

Alonso y Fernández (1996) llevaron a cabo un experimento para tratar de confirmar que el contexto ambiental sólo tiene efectos sobre el rendimiento en tareas de recuerdo cuando los sujetos tienen dificultades en generar otros indicios mejores. Reinstauraron el contexto ambiental, manipulando la habitación donde tuvo lugar la prueba, con jóvenes y ancianos, partiendo del supuesto de que los ancianos tienen problemas en generar y utilizar indicios internos. Los resultados mostraron que la reinstauración ambiental no tuvo efectos sobre las tareas de recuerdo, pero analizando por separado el rendimiento de ancianos y jóvenes encontraron que en los primeros había diferencias significativas respecto a la reinstauración, mejorando el recuerdo en comparación con la condición de cambio de contexto ambiental.

Fernández y Glenberg (1985) son quizá de los investigadores que más han profundizado en el estudio del contexto ambiental en la memoria. Sus conclusiones llevan a confirmar las hipótesis anteriores acerca del efecto nulo del contexto ambiental entendido únicamente como cambio de contexto físico. Fernández y Glenberg llevaron a cabo 8 experimentos para tratar de encontrar algún efecto del contexto ambiental. El procedimiento seguido consiste en cambiar el contexto físico ambiental (la habitación) de la fase de estudio a la fase de recuperación, con una serie de matizaciones a lo largo de los 8 experimentos. En términos generales, no encontraron efectos sobre las tareas de reconocimiento, confirmando lo encontrado en otros estudios, pero tampoco sobre las tareas de recuerdo. Fernández y Glenberg explican este resultado aludiendo precisamente a la importancia de la relación entre el contexto y los items a recuperar. Sólo en el caso de que se establezca una relación de pertenencia causal entre el contexto ambiental y la información, este contexto tiene efectos sobre la recuperación. Posteriores investigaciones tampoco han encontrado efectos del contexto ambiental, ni aún cuando los sujetos son plenamente conscientes del cambio físico del contexto (Fernández y Alonso, 1994), aunque manipulaciones similares (habitación y olor de la misma) han proporcionado efectos significativos (Herz, 1997) pero moderados por factores de novedad y por lo apropiado o incongruente del ambiente manipulado, lo que supone un cambio más cognitivo que el puramente físico del ambiente.

Hipótesis sobre el efecto nulo de la manipulación del contexto ambiental
Eich (1995a) señala varios aspectos de los que depende que se den efectos de dependencia del contexto ambiental, señalando como más importantes las características de los items objetivo de la recuperación, la forma en que son codificados, la naturaleza de las tareas de recuperación, si los hechos son construidos como relacionados causalmente con la información ambiental más que simplemente contiguos a ella, si los hechos son visualizados interactivamente con el ambiente o como imágenes aisladas, la facilidad con que los sujetos pueden reinstaurar mentalmente el contexto de codificación durante las pruebas de recuperación, y la duración del intervalo de retención. Todos estos aspectos han dado lugar a lo largo de numerosos experimentos y distintos autores a varias hipótesis que tratan de explicar la carencia de efectos de dependencia de contexto ambiental.

Dos factores aglutinan las hipótesis sobre el efecto nulo de dependencia ambiental: aquellas que hacen mención a los aspectos que intervienen en la relación entre el contexto ambiental y la información, y las que se basan en la fuerza o la relevancia del contexto manipulado en comparación con otra información, también contextual, más válida para el procesamiento de la información.
 
Relación contexto-información: Hipótesis de la integración contextual.
Baddeley (1982) distingue entre contexto de procesamiento independiente y contexto de procesamiento interactivo, para explicar el papel que juega el contexto en la codificación de la información. El contexto independiente se almacena junto con la información, pero no supone una modificación de la huella de memoria. Por el contrario, el contexto interactivo es cambia la forma en que se percibe un estímulo. Para Baddeley, el contexto ambiental es un contexto de procesamiento independiente, lo que explica su poco efecto sobre los procesos de recuperación.


Cuanto más repercute un indicio en el procesamiento de un ítem mayor es su efecto (Eich, 1985). Por ejemplo, no tiene la misma relevancia un indicio débilmente asociado con un ítem que otro fuertemente asociado (Tulving y Thomson, 1973), ni uno que afecta a su codificación conceptual con respecto a uno que afecta a su codificación perceptiva. Una de las explicaciones que Tulving y Thomson (1973) sugieren para explicar el efecto superior del recuerdo con indicios frente al reconocimiento es que un indicio externo puede alterar el significado de una palabra de tal forma que aún presentando la misma palabra como clave, en ausencia del indicio, ese significado (suma indicio+ítem) no podrá ser recuperado y, por tanto, se producirá un fallo en el reconocimiento. Recordemos que Anderson y Bower (1974) cuando reformulan el modelo de generación-reconocimiento planteado un año antes, incluyen como novedad que el proceso de codificación tiene como resultado un representación múltiple dependiendo de una etiqueta contextual proposicional, que permite diferenciar entre las diferentes acepciones o significados del ítem objeto de la representación. La representación de una palabra consiste en una representación sobre el significado de esa palabra, determinado por el contexto en que ésta se presentó. De esta forma, un contexto que no afecte al significado de un ítem no es relevante. Dependiendo del tipo de material o del tipo de tarea, el contexto ambiental afecta o no al recuerdo o al reconocimiento de un ítem si dicho contexto tiene algún papel en la representación conceptual de ese ítem. Las hipótesis formuladas por Fernández y Glenberg (1985) son de integración porque señalan que el contexto y la información deben estar relacionados causalmente. También la formulada por Baddeley (1982) que señala que sólo el contexto que se procesa interactivamente con los estímulos muestra efectos en la tareas de reconocimiento, mientras que el contexto ambiental que se procesa independiente solo muestra efectos sobre la accesibilidad de la información que se ve reflejada en tareas de recuerdo.

Un caso particular de estudios sobre el efecto del contexto ambiental sobre las tareas de reconocimiento son los realizados sobre el reconocimiento de caras. Diversas investigaciones (Watkins, Ho y Tulving, 1976; Winograd y Rivers-Bulkeley, 1977) han mostrado que la codificación de caras está sujeta a modificación dependiendo del contexto en que aparecen (Davies, 1988). Thomson, Robertson y Vogt (1982) realizaron uno de los estudios más completos sobre el reconocimiento de caras y el contexto físico, que operativizaron como una combinación de escenario, actividad y vestimenta. Los resultados mostraron que la presencia del contexto facilita el reconocimiento de caras. Pero, de igual forma, lleva también a un mayor número de falsas alarmas. Este tipo de resultados que muestran un fuerte efecto del contexto sobre el reconocimiento de caras son frecuentes (Davies, 1988). ¿A qué se puede deber que este tipo de contexto, físico (externo o ambiental), afecte al reconocimiento de caras y no al reconocimiento de otro tipo de material, como por ejemplo palabras?. Quizá es una muestra más de que el significado del material (Bain y Humphreys, 1988) y la integración de éste con el contexto (Eich, 1985) son elementos fundamentales para encontrar efectos, tal y como argumentaba Baddeley (1982). En el caso de las caras, un cambio de ambiente supone una codificación conceptual distinta. El procesamiento de una cara puede verse facilitado por la elaboración (Baddeley, 1982), teniendo en cuenta que la elaboración afecta al reconocimiento cuando el material elaborado (donde se incluye al contexto) es compatible con el material para ser recordado (Fisher y Craik, 1980). En el caso del reconocimiento de caras, tanto la compatibilidad del contexto como la estrategia (integradora) utilizada para procesarla influyen en la probabilidad de producir contextos interactivos más que contextos independientes, siendo los primeros los responsables de los efectos de la dependencia contextual (Baddeley, 1982).

El efecto del contexto ambiental sobre el reconocimiento de caras se ha encontrado en numerosas ocasiones (Bruce, 1988). No obstante, el reconocimiento de caras difiere sustancialmente del reconocimiento de cualquier otro tipo de información. Bruce señala que los procesos implicados en el reconocimiento de una cara están determinados por la familiaridad de esa cara, esto es, cuando se trata de caras conocidas intervienen procesos diferentes que cuando son caras desconocidas. La identificación de caras desconocidas en experimentos de laboratorio implica la recuperación correcta del contexto episódico en el que apareció, mientras que el reconocimiento de caras conocidas implica recuperar información semántica específica de la identidad de esa persona. Comparando las tareas de reconocimiento de caras con las de reconocimiento de palabras, Bruce hace análogos el reconocimiento de caras no conocidas con el reconocimiento de pseudo-palabras o sílabas sin sentido, mientras que el reconocimiento de caras conocidas sería similar a la tarea de reconocer palabras. Las palabras son siempre conocidas para el sujeto ya que están en su vocabulario.

De esta forma, la relación entre el contexto y la información varía en función de si la información es conocida para el sujeto. A este respecto, Dalton (1993) propone la hipótesis de familiaridad para explicar por qué el cambio de contexto ambiental afecta a un tipo de material (caras) y no a otro (palabras). Dalton analizó el papel de la familiaridad de los estímulos sobre el efecto de dependencia ambiental en el reconocimiento de caras. Los resultados mostraron que el cambio de contexto afecta más negativamente al reconocimiento de caras no conocidas que al de caras conocidas. A partir de estos resultados, Dalton propone que el reconocimiento de palabras muestra un efecto débil del contexto ambiental debido a que las palabras utilizadas suelen ser conocidas. Como lo demuestra el hecho de que el reconocimiento de pseudopalabras o sílabas sin sentido (CVC) se ve facilitado por la reinstauración contextual (Salasoo, Shiffrin y Feustel, 1985). Un contexto global (como Dalton define al contexto ambiental) juega un papel importante en la codificación del estímulo por primera vez. En cualquier caso, la duración y fuerza de esta dependencia contextual no resiste el paso del tiempo ni las sucesivas recuperaciones (Dalton, 1993).

Relevancia del contexto.
Una de las hipótesis que con más fuerza se ha defendido para explicar por qué se han encontrado en tan raras ocasiones efectos de dependencia del contexto ambiental en tareas de reconocimiento, es la hipótesis de eclipsado (Smith, 1988), que ya mencionamos anteriormente, según la cual una información contextual será importante sólo cuando no exista otra que permita una mejor recuperación. Basándonos en esta idea, el contexto ambiental tiene importancia en el procesamiento de la información únicamente cuando la dificultad de la tarea es tal que sólo este contexto puede servir como indicio de recuperación (Bower, 1992; Smith, 1979; Tobias, Kihlstrom y Schacter, 1992). Esto explica por qué es más dificil encontrar efectos de dependencia sobre las tareas de reconocimiento que sobre las de recuerdo libre, ya que en las de reconocimiento se proporciona como indicio una copia del estímulo (Tulving y Thomson, 1973) y cualquier otro indicio será irrelevante ante la fuerza de éste (Smith, 1988). De esta forma, este contexto no es relevante para la tarea de reconocimiento.


Los indicios proporcionados en las instrucciones (Bain y Humphreys, 1988) y las demandas de la tarea de recuperación (Murnane y Phelps, 1993) son elementos fundamentales a la hora de restar más o menos relevancia al contexto ambiental como indicio útil para el procesamiento de la información. Cuando el sujeto es capaz de reinstaurar por via externa o de forma espontánea un contexto mejor, el cambio de contexto ambiental es irrelevante (Smith, 1979, 1988; Bjork y Richardson-Klavehn, 1989). En este sentido, Alonso y Fernández (1996) proponen que la manipulación del contexto ambiental tiene efectos cuando los sujetos tienen dificultades en generar otros indicios mejores, principalmente internos.

Muy relacionada con la hipótesis del eclipsado, Smith (1988) también propone la hipótesis del diseño experimental según la cual algunos cambios ambientales realmente no son un verdadero cambio. Por ejemplo, cambiar de habitación de la codificación a la recuperación no es un auténtico cambio ya que el contexto físico relevante es la situación de experimento, y el experimento es el mismo sea donde fuere el aprendizaje y la prueba (Fernández y Glenberg, 1985). Algunos estudios han controlado esta variable haciendo que el cambio de contexto ambiental fuera bien percibido por los sujetos. Pero mientras en algunos la dependencia fue importante en otros siguió siendo nula. Cañas y Nelson (1986) manipularon diferentes tipos de contexto físico: la habitación o el medio de prueba (en persona o por teléfono). En este caso, el efecto del cambio de contexto sobre el reconocimiento es importante. En cambio, en el estudio de Fernández y Alonso (1994) donde el cambio de contexto físico es bien percibido por los sujetos, manipulando el cambio de habitación y el olor de la misma, esta percepción de cambio no es suficiente para encontrar efectos significativos sobre el recuerdo. Sin embargo, la manipulación contextual similar a la anterior (habitación y olor) realizada por Herz (1997) ha proporcionado efectos significativos. El diseño experimental realizado en cada caso puede explicar estos resultados.

En los experimentos de Cañas y Nelson debemos tener en cuenta que realizar una prueba de memoria por teléfono no sólo implica un cambio físico, sino también seguramente motivacional y emocional (del estado cognitivo en general), ya que no es lo mismo estar en presencia de un investigador en un laboratorio de la facultad que en la casa propia solo (o acompañado). Este argumento es igualmente válido para las investigaciones de Godden y Baddeley (1980) con submarinistas a las que ya nos referimos antes.

En los experimentos de Fernández y Alonso antes de la tarea de recuerdo pasaron a los sujetos una prueba de reconocimiento que puede sesgar los datos de la posterior prueba de recuerdo libre, ya que puede haber servido a los sujetos como indicio para una reinstauración contextual más completa de forma espontánea. Además, las respuestas de los sujetos pueden basarse en esta prueba de reconocimiento previa más que en los elementos contextuales que intervienen en la codificación y que permiten realizar una típica tarea de recuerdo. Así lo han argumentado Murnane y Phelps (1993) respecto al efecto que las pruebas de reconocimiento pueden tener sobre la reinstauración del contexto en posteriores pruebas, en el marco de las propuestas de activación global según las cuales las decisiones en tareas de reconocimiento se basan en procesos de activación global, en los que los items de la prueba activan un conjunto potencialmente grande de items en la memoria.

En los experimentos de Herz, los resultados de dependencia pueden deberse más a los factores de novedad y congruencia del olor asociado a las habitaciones, haciendo del ambiente una información muy distintiva, con una repercusión mayor en el ambiente cognitivo, no limitándose únicamente a cambios físicos.

Contexto emocional
La mayoría de los modelos de memoria cuando hacen referencia al contexto en los procesos de memoria mencionan el estado emocional como un tipo de contexto (por ejemplo, Anderson y Bower, 1972). Es más, algunos de los principales modelos que explican el efecto del context
o en la memoria se basan en la influencia del estado de ánimo sobre la memoria.

Bower y cols. (1981, 1987; Bower y Cohen, 1982; Bower, Gilligan y Monteiro, 1981; Bower, Monteiro y Gilligan, 1978) han estudiado en profundidad el efecto de los estados emocionales sobre la memoria, describiendo dos tipos de efectos: congruencia y dependencia. Las memorias congruentes con el estado emocional aparecen cuando es mayor el recuerdo de aquella información que coincide con el estado de ánimo de los sujetos. El fenómeno de la dependencia de estado se ha mostrado cuando los sujetos recuerdan mejor un material cualquiera en el mismo estado que cuando lo codificaron, en comparación con un estado diferente de la fase de codificación a la fase de recuperación.
 
Memorias congruentes con estado emocional
El fenómeno de congruencia con el estado emocional ha sido encontrado de forma reiterada por varios investigadores (por ejemplo, Bower, Gilligan y Monteiro, 1981; Ellis, Thomas, McFarland y Lane, 1985; Nasby y Yando, 1982), con paradigmas en los que se pedía a los sujetos que recordaran una lista de adjetivos congruentes o incongruentes con el estado de ánimo (depresión vs. neutro). Bower, Gilligan y Monteiro (1981) llevaron a cabo varios experimentos en los que analizaron el efecto del estado de ánimo (alegre o triste) sobre el tipo de información recuperado (con connotaciones alegres o tristes) y encontraron que el material recordado en estado neutro era congruente con el estado de ánimo inducido en la codificación. El número de adjetivos congruentes recuperado era mayor que el de adjetivos incongruentes. Bower y Cohen (1982) proponen tres hipótesis para explicar el efecto de congruencia. La primera hipótesis hace referencia a que los sujetos elaboran semánticamente más material congruente. La segunda implica que el recuerdo de material congruente con el estado de ánimo es más probable que recuerde a los sujetos un hecho autobiográfico. Y la tercera, que el material congruente con el estado de ánimo provoca reacciones emocionales más intensas que el material incongruente.


Una de las hipótesis más plausibles para explicar este fenómeno se basa en las teorías de esquemas. Cuando se activa un esquema emocional en el transcurso del procesamiento de información, la atención se dirige hacia aquella información relevante para el esquema, los datos ambiguos son interpretados de acuerdo con los sesgos inducidos por el esquema, y la información consistente con el esquema está más elaborada y más relacionada con otros hechos de la memoria. También según Bower et al. (1981), el estado emocional funciona como un tipo de esquema seleccionando, organizando y elaborando información. Esta hipótesis hace similar el efecto del contexto emocional sobre la recuperación al efecto del contexto semántico, ya que consideran las emociones como un esquema que lleva a interpretar la información de una forma determinada.

Por otro lado, Guenther (1988) analiza el papel del estado emocional en dos fases del proceso de memoria: la codificación y la recuperación. A cada fase le atribuye un efecto del contexto. Relaciona las memorias congruentes con un determinado estado emocional con la fase de codificación y las memorias dependientes de estado con la de recuperación. Diferenciación que tiene cierto paralelismo con la propuesta de Baddeley (1982) que atribuye al contexto interactivo un papel fundamentalmente en la fase de codificación, mientras que al contexto independiente se lo atribuye en la fase de recuperación. No obstante, esta relación de Guenther de cada efecto con una fase de memoria no parece mantenerse, desde el momento en que se han encontrado efectos de congruencia tanto en la fase de codificación como en la fase de recuperación. La diferencia entre congruencia y dependencia estriba más en el contenido de las huellas de memoria. La congruencia con estado emocional asume que un material, en virtud de la valencia afectiva de su contenido, es más probable que sea almacenado y/o recuperado cuando el sujeto está en un estado de ánimo específico, siendo irrelevante la concordancia entre el estado emocional en la presentación y en la recuperación; mientras que el fenómeno de dependencia de estado implica que la recuperación estará determinada por el estado emocional previo, siendo irrelevante la valencia afectiva del material (Blaney, 1986). Esto es, mientras que el efecto de congruencia depende del contenido, en el efecto de dependencia el contenido es indiferente ya que cualquiera que sea el contenido el contexto emocional puede condicionar su recuperación.

Memorias dependientes de estado emocional
Quizá, la explicación más completa para el fenómeno de la dependencia de estado procede del modelo de redes semánticas propuesto por Bower (1981, Bower y Cohen, 1982), en el marco del modelo general de memoria, HAM, propuesto por él mismo y por Anderson (Anderson y Bower, 1973). Como vimos, este modelo supone la existencia de redes semánticas formadas por conceptos semánticos y esquemas. Las emociones se encuentran en nodos junto con los aspectos que implican y que están conectados mediante indicadores asociativos. Cuando un nodo emocional es activado por un estímulo, por encima de un determinado umbral, el nodo transmite la excitación a otros dos tipos de nodos, que pueden ser los responsables del arousal autonómico o los responsables de la conducta expresiva que acompañan a esa emoción, y además puede transmitir esa excitación a aquellas huellas de memoria con las que está conectado. Según este modelo, la dependencia de estado de ánimo se debe a que en la codificación la información original se asocia al contexto, en el que se incluye el estado emocional del sujeto en ese momento, y cuando se pide la recuperación de esa información los sujetos activan los nodos correspondientes al contexto en que apareció la información. Si el sujeto en el momento de la recuperación experimenta el mismo estado de ánimo que en la codificación, la activación del nodo correspondiente a ese estado está activado, sumándose a la activación producida por la tarea de recuperación y dando como resultado la mayor activación de los items relevantes. Si el sujeto no se encuentra en ese mismo estado de ánimo la activación es menor, a lo que hay que añadir la posibilidad de que se produzcan interferencias de activación entre unos nodos y otros que representen estados emocionales opuestos.

En términos generales, el fenómeno de la dependencia de estado se ha mostrado en pocos experimentos (Bower et al., 1978), incluso Bower (Bower y Mayer, 1985) ha tenido dificultades en replicar los efectos hallados en anteriores estudios. Bower y Mayer (1989) intentaron tres veces sin éxito replicar con el mismo paradigma los resultados de 1978 donde encontraron efectos de dependencia. La falta de resultados les llevaron a afirmar que posiblemente aquellos datos se debieran a las demandas experimentales. Como ha señalado Blaney (1986) las evidencias a favor y en contra de las memorias dependientes de estado hacen que este fenómeno aparezca en pocas ocasiones, mientras que el efecto de congruencia presenta fuertes evidencias en favor de su existencia.
 
Hipótesis sobre el efecto nulo de la dependencia del contexto emocional
La discrepancia entre unos resultados y otros puede depender de varios factores, tal y como indica Guenther (1988): el significado que tiene para el sujeto el material utilizado, demandas de la tarea relacionadas con la inducción del estado emocional, y déficits cognitivos asociados a estados reales (no inducidos) de depresión. Eich (1995b) señala algunos aspectos más y menciona cuatro factores que pueden estar afectando a la aparición de este fenómeno de dependencia: a) la naturaleza de los sucesos objeto de recuperación o la manera en que éstos se han codificado, b) la naturaleza de las tareas de recuperación, c) la eficacia de la modificación del estado emocional, y d) si las alteraciones afectivas son unidimensionales o bidimensionales teniendo en cuenta las dimensiones de placer y arousal.


Los dos últimos aspectos hacen referencia a cómo se manipula la inducción y el cambio emocional, y a las implicaciones cognitivas que dichas manipulaciones tienen en los sujetos. El fenómeno de dependencia de estado emocional se ha estudiado fundamentalmente a través de dos paradigmas. Uno implica la inducción en sujetos normales de un estado de ánimo diferente de la fase de estudio a la fase de prueba, utilizando diversas técnicas como la hipnosis, la técnica de Velten (1968) que consiste en proporcionar a los sujetos descripciones acordes con un estado de ánimo determinado, o la técnica consistente en poner a los sujetos de forma continua música alegre o triste que es utilizada por Eich y colaboradores. El otro paradigma consiste en comparar sujetos normales con sujetos con capacidades emocionales o estados mentales alterados (por ejemplo, depresivos o estados inducidos mediante drogas).

La mayoría de los trabajos que han encontrado evidencias de la existencia de la dependencia de estado de ánimo lo han hecho con paradigmas que implican la comparación de sujetos depresivos con sujetos normales o mediante la utilización de drogas, habiéndose encontrado pocas evidencias con paradigmas de inducción. Por ejemplo, Bower (1981) encontró que las emociones inducidas no producen tantas diferencias con los sujetos en estado de control como cuando se trata de sujetos que se encuentran biográficamente en ese estado anímico. No obstante, el hecho de que los sujetos con alteraciones emocionales por depresión o efecto de una determinada droga (por ejemplo, alcohol) hayan mostrado este efecto de dependencia debe tomarse con precaución, ya que se ha encontrado que pueden estar asociados a déficits cognitivos de los procesos de organización y recuerdo, como veremos más adelante al hablar de la naturaleza de las tareas de recuperación. No obstante, se han mostrado algunos efectos de dependencia independientemente de los efectos provocados por la ingestión de sustancias tóxicas. Eich y Birnbaum (1988) intentaron provocar efectos de dependencia de estado emocional independientemente de la acción fisiológica del alcohol. Cuando los sujetos tenían la expectativa de estar bajo los efectos del alcohol, aunque realmente no fuera así, la reinstauración de la experiencia subjetiva provocaba efectos de dependencia en las tareas de recuerdo libre, aunque no en las tareas de recuerdo con indicios (les proporcionaban la categoría a que pertenecían las palabras). Estos efectos de la reinstauración de la experiencia subjetiva fueron superiores a los efectos producidos por la reinstauración de estados reales de embriaguez, aun cuando hay que considerar que en este experimento la embriaguez inducida era ligera (provocada por la ingestión de un solo combinado de vodka y tónica en una proporción de 1/4).

Un aspecto muy relacionado con la inducción de estados emocionales y los déficits cognitivos asociados, que pueden estar sesgando los resultados de los estudios que tratan de mostrar efectos de dependencia emocional, es si la alteración afectiva implica únicamente cambios en la dimensión de agradabilidad o también implica cambios en el nivel de activación de los sujetos. Se ha comprobado que el nivel de arousal se ve afectado en sujetos deprimidos, aunque también parece estar afectado en emociones inducidas (Eich, 1995b). Si esto es así, un descenso del nivel de activación puede afectar al rendimiento tanto en sujetos inducidos como en deprimidos, fundamentalmente en tareas de recuperación elaborada.

Varias razones avalan esta hipótesis (Guenther, 1988). Por un lado, las personas con depresión presentan limitaciones cognitivas que afectan a su capacidad de procesamiento. Ellis, Thomas y Rodríguez (1984) proponen que la depresión inhibe los procesos cognitivos controlados, especialmente el tipo de procesamiento que requiere codificar la información de forma que la haga más recuperable, mediante procesos de elaboración de modo que se formen más conexiones entre la información y otros conceptos almacenados en la memoria. Por otro lado, los sujetos deprimidos pueden presentar problemas de distracción por falta de incentivo en los experimentos. Pueden estar tan preocupados consigo mismos y sus problemas que son poco efectivos al procesar información que no tiene que ver con esos problemas. De nuevo, esto puede llevarles a realizar peor las tareas que requieren un mayor esfuerzo consciente. Además, según Guenther (1988), existen evidencias clínicas que muestran que los sujetos deprimidos tienen más problemas que los no deprimidos en relatar un suceso, aunque no los tengan en recuperarlo de la memoria.

Naturaleza de las tareas de recuperación.
Eich (1995b) señala que el tipo de tareas utilizadas para medir el efecto de dependencia pueden variar en sensibilidad. Por ejemplo, Bower (1981) encuentra que es más fácil encontrar el efecto de dependencia cuando la recuperación se evalúa en ausencia de indicios específicos, de lo que parece deducirse que la tarea de recuerdo libre es más sensible al efecto que el recuerdo con indicios o el reconocimiento. La presencia de otros indicios mejores y su efecto sobre la manipulación de elementos específicos del contexto ha sido formulada como la hipótesis del eclipsado mencionada en el apartado anterior, y es aplicable tanto a la manipulación de contexto ambiental como a la del contexto emocional, como han señalado algunos investigadores (Bower, 1992; Eich, 1995b; Tobias et al., 1992). Los datos encontrados por Eich y Metcalfe (1989) que muestran el efecto de la dependencia de estado emocional sólo cuando los sujetos realizan tareas de elaboración llevan a pensar que se obtienen efectos de dependencia únicamente con tareas explícitas de memoria. Además, no podemos olvidar que las tareas implícitas implican una mínima elaboración y los sujetos no “viven” la información recuperada como autobiográfica, siendo una de las características que tiene más importancia en este efecto de dependencia (Eich et al., 1994), como veremos en el siguiente apartado. Sin embargo, Macaulay, Ryan y Eich (1993) han encontrado efectos de dependencia de estado emocional (agradable vs. no agradable) con tareas implícitas de memoria (priming semántico), aunque sólo cuando los sujetos generan las palabras como algo relacionado con su biografía, no encontrando resultados cuando se les proporciona por escrito el material. Una explicación a estos resultados puede tener que ver con el tipo de tareas utilizadas y con el concepto de estado emocional como un esquema que sirve para dar significado a las palabras utilizadas, funcionando del mismo modo que el contexto semántico que, como ya se ha comentado, tiene efectos sobre las tareas implícitas de memoria.
 
Naturaleza de los sucesos.
Bower (1987) confiesa la debilidad del efecto de dependencia encontrado en algunos experimentos y propone una hipótesis para explicar los datos a favor y en contra de las memorias dependientes de estado: la hipótesis de la pertenencia causal. Según ésta no es suficiente la mera contigüidad entre el estado emocional y el suceso para producir una asociación, sino que el sujeto debe percibir la emoción como causalmente perteneciente al suceso o al material dado para ser recordado. Un determinado estado emocional, como un mero hecho incidental, no produce memorias dependientes de estado, mientras que una prolongada situación que lleva a un estado emocional muestra fuertes efectos sobre el recuerdo, como ocurre en el caso de sujetos depresivos reales (Bower, 1987). Evidencias en favor de esta hipótesis han sido encontradas por Bower y Mayer (1989, exp. 4), aunque no han podido ser replicadas en otros experimentos (Bower y Mayer, 1989, exp. 5), lo que deja el estudio de los efectos de dependencia de estado emocional en un dilema de difícil solución, según estos y otros experimentadores (por ejemplo, Ellis y Hunt, 1989; Kihlstrom, 1989).


Otra hipótesis que puede explicar el débil efecto del cambio de contexto emocional sobre la memoria es la propuesta por Baddeley (1982) quien alude también al tipo de relación que existe entre el contexto emocional y la información procesada. En el caso de las memorias dependientes de estado, el estado emocional se considera un tipo de contexto que se procesa al tiempo que la información para ser recordada, pero de forma independiente, siendo una parte más del contexto general en que se presenta la información. No ocurre lo mismo con el estado de ánimo en el fenómeno de la congruencia, ya que éste implica modificaciones en la codificación de los items sesgando los procesos de memoria que se ponen en marcha, en este caso se trata de un procesamiento interactivo más que aditivo (Baddeley, 1990).

El origen de la información, muy relacionado con la relación que se establece entre la emoción y la información, también tiene su importancia. Eich y Metcalfe (1989) realizaron un investigación basándose en la distinción entre memorias internas y memorias externas (Johnson y Raye, 1981) para comprobar si el origen de la información puede actuar como una variable moduladora del efecto de dependencia de estado emocional. La hipótesis de partida es que la información producida por el propio sujeto mediante procesos mentales como razonamiento, imaginación o pensamiento, debe estar más estrechamente conectada con el estado afectivo del sujeto que la información externa que es proporcionada por el experimentador. Manipulando la generación o la presentación de la información (los sujetos la leían o la autogeneraban) y el estado de ánimo de los sujetos, inducido mediante la técnica de ponerles de forma continua música alegre o triste, encontraron que cuando el estado de ánimo es el mismo en la codificación que en la recuperación el recuerdo de los items es mayor que cuando el estado de ánimo varía. Esta ventaja de la reinstauración del contexto emocional es mayor para los items generados que para los leídos. Estos datos encontrados a lo largo de varios estudios les llevan a hipotetizar que la búsqueda de evidencias en favor del fenómeno de dependencia se ve favorecida si los sujetos se embarcan en procesos mentales internos para generar la información objeto de recuperación.

Los resultados e hipótesis de Eich y Metcalfe (1989) coinciden con los modelos de memoria analizados en el capítulo 3. Según esto, una mayor elaboración (en términos de Mandler, 1980) en los procesos de memoria implica que los recuerdos sean más episódicos, lo que significa que existe una mayor integración inter-ítem de la información en la biografía del sujeto, dando lugar a una mayor implicación de los estados emocionales. La información generada por el sujeto mediante procesos de imaginación, pensamiento y/o razonamiento está más elaborada que la información leída. Algunos estudios sobre las características de los relatos de memoria respecto a su origen confirman que en los relatos de origen interno aparecen más alusiones a procesos cognitivos (Schooler, Gerhard y Loftus, 1986) que en los relatos más externos. Más aun, Suengas y Johnson (1988) proponen que los recuerdos internos contienen más información sobre sentimientos que los recuerdos de origen externo.

De acuerdo con ambas hipótesis, algunos experimentos han mostrado que sólo la información que está relacionada con los sujetos se ve afectada por el estado de ánimo (Bradley y Mathews, 1983; Eich, Macaulay y Ryan, 1994). Esto es, cuando el contexto emocional forma parte de la biografía del sujeto. Eich et al. (1994) enfatizan la relación del sujeto con la información en lo que denominan principio de hazlo-tú-mismo mediante el que argumentan que el estado emocional muestra un fuerte efecto sobre las memorias cuando la información tiene un carácter autobiográfico que implica aspectos internos del sujeto, y cuando en su recuperación intervienen procesos activos tales como razonamiento, reflexión y pensamientos co-temporales. Diferencian este tipo de memorias dependientes de estado de las memorias en las que están implicados procesos perceptivos relativamente automáticos y dirigidos por los datos a los que no afectan los cambios en el estado emocional del sujeto. Y lo argumentan con el siguiente ejemplo: si presentamos una rosa a un sujeto deprimido y a otro no deprimido y luego les pedimos que la recuerden o la reconozcan, no tendrán graves dificultades haya cambiado o no su estado emocional desde el momento en que la percibieron. Sin embargo, si les pedimos que recuerden un episodio vivido por ellos mismos en el que aparezca una rosa, el episodio recordado será distinto dependiendo de su estado de ánimo. Si posteriormente le pedimos que lo recuerden y su estado emocional ha cambiado desde entonces, tendrán más dificultades que si no ha cambiado (Eich et al., 1994).

En resumen, el efecto sobre los procesos de recuperación episódica aparece cuando el estado emocional se ha procesado de forma interactiva con la huella de memoria. Cuando las demandas de la tarea y el tipo de información objeto de recuperación (en el sentido que Bower, 1987, utiliza cuando se refiere a emociones causalmente relacionadas con el suceso; o Eich et al., 1994, cuando hablan de información que implica al sujeto en términos de hazlo-tú-mismo) requieren la puesta en marcha de mecanismos inferenciales que implican procesos de búsqueda conscientes, el significado de la información codificada se ve afectado por ese estado de ánimo relacionado interactivamente con la información a lo largo de las distintas fases de codificación (selección, abstracción, interpretación e integración). En este caso, un cambio en el estado de ánimo afecta no sólo a la accesibilidad de la huella original sino también a los procesos de búsqueda y de toma de decisión sobre sus rasgos característicos que llevan a la recuperación con éxito.

Contexto cognitivo
En los anteriores apartados se han analizado los efectos que el contexto ambiental y emocional, considerados por separado, tienen sobre los procesos de recuperación. Los datos han mostrado que el efecto de dependencia en ambos tipos de contexto es débil y se encuentra en contadas ocasiones (Smith, 1988; Bower y Mayer, 1989). Sin embargo, cuando se han encontrado efectos contextuales claros, la manipulación del contexto implica la modificación de elementos independientes del contexto, ya sean ambientales o emocionales, y la modificación de aspectos más globales alterando al tiempo características ambientales y emocionales (Cañas y Nelson, 1986; Smith, 1979), incluso fisiológicas (Godden y Baddeley, 1980), en lo que podemos denominar contexto cognitivo.
Uno de los factores que explica esta falta de efectos de dependencia es que se manipula cada uno de esos contextos aisladamente y sin una clara relación con la información ni con el contexto entendido en términos más amplios. Baddeley (1990) define el contexto emocional y ambiental como contexto de codificación independiente. “No hay ninguna razón para asumir que el significado de las palabras leídas bajo el agua difiera demasiado del significado de aquellas vistas en tierra. Ni existe ninguna razón para creer que una palabra en estado ebrio sea codificada con un significado diferente a cuando se lee sobrio. En estos casos, el contexto puede influir en la accesibilidad de las huellas de memoria pero no cambiar sus características básicas” (pp. 287-288). Mientras, Eich (1995a) propone que el contexto ambiental tiene efectos sobre las tareas de recuperación cuando tiene relación con estados emocionales específicos, considerando de esta manera que la emoción es un factor mediador de la dependencia ambiental. Smith (1995) argumenta a este respecto que tanto el contexto ambiental como el contexto emocional no son más que dos de los componentes de lo que él denomina contexto mental, que incluye además el estado mental general del sujeto, aspectos fisiológicos, memorias activas, y otros factores incidentales que tienen alguna relación con la información y con su codificación. El contexto mental de un episodio está compuesto por todos estos tipos de información y, teóricamente, puede ser evocado por cualquiera de sus componentes. Una emoción o un ambiente pueden servir como indicios que hacen accesible el resto de la representación del contexto mental del suceso original (Smith, 1995).


Esta concepción de contexto multifactorial aparece en la mayoría de los modelos de memoria. Para Anderson y Bower (1972) el contexto lo forma el estado mental general o actitud del sujeto, el espacio físico, los indicios externos relacionados, el estado fisiológico, y otros items asociados temporalmente. Tulving (1983) considera un contexto cognitivo que puede ser algo más que la suma de los contextos ambiental y emocional. Como vimos, en los estudios en que se han encontrado efectos de la manipulación del contexto ambiental sobre tareas de memoria se manipula un contexto que implica algo más que el ambiente físico que lo rodea (Godden y Baddeley, 1980; Cañas y Nelson, 1986). Y de hecho, algunos experimentos manipulan directamente contextos cognitivos en este sentido, al reinstaurar el contexto de codificación pidiendo a los sujetos que rememoren simultáneamente tanto las condiciones ambientales como las emocionales presentes entonces.

El efecto de la reinstauración del contexto cognitivo sobre la memoria ha sido estudiado en dos áreas diferentes. Por un lado, se ha comprobado su utilidad en la mejora del reconocimiento de caras, y por otro en el recuerdo de sucesos.

Contexto cognitivo y reconocimiento de caras
Malpass y Devine (1981a) llevaron a cabo un experimento en el que mediante un procedimiento de memoria guiada inducían a un grupo de sujetos a reinstaurar cognitivamente el contexto en que ocurrió un acto de vandalismo presenciado 5 meses antes. Esta reinstauración del contexto cognitivo consistió en instar a los sujetos a recordar detalles acerca del ambiente físico en que se produjo el suceso, la secuencia de los hechos y las reacciones que experimentaron sobre el incidente y el agresor. Posteriormente se les pidió que realizaran un reconocimiento del agresor en una rueda fotográfica compuesta por 5 personas. Los resultados mostraron que estos sujetos señalaron correctamente al agresor en más ocasiones que aquellos sujetos que no reinstauraron el contexto.


Estos resultados han sido confirmados posteriormente por otros investigadores que además han puesto de manifiesto otros aspectos interesantes del efecto de la reinstauración del contexto cognitivo sobre el reconocimiento de personas. Krafka y Penrod (1985) realizaron un experimento de campo en el que manipulaban la reinstauración de contexto proporcionando a algunos comerciantes indicios físicos sobre la interacción mantenida con una persona que había comprado unos productos en su tienda 2 ó 24 horas antes. Los resultados mostraron que la reinstauración del contexto afectó a las identificaciones producidas con ambos intervalos de tiempo. Cuando en la rueda de reconocimiento, compuesta por 6 fotografías, estaba incluido el cliente las identificaciones correctas aumentaron significativamente para los sujetos que reinstauraron el contexto. No encontraron efectos significativos sobre las falsas alarmas y rechazos incorrectos. Sin embargo, cuando la fotografía del cliente estaba ausente de la rueda, los sujetos que reinstauraron el contexto cometieron más errores de identificación, ya que rechazaron correctamente a los cebos en menos ocasiones, que aquellos sujetos que no habían reinstaurado el contexto, aun cuando se advirtió a los sujetos que el cliente podía no estar presente en la rueda. Estos datos muestran que la reinstauración del contexto afecta también a los procesos de toma de decisión, y no sólo a los de accesibilidad de la información.

Shapiro y Penrod (1986) realizaron un meta-análisis sobre numerosos estudios (23) que analizaron el efecto de la reinstauración cognitiva del contexto sobre la identificación de personas y confirmaron que este procedimiento tiene importantes efectos beneficiosos sobre las identificaciones correctas, pero también efectos negativos (aunque más moderados) al aumentar las falsas alarmas.

Contexto cognitivo y recuerdo de sucesos
Aunque los resultados anteriores parecen claros, sin embargo, los procesos implicados en el reconocimiento de caras no pueden extrapolarse al recuerdo de sucesos. La memoria de caras tiene unas connotaciones que la hacen muy diferente de la memoria de sucesos y, por tanto, el papel que el contexto juega en la primera puede ser diferente al que juega en la segunda (Baddeley, 1990). Incluso puede ser diferente lo que se entiende por contexto en el caso de caras y de sucesos (Bruce, 1988; Davies, 1988).


La mayoría de los estudios sobre reinstauración contextual sólo muestran efectos cuando se manipula el contexto cognitivo, siendo el efecto de la reinstauración de elementos contextuales independientes (ambiental o emocional) prácticamente nulo e incluso perjudicial (Wilhite, 1991). Scrivner y Safer (1988) realizaron una investigación en la que mostraban a los sujetos una secuencia filmada, de 2 minutos de duración, donde se podía observar un asalto violento a un domicilio particular. Posteriormente pidieron el recuerdo del suceso manipulando la reinstauración cognitiva del contexto en que se produce el asalto (ambiental) o de los sentimientos que les provocó (emocional), o sin reinstauración contextual. Los resultados mostraron que no había diferencias significativas en el uso de ninguno de los dos tipos de reinstauración en comparación con la condición de no reinstauración.

Sin embargo, cuando se reinstaura el contexto cognitivo como un todo, generalmente se producen efectos beneficiosos sobre la recuperación (por ejemplo, Boon y Noon, 1994), aunque algunos estudios no han podido demostrarlo (por ejemplo, Memon, Cronin, Eaves y Bull, 1992). Boon y Noon (1994) no especifican el método seguido para reinstaurar el contexto, Memon et al. (1992) si lo hacen. Piden a los sujetos que relaten un suceso presenciado previamente tras darles las siguientes instrucciones de reinstauración de contexto cognitivo: “puedes imaginarte de nuevo en la clase, antes de que entrara el hombre. Inténtalo y dibuja la escena en tu mente. Piensa en cuando estabas sentado y a quién y qué podías oír desde allí. Piensa en lo que estabas haciendo y en cómo te sentías. Ahora piensa justo en el momento en que entró el hombre. Concéntrate en lo que podías ver de él desde donde tú estabas, y en cómo te sentiste cuando entró. Concéntrate en oír lo que el hombre dijo, viendo donde va, qué hace, que traía con él, y qué parecía. Ahora cuéntamelo despacio, con cuidado y precisando los detalles que puedas ver del hombre, qué dijo y qué hizo”. La reinstauración del contexto cognitivo no es física, sino mental, como ocurre en la mayoría de los estudios que analizan el efecto de la reinstauración de contextos cognitivos. No obstante, como mostraron Smith (1979) o Bjork y Richardson-Klavehn (1989), la reinstauración mental es tan efectiva como la física, y en cualquier caso, de otra forma sería muy difícil reinstaurar algo más que las condiciones del ambiente físico, aun cuando con las instrucciones adecuadas éste puede ser suficiente para hacer accesibles el resto de los elementos del contexto cognitivo. Los resultados encontrados por Memon et al. (1992) muestran que esta reinstauración no es más efectiva mejorando el recuerdo que la utilización de técnicas estándar de recuperación consistentes en pedir a los sujetos que recuerden los más posible del suceso (“me gustaría que te concentraras lo más posible y que me contaras todo los que puedas recordar sobre el extraño y la ocasión en que entró en la clase: dónde fue, qué hizo y qué dijo, qué traía con él, y qué parecía”). Estos resultados pueden explicarse por el tipo de instrucciones que dan como técnica estándar, ya que los indicios que proporcionan son lo suficientemente explícitos como para localizar y hacer accesible la información, e incluso pueden llevar a los sujetos a reinstaurar el contexto de forma espontánea.

Pero además de la reinstauración cognitiva, otro paradigma implica manipulaciones de contextos cognitivos: el cambio de perspectiva como un cambio de punto de vista. Diversos estudios se han centrado en el efecto que el cambio de perspectiva produce sobre la memoria. En éstos se pueden considerar dos tipos diferentes de perspectivas: el cambio de perspectiva puede hacerse modificando el papel que juega el sujeto o su posición física. El primer tipo de perspectiva hace referencia a adoptar un papel diferente al que le correspondió al sujeto en la percepción (Anderson y Pichert, 1978; Nigro y Neisser, 1983), lo que implica un cambio en la interpretación del suceso. El segundo tipo se refiere a un contexto espacial con claras connotaciones ambientales (Boon y Noon, 1994; Memon, Cronin, Eaves y Bull, 1995).

Respecto al que tiene que ver con adoptar un papel diferente, podemos considerar otros dos tipos de cambio de perspectiva: aquel que supone un cambio del esquema que permite interpretar el suceso, que supone una manipulación contextual del tipo definido como semántico y del que nos hemos ocupado al principio de capítulo (Anderson y Pichert, 1978); y el que supone un cambio de perspectiva instando a los sujetos a adoptar un papel diferente que lleva a un cambio en la implicación personal (Nigro y Neisser, 1983).

El cambio de perspectiva como cambio físico o espacial ha sido estudiado en comparación con otros métodos de recuperación como por ejemplo la recuperación múltiple y con la reinstauración cognitiva del contexto. Boon y Noon (1994) encontraron que este cambio produce que los sujetos proporcionan menos detalles que cuando se pide a los sujetos que se esfuercen en recordar la mayor cantidad posible de información por segunda vez. En los estudios realizados por Memon et al. (1995) el cambio de perspectiva provoca que los sujetos proporcionen más información temporal y menos información total correcta e incorrecta (exp. 2) que pedir a los sujetos que traten de recordar lo más posible o que recuerden el suceso sucesivamente desde diferentes puntos de partida. Cuando analizan conjuntamente los datos de los tres experimentos que realizan, encuentran que el cambio de perspectiva produce más errores que la reinstauración de contexto, que esforzarse en recordar lo más posible y que recordar desde diferentes puntos de partida.

En resumen, se ha analizado el efecto de la reinstauración del contexto episódico. Los resultados parecen ambiguos, ya que los efectos de la reinstauración contextual no siempre aparecen, y cuando lo hacen en ocasiones no es en la dirección esperada, aunque en ocasiones este procedimiento facilita la accesibilidad y la recuperación de la información. McSpadden, Schooler y Loftus (1988) hablan de la aparición y desaparición del efecto de la reinstauración del contexto y atribuyen a este fenómeno 3 causas posibles: diferencias en diseños experimentales, diferencias individuales y sesgos de publicación.

Existen marcadas diferencias entre unos estudios y otros, no sólo respecto a los resultados alcanzados, sino también respecto al paradigma de estudio y al tipo de información recordada. El tipo de contexto manipulado es otro de los aspectos que varía de unos estudios a otros. En unos se trata de contexto emocional (estados emocionales, sentimientos), en otros de contexto ambiental que podríamos definir como externo o que informa acerca del origen de la información (condiciones experimentales, habitación donde se realiza el experimento, etc.), y en otros de contexto también ambiental que podríamos definir como interno del suceso o que hace referencia a aspectos de cómo se desarrolló el suceso y que está constituido por datos procedentes de la información objeto de recuerdo (dónde tuvo lugar el suceso, cómo se desarrolló, etc.). Qué tipo de contexto es el más efectivo es algo que no está claro y son necesarias más investigaciones en esta dirección. Algunas hipótesis ya han sido planteadas en este sentido. Como se ha señalado, Bekerian y cols. (Bekerian y Conway, 1988; Bekerian, Dennett, Hill y Hitchcock, 1992) diferencian entre un contexto molecular y otro contexto molar. Recordemos que el primero hace referencia a detalles específicos relacionados con el ambiente y a estados mentales, mientras que el contexto molar se refiere a datos generales del suceso como por ejemplo factores ambientales generales como el tiempo que hacía, el aspecto físico de los actores o acciones generales. El contexto molecular podría identificarse con el contexto independiente del suceso y el segundo con el contexto cognitivo. Según Bekerian et al. (1992) el contexto molecular es más efectivo para el recuerdo ya que proporciona más información, aunque es menos efectivo para la organización de la información que el molar (interactivo). Como los rasgos moleculares de sucesos autobiográficos parecen estar menos integrados en estructuras generales de un suceso que los molares (Conway y Bekerian, 1987), la efectividad de cada contexto parece depender, entre otros, del tipo de información almacenada y de la relación del sujeto con ella (autobiográfica o no). No debemos olvidar tampoco la distinción de Baddeley (1982). En la medida en que el contexto reinstaurado haya jugado un papel en el procesamiento de la información, encontramos que la reinstauración produce efectos positivos sobre la recuperación.

Otra fuente de variación es la manipulación física o mental del contexto (Bjork y Richardson-Klavehn, 1989). En algunos experimentos el contexto (sobre todo el ambiental) se reinstaura de forma real, acudiendo al mismo lugar en que tuvo lugar el suceso o la prueba, mientras que en otros la reinstauración se hace de forma mental (recurriendo a técnicas relacionadas en mayor o menor grado con la imaginación). Smith (1979) manipuló ambos tipos de reinstauración y no encontró diferencias. No obstante, hay que tener en cuenta que la utilización de estrategias que implican la formación de imágenes mentales o relacionadas con procesos de imaginación pueden suponer una elaboración extra de la información que sesgue los resultados obtenidos. Bekerian, Dennett, Hill y Hitchcock (1992) realizaron un estudio en el que encontraron que la formación de imágenes vívidas puede ser una buena estrategia para mejorar el recuerdo. De igual forma, Eich (1985) encontró que la formación de imágenes mentales donde se relaciona el ítem a recordar y algún aspecto del contexto ambiental se ve gravemente afectado por el cambio de contexto en comparación con la formación de imágenes únicamente del ítem.

Una explicación a los efectos del contexto en los procesos de memoria: el contexto interactivo
Hasta aquí se han analizado los principales efectos de los distintos tipos de contexto. En general, los efectos son variados y es difícil encontrar una línea clara que permita entender la aparición y desaparición de datos en favor o en contra del beneficio de la reinstauración del contexto o de los efectos perjudiciales del cambio contextual. La distinción entre contexto interactivo y contexto independiente podría clarificar los distintos tipos de contexto manipulados y explicar los datos encontrados sobre la influencia del contexto en los procesos de recuperación.
 
Contexto independiente y contexto interactivo
Como ya se ha dicho, Baddeley (1982, 1990) proponía que el contexto puede ser procesado de dos formas diferentes: interactiva e independientemente. El contexto se procesa de forma independiente o no interactiva cuando la información relativa a ese contexto se almacena junto con la representación de los estímulos, pero no cambia significativamente la huella de memoria. La codificación interactiva ocurre cuando el contexto presente cambia la forma en que se percibe un estímulo, afectando al significado de la información.


Según las propuestas que se siguen de los modelos de recuperación, y fundamentalmente de la distinción de Tulving (1972) entre información semántica e información episódica, y los componentes de los engramas o huellas de memoria episódica y la información ecfórica, podemos distinguir dos tipos de contextos interactivos: a) contexto interactivo semántico, que interviene en la interpretación conceptual de los estímulos, y b) contexto interactivo episódico que afecta al significado autobiográfico. Cuando se analizó el contexto semántico y su papel en la recuperación episódica se mencionaron varios tipos de información que cumplen con su definición, como por ejemplo los esquemas o los nombres de categorías que Tulving y Osler (1968) proporcionan como indicios de recuperación. De igual forma, cuando se analizó el contexto episódico se señalaron tres tipos de contexto: ambiental, emocional y cognitivo.

Por lo que se deduce de los apartados anteriores, el contexto ambiental y el contexto emocional no afectan al significado de los estímulos, más bien se trata de un tipo de información que se presenta de forma concurrente con la información de los estímulos. Procesados de forma independiente los dos tipos de contexto informan de que determinados estímulos se presentaron junto con otra información que aparece de forma incidental. Su presentación en la recuperación puede servir de ayuda para que el sujeto pueda acceder a la información junto con la que se ha codificado.

Por el contrario, el contexto semántico y el contexto cognitivo afectan al significado de la información y son procesados de forma interactiva con la información. Un aspecto tienen en común el contexto semántico y el contexto cognitivo que hace que los dos se procesen de forma interactiva: en ambos casos la información del estímulo se relaciona con información previamente almacenada, llegando a formar parte de ella. El contexto semántico relaciona la información del estímulo con los conocimientos previos, de forma que éstos dan un significado conceptual a los estímulos. El contexto cognitivo, como contexto episódico que es, relaciona la información del estímulo con los recuerdos previos, de forma que éstos dan un sentido autobiográfico a los estímulos, incorporándolos al conjunto de sucesos que forman la historia vital del sujeto, su biografía. Es decir, la información estimular queda caracterizada por el contexto cognitivo en un espacio y tiempo de la biografía del sujeto. De este modo, el sujeto puede recuperar la información y el contexto cognitivo en que se codificó, como memoria episódica, ya que este contexto le permite ubicar esa información como fruto del recuerdo y, por tanto, que ocurrió en su pasado personal. El contexto cognitivo aporta información espacial y temporal, además de una serie de elementos, emocionales y de implicación personal, que en conjunto proporcionan el sabor autobiográfico que caracteriza a la memoria episódica (Tulving, 1983). Como vimos, tanto Tulving como Anderson y Bower (1972) señalan varios componentes contextuales. Smith (1995) comparte esta concepción multifactorial del contexto, señalando que el contexto mental (cognitivo) está compuesto por elementos emocionales, ambientales, el estado mental general del sujeto, aspectos fisiológicos, memorias activas, y otros factores incidentales que tienen alguna relación con la información y con su codificación. Todas estas concepciones multifactoriales del contexto implican que los elementos que lo componen se integran para dar lugar a un contexto más global cuyos efectos sobre las tareas de recuperación son mucho mayores que cada uno de los elementos por separado (Wegener y Payne, 1997).

Contexto y codificación
En definitiva, el contexto procesado de forma independiente es la información contextual que aparece junto a la información objeto de recuperación pero que no se codifica interactivamente con ella. Así pues, los contextos independientes son moleculares ya que suponen detalles aislados (independientes) del entorno en que se presentan los estímulos, mientras que el contexto cognitivo es molar en el sentido de que engloba diversos elementos estrechamente relacionados formando un todo complejo.


Recordemos que Bekerian y Conway (1988) proponen que el contexto molecular y el contexto molar tienen papeles diferentes en los procesos de recuperación: los primeros se activan automáticamente y están fuera del control consciente mientras que los molares están implicados en procesos conscientes de memoria. Entre los contextos moleculares Bekerian y Conway incluían los aspectos ambientales y los estados internos. Coincidiendo con esta propuesta Baddeley (1982, 1990) afirmó que el procesamiento del contexto independiente se puede llevar a cabo de forma automática, sin gasto de recursos, mientras que el contexto interactivo se procesa de forma controlada implicando gasto de recursos.

Ciertos rasgos de las huellas de memoria cumplen con el requisito de procesamiento automático del contexto independiente. Hasher y Zacks (1979) proponen que algunas características espacio-temporales de la presentación de los estímulos, como la frecuencia de ocurrencia o la localización espacial y temporal, se procesan de forma automática. Este tipo de información cumple con la definición de contexto episódico ya que pertenece al eje espacio-temporal. Esta información procesada por separado de forma automática constituye el contexto independiente. Pero también forma parte del contexto cognitivo. La integración de esos componentes formando un todo junto con otros aspectos de los recuerdos previos del sujeto constituyen el contexto interactivo que requiere un procesamiento elaborativo (Hirst, 1989; Mayes, 1988) que implica gasto de recursos atencionales (Craik, 1989), como requisito imprescindible para que el contexto se pueda procesar interactivamente. El contexto independiente frecuentemente se codifica de forma automática, escapando del control consciente, mientras que el interactivo implica la codificación controlada, ya que es necesario el procesamiento elaborado para que se de la integración entre el contexto y la información.

Craik (1989) señala la importancia de la integración entre el contexto y la información como algo crucial. La codificación supone integrar la información en el contexto, de forma que la presentación de parte del contexto (recuerdo) o parte del hecho (reconocimiento) puede dar lugar a una reintegración del episodio completo codificado. La elaboración y organización del material y la importancia emocional del contenido facilitan la integración de la información en la autobiografía del sujeto. Craik (1989) adjudica a la información emocional un papel relevante en la integración entre los sucesos y su contexto. Según su propuesta, la información emocional es la que aporta el sabor autobiográfico a las memorias episódicas. La información con una implicación emocional del sujeto incrementa la habilidad para recordar el contexto tanto como para recordar el hecho en sí. El mecanismo mediante el cual se explica esta mayor integración, según Craik, es que los sucesos relevantes emocionalmente atraen más atención del sujeto y ese incremento de la atención está asociado con un procesamiento más elaborado del suceso dando como resultado más procesos integradores entre el contexto y el suceso. Esta integración o pertenencia causal parece ser imprescindible a la hora de encontrar efectos contextuales de dependencia (Eich et al., 1994). Eich et al. (1994) enfatizan la relación del sujeto con la información en el principio de hazlo-tú-mismo, argumentando que el estado emocional muestra un fuerte efecto sobre las memorias cuando la información tiene un carácter autobiográfico (en el que están implicados aspectos internos del sujeto) y cuando en su recuperación intervienen procesos activos tales como razonamiento, reflexión y pensamientos co-temporales (Eich y Metcalfe, 1989). Diferencian este tipo de memorias dependientes de estado de las memorias en las que están implicados procesos perceptivos relativamente automáticos y dirigidos por los datos a las que no afectan los cambios en el estado emocional del sujeto. En otro experimento Eich (1985) analizó el efecto de la integración contexto-información sobre la dependencia de contexto. La hipótesis de partida fue que cuanto más repercute un indicio en el procesamiento de un ítem, mayor se espera que sea su efecto. Los resultados mostraron que la formación de imágenes mentales donde se relaciona el ítem a recordar y algún aspecto del contexto ambiental se ve gravemente afectado por el cambio de contexto en comparación con la formación de imágenes sólo del ítem. Cuando los sujetos se embarcan en procesos de elaboración que enriquecen las relaciones entre el contexto y la información, por ejemplo creando imágenes donde ambos están representados, mayor es la integración y más afectan los cambios contextuales. De esta forma, los procesos de elaboración de las huellas de memoria tienen una gran importancia en la integración contexto-información (Craik, 1989). Según Wegener y Payne (1997), la integración se basa entre otras cosas en la evaluación o en la transformación de los elementos físicos del estímulo en representaciones psicológicas relevantes para las tareas de interés, y en que los procesos y productos cognitivos implican la integración de los efectos de múltiples estímulos.

La importancia de los procesos de elaboración en la integración contexto-información ha quedado de manifiesto en algunas investigaciones con sujetos que presentan déficit importantes de memoria y no son capaces de llevar a cabo tareas que implican gasto de recursos. Huppert y Piercy (1982) encontraron, en una investigación con pacientes con síndrome de Korsakoff, que uno de los aspectos que les llevan a realizar tareas de reconocimiento basándose únicamente en la familiaridad de los items (siendo incapaces de proceder a su identificación) es que muestran problemas a la hora de establecer asociaciones entre la información y su contexto de ocurrencia. Este déficit en los procesos de integración les impide recordar cuándo y dónde ocurrió un hecho. La dificultad en procesar la información contextual y por tanto para construir huellas episódicas, que se da en enfermos con problemas para llevar a cabo tareas de recuperación controlada, parece un hecho constatado en diversas investigaciones (por ejemplo, Mayes, 1988; Mayes, MacDonald, Donlan, Pears y Meudell, 1992). Según Hirst (1989) los amnésicos pueden codificar hechos individuales, pero fallan en la realización de asociaciones inter-ítem o mapas espacio-temporales en los que tiene lugar el hecho. Por otro lado, se ha señalado que un déficit en procesar información contextual puede provocar un deterioro en la discriminación del origen de los recuerdos (Johnson et al., 1993) y un déficit en tareas de memoria episódica (“amnesia de fuente”; Shimamura y Squire, 1987, 1991).

Esta distinción entre contexto de procesamiento interactivo y contexto de procesamiento independiente encaja con los resultados empíricos de los experimentos analizados en los apartados previos, que mostraban que sólo cierto tipo de contextos (semántico y cognitivo) afectan a la recuperación, mientras que otro tipo de contextos (ambiental y emocional sin relación con el contenido de la información) sólo muestran efectos en determinadas tareas y bajo condiciones muy específicas.

Contexto y recuperación
Baddeley (1982, 1990) afirma que el contexto independiente afecta al acceso automático de la información pero no a su recuperación. Mientras que el contexto interactivo afecta a la recuperación controlada de la información, en ocasiones relacionada con procesos de memoria cercanos a la resolución de problemas en los que los indicios contextuales son esenciales para llegar a la recuperación consciente de la información, más relacionados incluso con la inferencia que con la retención (Baddeley, 1982).


Recordemos que en el capítulo 3 se distinguía entre procesos de recuperación automáticos y procesos de recuperación controlados, donde sólo los últimos dan lugar a la recuperación episódica. Graf y Mandler (1984) distinguían entre accesibilidad y recuperación. La accesibilidad tiene lugar mediante procesos de activación de las representaciones e implica el acceso directo o automático a la información. En la accesibilidad la información “viene a la mente” en ausencia de información de recuperación relevante. Mientras que en la recuperación intervienen además procesos de elaboración que son controlados e implican el acceso indirecto a la información.

En este mismo sentido Baddeley (1982) distinguía entre evocación automática de la información por los indicios adecuados y recuperación que implica un procesamiento controlado de la información en la que intervienen procesos de búsqueda, de evaluación y toma de decisión, y de reconstrucción. Las características del entorno físico o emocional concurrentes con la aparición de la información original y que se codifican junto a dicha información pero de forma independiente y automática pueden facilitar la accesibilidad de la información original. Al activarse el contexto independiente se activarán a su vez otros elementos concurrentes con su presentación, tanto más cuanto más fuerte sea la asociación entre el contexto independiente y la información. Pero como Graf y Mandler (1984) defienden, la activación hace más accesible pero no más recuperable una huella de memoria. De este modo, el contexto episódico procesado de forma independiente facilita la accesibilidad de las huellas de memoria, mostrándose en tareas de recuerdo libre más fácilmente que en otras tareas. Así lo muestran diversas investigaciones (por ejemplo, Bower, 1981; Eich, 1995b; Godden y Baddeley, 1980) que encontraron más efectos de contextos procesados independientemente sobre las tareas de recuerdo libre que sobre las tareas de recuerdo con indicios o las de reconocimiento. Una razón que se ha esgrimido para explicar este hecho es que sólo bajo condiciones muy específicas la manipulación del contexto independiente muestra efectos de facilitación sobre la accesibilidad de la información. Estas condiciones específicas se dan cuando la tarea de recuperación está dificultada por el paradigma experimental utilizado y sólo el contexto independiente permite discriminar el origen de la información, como ocurría en el experimento 5 realizado por Smith (1979). Sólo cuando éste es el mejor indicio encontraremos efectos sobre la accesibilidad, como ha propuesto la hipótesis del eclipsado (Smith, 1988). En el reconocimiento y en el recuerdo con indicios puede proporcionarse otra información que sirva como mejor indicio que facilite la accesibilidad e incluso la recuperación, eclipsando el papel del contexto independiente sobre la accesibilidad. Además, diversas propuestas teóricas concuerdan con este efecto del contexto independiente facilitando la accesibilidad. Por ejemplo, Tulving y Pearlstone (1966) afirmaron que cuando se accede a un determinado aspecto de la información es más probable que se haga accesible el resto; los modelos de red (Quillian, 1968) afirman que la activación de un ítem se propaga a otros items asociados en la misma red proposicional; Smith (1995) propone que cualquiera de los componentes del contexto mental puede hacer accesible el resto de la información contextual y de ahí la información original que lo acompaña; y las teorías de activación global (Murnane y Phelps, 1993) proponen que la información que se proporciona en las pruebas de memoria pueden activar un conjunto potencialmente grande de items en la memoria.

En definitiva, el contexto independiente puede activar determinada información que tiene una alta probabilidad de hacerse accesible, pero que en ausencia del contexto interactivo, su recuperación se hace más difícil, ya que los procesos de búsqueda y de toma de decisión acerca del origen de las huellas de memoria pueden dar resultados erróneos.

Tanto Baddeley (1982) como Jones (1987) proponían que la recuperación automática por la vía directa de la accesibilidad se explica mediante el principio de codificación específica (Tulving y Thomson, 1973) mientras que la recuperación controlada se explica mediante las propuestas de dos fases, generación y reconocimiento. Según el principio de codificación específica (Tulving y Thomson, 1973) las operaciones seguidas en el proceso de codificación determinan qué información se almacena, y definen qué indicios son eficaces para acceder a la información almacenada. Varias investigaciones (por ejemplo,, Bobrow, 1970; Light y Carter-Sobell, 1970; Thomson, 1972; Tulving y Thomson, 1971) han mostrado que el cambio de contexto de un elemento de la presentación a la prueba afecta a su accesibilidad. Teniendo esto en cuenta, Tulving y Thomson (1973) concluyen que la eficacia de un indicio determinado depende de si el contexto ha sido codificado con la información que se ha de recuperar. También para el modelo HAM es importante que el contexto esté asociado a la información en la codificación para que luego tenga utilidad en la recuperación. Para Anderson y Bower (1974) el contexto consiste en una proposición que especifica la información en términos autobiográficos y cada proposición facilita en mayor o menor medida la accesibilidad de la palabra y su reconocimiento dependiendo del grado de asociación existente y de la ambigüedad de la proposición. Este grado de asociación explica los diferentes grados de confianza, en función de los niveles de familiaridad que supone cada proposición contextual. Cuantas más evidencias pueda encontrar el sujeto en su memoria acerca de la ocurrencia de la palabra en la lista de estudio mayor será la confianza en su decisión, y más fácilmente se superará el umbral del criterio de decisión (Anderson y Bower, 1974). La asociación que se establece entre el contexto independiente y la información por el simple hecho de la concurrencia posibilita que su presentación aumente la probabilidad de que la información se active o haga accesible. Cuanto más fuertemente estén asociados mayor será la probabilidad de que al presentar una se facilite el acceso a la otra, como ocurre en algunos experimentos de Smith (1979) donde fomenta la recuperación múltiple del ambiente y la información como un todo, reforzando las asociaciones existentes entre las dos por repetición.

Así, el contexto juega un papel importante en los procesos de codificación, integrándose con los estímulos originales para formar el engrama, y en los procesos de recuperación, ya que para acceder a la información almacenada en la memoria se necesitan los indicios adecuados que se utilizaron en su codificación y que sirven como pistas para localizarla (Tulving y Thomson, 1973). Pero, el contexto de recuperación facilita el recuerdo si y solo si esa información contextual y su relación con la información objetivo de la recuperación se almacenó al mismo tiempo y como un todo. Esto es, para que el contexto interactivo afecte a los procesos de recuperación debe haberse codificado previamente de forma que haya modificado el significado de los estímulos. Baddeley (1990) pone más énfasis en los procesos de aprendizaje y almacenamiento al referirse al contexto interactivo, mientras que son los procesos de recuperación los que muestran los efectos del contexto independiente. El contexto interactivo afecta a la interpretación de la información en la codificación y en esa medida afecta también a la recuperación, mientras que el contexto independiente no afecta a la información en la codificación y su efecto sólo se muestra en la facilitación de la recuperación. Según los modelos de memoria analizados en el capítulo 3, para llevar a cabo una recuperación episódica son necesarios procesos controlados de elaboración de la información. El procesamiento controlado no sólo es necesario para que se lleve a cabo la integración entre el contexto y la información (Craik, 1989; Hirst, 1989; Mayes, 1988), también lo es para que se pueda recuperar la información en el contexto interactivo que le aporta las características episódicas, de forma que el sujeto pueda ser consciente de que dicha información pertenece a un momento concreto de su pasado, o al menos que ocurrió en un tiempo y en un lugar determinados. En palabras de Schacter (1996), el contexto episódico interactivo afecta al significado autobiográfico de la información, permitiendo la recuperación de huellas de memoria. Es decir, de información episódica, con referencias espacio-temporales y autobiográficas (Tulving, 1983). Baddeley (1982) asume que el contexto procesado de forma interactiva afecta tanto a las tareas de recuerdo como a las de reconocimiento, mientras que el contexto procesado de forma independiente únicamente muestra efectos en tareas de recuerdo. Este efecto se muestra sólo en las tareas episódicas de recuperación, en la que el objetivo es recuperar una información como algo que me ocurrió a mi en un espacio y tiempo concreto de mi vida, como se vió en el capítulo anterior. Para la consecución de este objetivo es necesaria la puesta en marcha de procesos elaborados sobre el origen de la información que implican mecanismos de toma de decisión e inferencias sobre los ejes espacio-temporal y autobiográfico (de implicación personal). Relacionando estos dos tipos de contexto con la teoría de Tulving (1983) de ecforía sinergística, Baddeley (1990) propone que sólo el contexto interactivo será sinergístico, ya que interviene en los procesos constructivos que dan lugar a la información ecfórica de la recuperación (información de la huella + información del indicio) responsable de la experiencia de memoria, mientras que el contexto independiente no. Según Baddeley, a la hora de explicar las diferencias entre recuerdo y reconocimiento, esta concepción contextual está más cercana a los modelos de generación-reconocimiento que al de codificación específica de Tulving, que como hemos visto está más cerca de la concepción del contexto independiente. En cualquier caso, debemos tener en consideración la menor sensibilidad de las tareas de reconocimiento al detectar efectos contextuales, fundamentalmente debido a que las tareas de reconocimiento pueden realizarse mediante procesos de familiaridad (en los que interviene el contexto independiente) o mediante procesos de identificación (que requieren la presencia del contexto interactivo), aspecto que no es tenido en cuenta habitualmente por los paradigmas experimentales utilizados.

Conclusiones
En resumen, podemos distinguir dos tipos de contexto. Aquel que está integrado con la información original, de modo que forma una representación o huella de memoria con un significado (semántico y autobiográfico) específico. Y aquel que, apareciendo junto con la información, no tiene ninguna relación con ella y se procesa como un elemento más pero independiente de la información. El contexto tiene un papel en los procesos de recuperación controlada sólo cuando se procesa de forma interactiva con la información. Unicamente en este caso su manipulación muestra efectos de dependencia sobre las tareas de memoria. Así, se ha afirmado que es necesaria la asociación (Anderson y Bower, 1972), la pertenencia causal (Bower, 1987; Fernández y Glenberg, 1985), o la integración (Craik, 1989; Eich, 1985; Eich, Macaulay y Ryan, 1994) entre el contexto y la información para que se den estos efectos de dependencia. Habiéndose puesto de manifiesto que la simple contigüidad entre la información central y la información contextual (espacio-temporal, emocional, etc.) no implica que se establezcan relaciones entre ellas. El contexto independiente se codifica y recupera de forma automática, afectando al acceso automático de la información, lo que encaja con el principio de codificación específica y los modelos asociativos que explican la recuperación automática que se da en el acceso directo. El contexto interactivo se codifica de forma controlada ya que es necesaria la elaboración para que se produzca la integración entre contexto e información, y se recupera también de forma controlada, encajando con las propuestas de recuperación controlada en términos de reconstrucción, recuperación episódica o recuperación elaborada.

Por otro lado, tenemos que los datos muestran que el contexto procesado de forma independiente afecta raramente al rendimiento de los sujetos en tareas de recuerdo libre, mientras que el contexto interactivo afecta frecuentemente al rendimiento en tareas de recuerdo y reconocimiento. La manipulación del contexto interactivo se mostrará mejor en el rendimiento de los sujetos que la manipulación del contexto independiente. Esto se debe a que un cambio del contexto interactivo de la presentación a la prueba de memoria implica recuperar información errónea ya que el sujeto accederá a información con un significado (autobiográfico) diferente del buscado. Por otra parte, la presencia del contexto interactivo en la recuperación mejora el rendimiento de los sujetos en tareas episódicas debido a que dirige el procesamiento controlado que da lugar a la recuperación episódica restringiendo el campo de búsqueda y aportando información acerca del origen de los recuerdos lo que facilita los procesos de evaluación y toma de decisión que se dan en la recuperación controlada. Mientras que el contexto independiente sólo facilita el acceso automático a la información. Tanto la estrategia controlada como la estrategia automática pueden ser válidas para realizar una tarea episódica, pero siempre serán más eficaces las que implican la recuperación episódica ya que cumplen con el objetivo de estas tareas. Más aun, al definir los dos tipos de contexto se ha propuesto que el contexto episódico interactivo caracteriza a la memoria episódica debido a que relaciona la información del estímulo con los recuerdos previos integrando los hechos procesados interactivamente con el contexto episódico en la autobiografía del sujeto. Esto es, dando sentido autobiográfico a los hechos de forma que el sujeto tenga conciencia de que sucedieron en un tiempo y lugar de su pasado (conciencia autonoética). Mientras, el contexto independiente no es suficiente para dar lugar a una memoria episódica, ya que no es capaz de relacionar los estímulos con la historia vital del sujeto. Así, el contexto interactivo no solo afecta al rendimiento en tareas de memoria episódicas, también afecta al tipo de experiencia de memoria que permite a los sujetos resolver las tareas de memoria.
 
Procesos de recuperación en recuerdo y reconocimiento
Es importante distinguir cómo se recupera la información de la memoria porque: a) tanto las tareas de recuerdo como las de reconocimiento pueden realizarse de forma controlada (lo que requiere un esfuerzo consciente de recuperación) y de forma automática; b) a los procesos automáticos no les afecta la disponibilidad de recursos cognitivos y por lo tanto las situaciones de doble tarea, lo cansado que esté el testigo o lo nervioso que se ponga al prestar declaración; y c) dan lugar a experiencias de recuperación diferentes, ya que en la recuperación automática el testigo no tiene conciencia de estar recordando, pero la información previamente almacenada afecta a su comportamiento, mientras que en la recuperación controlada el testigo es consciente de la recuperación y solo sobre ésta puede emitir juicios y ser verbalizada.


Por ejemplo, cuando le pedimos a un testigo que señale al posible autor de un delito en una rueda de reconocimiento puede hacerlo mediante un proceso de razonamiento que implica recuperar la imagen del autor de delito y compararla con cada uno de los componentes de la rueda, o basarse en la sensación de familiaridad que le genera alguna de esas personas sin la experiencia de memoria que le permite ser consciente de porqué resulta familiar.

De igual modo ocurre con los recuerdos. La recuperación sobre qué ocurrió puede realizarse mediante un proceso de reconstrucción e inferencia más cercano a la solución de problemas o de forma automática, como ocurre cuando de pronto se hacen accesibles recuerdos simplemente por el hecho de estar asociados, por ejemplo, a un determinado olor muy familiar.

Cada proceso tiene unas características específicas, se ve influenciado por distintos factores, está soportado por diferentes sistemas de memoria y da lugar a experiencias de memoria diferentes que provocan declaraciones e identificaciones distintas.

Además, todos estos elementos explican, entre otras cosas, porqué no son válidos algunos de los sistemas de detección de la mentira basados en la medición del gasto de recursos cognitivos, bajo el supuesto de que la producción de una mentira requerirá más recursos que la descripción de un suceso real (ver capítulo 14). En algunos casos, recuperar un detalle real puede requerir más recursos cognitivos que la generación de una mentira. Explica, también, porqué los testigos algunas veces no son capaces de describir qué hicieron en una determinada situación, siendo supuestos expertos, y se comportan como novatos. O porqué no siempre son fáciles las valoraciones que el testigo hace sobre sus propios recuerdos y reconocimientos.

A continuación describiremos las principales propuestas sobre sistemas de memoria, para después centrarnos en los diferentes procesos implicados en la recuperación automática. Sobre las experiencias de memoria nos centraremos en el capítulo siguiente.

Sistemas de memoria
Podemos distinguir entre varias categorías de memoria en el eje automático-controlado cada una de las cuales ha dado lugar a dimensiones diferentes, aunque relacionadas.
 
Memoria declarativa y memoria procedimental
Para un testigo podría ser relativamente fácil describir unos determinados hechos, pero mucho más difícil informar pormenorizadamente acerca de cómo llevó a cabo una acción. Por ejemplo, intente describir de forma detallada cómo conduce. De este modo, a un piloto de avión le sería muy difícil describir detalladamente todos y cada uno de sus comportamientos implicados en la gestión de la nave. Igualmente, le será difícil a un técnico experto detallar cómo hace para ensamblar un motor o para programar una máquina de diagnóstico médico. En la medida en que se tratan todas ellas de acciones que forman parte de un procedimiento repetido hasta la saciedad durante un amplio periodo de tiempo, se habrán automatizado y la realización de gran parte de esas acciones deja de ser consciente, lo que no implica una peor ejecución sino más bien lo contrario. A un conductor experto le puede ocurrir recorrer un trayecto, y cuando llega a su destino no ser del todo consciente de cómo lo ha hecho, aun cuando esa conducción “automática” no implique cometer errores, seguramente menos que los que cometerá un conductor novel. Por otro lado, si a ese conductor experto o a ese técnico les obligamos a realizar la tarea de forma completamente consciente, por ejemplo pidiéndoles que vayan describiendo qué hacen, nos encontraremos con que su rendimiento disminuirá significativamente.


Estos hechos se explican por la implicación de diferentes tipos de memoria.
Squire (Squire, 1986; Squire y Cohen, 1984; Squire, Knowlton y Musen, 1993; Haist, Shimamura y Squire, 1992) distingue entre dos sistemas diferentes de memoria, basados en el conocimiento declarativo y en el conocimiento procedimental (ACT; Anderson, 1976). O más recientemente, entre memoria declarativa y memoria no-declarativa (Squire, 1994).
El conocimiento declarativo es definido por Anderson como el conocimiento de los hechos sobre el mundo, “el saber qué” ; mientras que el conocimiento procedimental es aquel que se refiere a cómo se hacen las cosas, “el saber cómo”. Según Ryle (1949) ambos tipos de conocimiento se diferencian, en cuanto a su adquisición, en que el declarativo se adquiere como un todo-o-nada y puede obtenerse repentinamente a través de la palabra; el conocimiento procedimental, sin embargo, se adquiere de forma gradual a través de estrategias. Anderson (1976) añade a la distinción que el conocimiento declarativo puede comunicarse verbalmente, cosa que es extremadamente difícil en el caso del procedimental. Tanto la memoria episódica como la memoria semántica son memorias declarativas.

Squire y Cohen (1984) recogen la distinción de Anderson y la plantean en términos de sistemas de memoria; la memoria declarativa y la memoria procedimental son propuestas como dos sistemas diferentes. Squire (1990) les atribuye las siguientes características: a) la memoria declarativa está modelada por el mundo exterior, es explícita, es una memoria para hechos, es flexible y está basada en el aprendizaje con una única presentación; y b) la memoria procedimental es una colección heterogénea de capacidades o habilidades motoras, perceptivas y cognitivas, está basada en los cambios en comportamientos específicos, es responsable de la capacidad para responder a estímulos en situaciones de condicionamiento clásico, recoge los cambios temporales en el proceso de facilitación, es la responsable de los cambios de comportamiento a través de la experiencia, y es implícita.
Posteriormente, Squire (1994) abandona el término memoria procedimental en favor de memoria no-declarativa para referirse a las habilidades de memoria no conscientes, en contraste con la recuperación consciente de hechos y sucesos que define como memoria declarativa, y afirma la similitud de significado entre los términos memoria no-declarativa y memoria implícita.

Memoria explícita y memoria implícita
La memoria explícita fue definida por Schacter (1987) como la recuperación intencional o consciente de un episodio previamente aprendido, mientras que por memoria implícita hace referencia a aquellos cambios en la ejecución de una tarea o conductas producidas por experiencias previas en pruebas que no requieren la recuperación consciente de dichas experiencias. Las tareas de recuperación explícita necesitan el procesamiento consciente de la información (Merikle y Reingold, 1991; Parkin, Reid y Russo, 1990), así como la recuperación consciente del material presentado previamente (Bowers y Schacter, 1990).

Frecuentemente los términos explícito e implícito se asocian más con tareas que con sistemas de memoria, siendo el propio Schacter (1987; Schacter y Tulving, 1994) quien reconoce que no puede hablarse de sistemas de memoria implícitos y explícitos aunque es frecuente encontrar en la literatura esta mención a los sistemas. Los términos explícito e implícito son conceptos descriptivos que se refieren a las diferentes formas en que una memoria puede expresarse (Schacter y Tulving, 1994).


Diferentes propuestas tratan de explicar la ejecución de las tareas implícitas: el sistema PRS de representación perceptiva y el sistema QM o de cuasimemoria sin huella.

Schacter (1992, 1994) propone un sistema de representación perceptiva (PRS) responsable de los efectos de facilitación en el acceso a la información almacenada en la memoria, que se darían en la recuperación implícita. El sistema PRS actuaría independientemente del sistema de memoria episódico o declarativo y sería el encargado de procesar y representar la información sobre formas y estructuras dejando de lado significados y otras propiedades asociativas de palabras y objetos.

Por otro lado, Hayman y Tulving (1989 a y b) sugieren que los efectos de facilitación se producirían por la mediación de otro sistema de memoria que denominan cuasimemoria sin huella (QM), de propiedades también muy diferentes a las del sistema de memoria episódico. En este sistema QM cuando se produce una presentación sensorial el aprendizaje ocurre por cambios en los procedimientos que operan con los estímulos, y no por el establecimiento de huellas que representen los estímulos originales necesarios para la recuperación consciente. Los cambios en el sistema QM incrementan la probabilidad o rapidez de respuesta ante un determinado estímulo, pero no suponen el conocimiento de que un estímulo se haya presentado en un momento dado.

Procesos de recuperación
Como señalamos al inicio del capítulo, para resolver tareas de memoria se pueden emplear dos tipos de procesos: a) la activación de una representación mental que facilita la accesibilidad de la información almacenada, y b) la elaboración que establece relaciones entre los diferentes componentes mentales de los contenidos e incrementa su probabilidad de recuperación (Graf y Mandler, 1984). Es decir, la mayor parte de las tareas de memoria podrían ejecutarse mediante procesos automáticos o controlados, asociados a distintos niveles de conciencia, pero de idénticos resultados si medimos su efectividad únicamente en términos de exactitud. Así ocurre tanto con tareas de recuerdo como con tareas de reconocimiento.

Reconocimiento
En el reconocimiento de personas las experiencias de memoria darían lugar a dos formas diferentes de realizar la tarea de identificación: por familiaridad (me suena esa cara) o por identificación (justo esa es la persona que el viernes de la semana anterior, en el garaje, me robó la cartera). La primera implica un camino directo que no precisa de procesamiento consciente, mientras que la identificación es indirecta y requiere de un proceso de elaboración consciente (Mandler, 1980).


En la misma dirección, Jacoby y Dallas (1981) proponen dos tipos de reconocimiento, reconocimiento perceptivo y memoria de reconocimiento. El reconocimiento perceptivo se lleva a cabo mediante juicios de familiaridad, teniendo en cuenta información física; mientras que la memoria de reconocimiento coincide con el reconocimiento por identificación como resultado de procesos de elaboración planteado por Mandler (1980), mediante procesos de toma de decisión que implican la recuperación del contexto en que se codificó la información.

Los procesos que se llevan a cabo cuando el sujeto necesita recuperar el contexto para responder de forma analítica a las tareas (procesos de toma de decisión) son conscientes y controlados. La característica principal de la recuperación controlada es la elaboración (Baddeley, 1982; Jones, 1982; Mandler, 1980). Se trata de una recuperación costosa, analítica, que incluye varios procesos como la generación de candidatos y su reconocimiento (Anderson y Bower, 1972), o la integración contexto-información perceptiva y subsiguiente ecforía (Tulving, 1983). El procesamiento controlado se encuentra guiado por el contexto. Según Anderson y Bower la búsqueda no se realiza al azar sino que el contexto la delimita. Los indicios de recuperación serán claves que permitirán que la recuperación se complete satisfactoriamente. Sin ellos los procesos de búsqueda pueden dar como resultado la recuperación de información errónea debido a la multitud de representaciones que pueden existir en el sistema, tantas como significados tengan los estímulos (Anderson y Bower, 1974; Tulving y Thomson, 1973).

Los procesos basados en la fluidez perceptiva son automáticos y se producen normalmente cuando se realizan reconocimientos por adivinación. La facilitación que se produce en una tarea indirecta de memoria no necesita ir acompañada por ningún tipo de intención de recordar o conciencia de hacerlo, mientras que la ejecución de una tarea directa de memoria requiere que los sujetos recuperen intencionalmente un episodio pasado (Jacoby, 1991, 1994).

Jacoby y Dallas (1981) relacionan su distinción con la propuesta de Tulving (1972) que distingue entre memoria episódica y memoria semántica. El reconocimiento por identificación es una tarea de memoria episódica, ya que depende de que se haya formado una huella episódica; mientras que el reconocimiento perceptivo es una tarea de memoria semántica que depende solamente del nivel de activación de la representación semántica del ítem evaluado. Este hecho explica por qué variables como el nivel de procesamiento afectan al reconocimiento por identificación y no al reconocimiento perceptivo, puesto que el nivel de procesamiento influye en la probabilidad de que se forme una huella episódica. En esta dirección, Jacoby (1982) señala que el escaso rendimiento en tareas de reconocimiento que presentan los sujetos amnésicos se explica porque no son capaces de utilizar espontáneamente procesos de elaboración durante la fase de estudio de la información y tienden a basarse en una identificación perceptiva para resolver las tareas de reconocimiento.

En la recuperación de información semántica el sujeto no es consciente del contexto en que se adquirió ese conocimiento. Sin embargo, una de las características principales de la memoria episódica es precisamente que el sujeto es consciente de estar recordando una experiencia previa (Tulving, 1983). En el primer caso se habla de experiencia de conocimiento y en el segundo caso de experiencia de recuerdo. De esta forma, el reconocimiento perceptivo (tarea de memoria semántica) no requiere que el sujeto sea consciente de que está recuperando para que aparezcan efectos del estudio previo.

Recuerdo
En el recuerdo ocurre algo similar al reconocimiento. El recuerdo incidental autobiográfico es una experiencia relativamente común, que frecuentemente se produce en situaciones en las que algo de pronto evoca el recuerdo de un suceso vivido previamente (Berntsen y Hall, 2004). Sin embargo, en otras ocasiones el recuerdo se hace accesible sólo depués de un costoso proceso de recuperación. Así, podemos diferenciar entre recuerdo intencional y recuerdo incidental.


El acceso directo a la huella de memoria tiene un alto componente de procesamiento automático (Jones, 1982, 1987). Mientras que el acceso indirecto implica la búsqueda y generación de la información, y procesos de toma de decisión acerca del origen de los recuerdos, cercanos a las tareas de resolución de problemas y en los que están implicados procesos controlados. Según Jones, la recuperación que implica procesos automáticos se explicaría mediante el principio de codificación específica (Tulving y Thomson, 1973) mientras que la recuperación indirecta se explicaría mediante los modelos de generación-reconocimiento (Anderson y Bower, 1973). La ruta directa (más automática) tiene en común con el principio de codificación específica que el grado de solapamiento entre la información que proporciona la recuperación y la información de la huella de memoria es lo que permite que el acto de recuperación sea un éxito o un fracaso. Sin embargo, la ruta indirecta, a través de toda la red, implica esfuerzo y gasto de recursos cognitivos y sería similar al proceso de generación de candidatos en los modelos de generación-reconocimiento (Jones, 1987).

En este sentido, Baddeley (1982, 1990) distingue entre dos tipos de recuerdo: recuperación y evocación automática de la información.

La recuperación hace referencia a un proceso activo que incluye la búsqueda mediante indicios de recuperación, la evaluación de los candidatos y la construcción sistemática de la representación de una experiencia pasada que pueda ser aceptable. La elaboración y el nivel de procesamiento afectan de forma importante a este tipo de recuperación.

La evocación automática por la vía directa de la accesibilidad que producen los indicios se explica según Baddeley mediante el principio de codificación específica (Tulving y Thomson, 1973), como también propone Jones (1982).

Pero además, determinados tipos de información podrían ser más propensos a procesarse de forma automática. Mientras que otros requieren de procesos inferenciales para poder ser recuperados.

Procesamiento automático de detallesA finales de los años setenta, Hasher y Zacks (1979) analizaron algunos aspectos de la información que, para ser codificados, requieren recursos atencionales mínimos, y que denominan automáticos. Estas operaciones automáticas de la memoria funcionan a un nivel constante bajo circunstancias muy diversas que implican grados distintos de recursos disponibles y no se benefician de la práctica. Estos procesos automáticos procesan información de los sucesos como su frecuencia de ocurrencia, su localización espacial y temporal, y el etiquetado. Más adelante, Hasher y Zacks (1984) confirman estos resultados respecto a la frecuencia de ocurrencia de un suceso. No obstante, estos datos han sido refutados en experimentos llevados a cabo por otros investigadores que con medidas diferentes de memoria han mostrando que la frecuencia de ocurrencia es sensible a variables como la intención, las tareas de atención dividida o a las estrategias de codificación que afectan a los niveles de procesamiento (Greene, 1984, 1986; Naveh-Benjamin y Jonides, 1986); de igual forma, se han encontrado evidencias opuestas a la automaticidad del procesamiento de aspectos como la localización espacial (Naveh-Benjamin, 1987, 1988) y la información de orden temporal (Naveh-Benjamin, 1990, Troyer y Craik, 2000). Sin embargo, Ellis (1990) encontró, con una tarea distinta a la utilizada por Naveh-Benjamin, que la codificación espacial cumplía con los criterios de automaticidad.

Una explicación a la contradicción entre los datos obtenidos por unos y otros experimentadores se encuentra en los trabajos de Bargh (1982, 1988; Bargh y Pietromonaco, 1982), que teniendo en cuenta las propuestas de Hasher y Zacks (1979), muestran que algunos aspectos relacionados con información relevante para el sujeto y relativos a la percepción social y a la interpretación de situaciones se procesan de forma automática. Algunos aspectos del suceso pueden ser procesados automáticamente siempre y cuando tengan relevancia para el sujeto respecto a unas metas específicas (Bargh, 1988) o se vean afectados por constructos crónicamente accesibles (Bargh y Pietromonaco, 1982; Diges, 1995) que facilitarán su procesamiento incrementando la automaticidad de codificación para poder dirigir los recursos disponibles a la codificación consciente de otro tipo de información del suceso.

Así pues, podemos afirmar que no todo tipo de detalles se procesan de la misma forma, lo que condiciona su recuperación.
 
Falsas Memorias
El recuerdo que tenemos de cualquier suceso suele consistir en un esquema tipo que se actualiza con detalles del episodio concreto. De esta forma, nuestros recuerdos son generalmente como caricaturas de la realidad, donde ciertos rasgos sobresalen más que otros, que quedan borrados o muy desdibujados. Cuando se nos pide que recordemos lo sucedido, de forma implícita se pide una historia coherente y completa del suceso. Es decir, que demos una fotografía a partir de la caricatura. Para llevar a cabo esta tarea debemos rellenar los detalles desdibujados o inexistentes del suceso que no almacenamos en nuestra memoria. Este relleno de las lagunas de nuestros recuerdos lo realizamos a través de inferencias que recogen información procedente de nuestros conocimientos y experiencias previas, y de información proporcionada posteriormente al suceso. Algunas de estas inferencias serán correctas, lo que dará como resultado que proporcionemos más información, sin embargo, otras serán incorrectas, de lo que resultarán distorsiones de la realidad. Así, las falsas memorias de los testigos presenciales son mucho más frecuentes de lo que pensamos.


Davies y Loftus (2006) relatan un ejemplo de falso recuerdo muy divulgado en su momento: el accidente aéreo del vuelo 800 de la TWA, ocurrido en Estados Unidos el 17 de julio de 1996, donde murieron 230 personas. Entonces, algunos testigos describieron el accidente de modo que sus declaraciones parecían consistentes con un ataque de un misil al avión. Algunos investigadores y los medios de comunicación inicialmente compartieron esta teoría como posible causa del accidente. Sin embargo, las evidencias demostraron que el avión no cayó debido al impacto de un misil, sino por una chispa eléctrica que inflamó el combustible de los depósitos. Un análisis acerca de porqué algunos testigos mencionaban haber visto un misil indicó que la información podía proceder de sugerencias aceptadas por los testigos, originadas por especulaciones sobre las causas del accidente. La teoría del misil fue publicada y ampliamente difundida por los medios de comunicación como una posibilidad inicial, la gran cantidad de información generada a partir de ahí dio lugar a que posteriormente los testigos presenciales empezaran a aportar información consistente con esta falsa teoría. De este modo, podemos encontrar muchos casos similares en los que testigos presenciales y víctimas de catástrofes han proporcionado declaraciones falsas a partir de teorías especulativas sobre las causas. El problema es que luego será muy difícil convencer a los testigos de que sus recuerdos sobre el suceso se transformaron debido a información falsa aportada posteriormente a la ocurrencia del hecho. Todavía hoy, trece años después y muchas evidencias en contra, pueden encontrarse artículos que defienden la teoría del misil en la catástrofe del avión de la TWA (claro que también pueden encontrarse artículos que defienden que la catástrofe se produjo porque el avión habría chocado contra una nave extraterrestre). En definitiva, las informaciones proporcionadas por los medios, instantes después de ocurrida una catástrofe, influirán en el recuerdo que del hecho tengan los testigos, incluso llegando a transformar completamente la realidad del suceso. Razón por la cual, deberían manejarse con sumo cuidado estas informaciones hasta no contar con las declaraciones completas de todos los testigos. Y en cualquier caso, considerar la credibilidad de sus declaraciones siempre a la luz de la información trasmitida por los medios desde la ocurrencia del suceso.

No obstante, no es necesario que se publique información sobre los sucesos para que los recuerdos se vean alterados. Cualquier otra información que llegue al testigo después del suceso tendrá el mismo efecto, sea cual sea su fuente.

El origen de las falsas memorias es muy variado. Así, pueden dar lugar a falsas memorias la información post-suceso, la simple imaginación, la reconstrucción del suceso, las recuperaciones múltiples, diferentes tipos de terapias (como la imaginación guiada) y distintos métodos de obtención de las declaraciones (como por ejemplo, la hipnosis). La toma de declaración, y en concreto las preguntas, es el procedimiento más peligroso por ser potencialmente generador de más falsas memorias.

Davies y Loftus (2006) especifican tres tipos de falsas memorias: a) memorias selectivas o fallos selectivos en la recuperación, b) memorias falsas sobre hechos que los sujetos no han vivido realmente, y c) distorsiones o alteraciones de la memoria de hechos vividos por los sujetos. Por otro lado, habría dos fuentes generadoras de estos fallos de memoria: a) procesos inferenciales y esquemáticos, y b) fuentes de información sesgada.

Memorias recuperadas
Las memorias recuperadas son aquellas memorias aparentemente reprimidas y que muchos años después afloran a la conciencia. La mayoría de los investigadores alertan de la falsedad sistemática de este tipo de memorias (Loftus, 1993; Loftus y Davies, 2006; Loftus y Ketcham, 1991). Recordar de pronto, veinte años después, que en la infancia se sufrieron agresiones sexuales no parece muy posible debido al funcionamiento de los procesos de memoria. Lo que entonces difícilmente pudo codificarse como una agresión sexual, por los conocimientos de los niños acerca de lo que esto implica, ahora no se podrá recuperar como tal. Recordemos que la memoria lo que almacena son interpretaciones de la realidad, no la realidad misma. ¿De dónde surge la información, a partir de la cual se genera esta falsa memoria? De la interferencia entre sucesos reales, por ejemplo escenas de higiene del niño que implican una manipulación genital, más situaciones de castigo que impliquen agresión física, más conocimientos e interpretaciones nuevas, todo ello mezclado y aderezado con la creencia de que las agresiones sexuales pudieron tener lugar. Por ello, muchos autores (por ejemplo, Davies y Loftus, 2006; Kihlstrom, 2006; Lindsay y Read, 1994; Loftus, 1993; Pendergrast, 1998; Yapko, 1994) han alertado del peligro de algunos tipos de terapias, y de libros sobre agresiones sexuales donde sin una base científica se afirma la existencia de memorias reprimidas en este tipo de agresiones, acompañados de listas de síntomas característicos que pueden inducir falsamente a pensar que sucedió una agresión.

Especialmente significativo resulta el siguiente fragmento de una noticia aparecida en El País Digital el 4 de febrero de 2007: “Claudia también lapidó los abusos que sufrió a los cuatro años a manos de un familiar. Incluso llegó a dudar si alguna vez ocurrieron. “Intuía algo, pero no sabía exactamente qué había sucedido”. Tras leer un reportaje sobre el tema, que había guardado durante meses en un cajón, y reconocer las sensaciones que los protagonistas relataban, decidió llamar a ... (una asociación especializada en el asesoramiento, tratamiento, sensibilización y prevención de los abusos sexuales a menores). “Aquí me explicaron que lo que sentía era fruto de los abusos. Empecé a entender muchas cosas”. (De la Rosa, 2007)

No sabemos si Claudia realmente sufrió abusos sexuales a la temprana edad de 4 años, pero el hecho de que una fuente externa asuma que fue así a partir de una reinterpretación de los recuerdos infantiles, de una edad en la que es frecuente la amnesia infantil y de los que la misma afectada ya adulta no está segura que realmente correspondan a una agresión sexual, debería hacer que abordemos este caso con extrema cautela.

Muchos argumentos se han dado en contra de la existencia real de las memorias reprimidas (o disociadas) hasta el punto de que algunos investigadores las han considerado un mito (Loftus, 1993; Loftus y Ketcham, 1991). La existencia de las memorias reprimidas y los episodios de amnesia asociados a los sucesos traumáticos no están probados. Algo muy distinto es la situación en la que los testigos no son capaces de recordar un suceso debido a una amnesia retrógrada provocada por una lesión cerebral. En ésta, el testigo es incapaz de recordar detalles de lo ocurrido durante el tiempo que duró el incidente, e incluso de recordar momentos anteriores y posteriores al mismo. Como vimos, este fenómeno se explica por el hecho de que la lesión interrumpe el proceso normal que la memoria sigue para almacenar la información, de modo que el testigo no llega a procesar los estímulos. Situaciones de estrés producen un deterioro significativo de las funciones cognitivas, afectando a los procesos de atención, perceptivos y de memoria que pueden dar lugar a recuerdos pobres en cantidad y calidad de detalles, pero no a una amnesia. En cualquier caso, estos déficit se producirían en la fase de codificación de la información, lo que implica que lo que no se ha codificado jamás se podrá recuperar, sencillamente porque no está almacenado. Aunque lo podríamos generar a partir de información suministrada posteriormente a los hechos y mediante inferencias más o menos exactas, que en ocasiones pueden aproximarse a la realidad de lo sucedido, pero nunca ser un recuerdo de un hecho real aun cuando lo asumamos como tal.

Una cosa es no querer recordar y otra muy diferente olvidar realmente. Aún cuando muchas de las víctimas de un suceso traumático tratan de no recordar, lo cierto es que la accesibilidad de este tipo de memorias no parece verse comprometida, aunque a estas personas les resulte difícil hablar de lo ocurrido (López, Manzanero, El-Astal y Aróztegui, en prensa; Manzanero, en prensa; Manzanero y López, 2007).

El olvido
En general, nuestra capacidad para recordar sucesos, planes o caras, entre otra información, es extraordinaria. Tanto es así que a lo largo de la vida acumulamos cantidades ingentes de información, hasta el punto de que en las culturas que no poseen escritura se deja el conocimiento de la historia del grupo en manos de los ancianos, capaces de rememorar acontecimientos de varias generaciones remontándose a cientos de años, capacidad que tienen que compartir con los propios recuerdos.


Bahrick, Bahrick y Wittlinger (1975) encontraron que incluso 48 años después de dejar el colegio, los sujetos todavía eran capaces de identificar con relativa exactitud a sus compañeros de entonces.

Sin embargo, la memoria no es perfecta, y diferentes factores afectan a la capacidad de retención a lo largo del tiempo. En un estudio posterior, Bahrick (1984) mostró cómo profesores de universidad identificaron dos semanas después al 69% de sus alumnos a los que dieron clase durante 2-3 veces a la semana durante un período de 10 semanas, un año después al 48%, cuatro años después al 31%, y ocho años después al 26%, ya próximo al azar.

Evidentemente, no es lo mismo identificar a un compañero de clase con el que estás compartiendo varias horas al día durante años que a un alumno al que sólo ves unas pocas horas a la semana durante un único año, ni hay tantos compañeros en clase como alumnos puede tener un profesor a lo largo de un mismo año, y más aún con el paso de los cursos. Así, una persona vista una única vez durante un corto espacio de tiempo (20-40 segundos) suele olvidarse en relativamente poco tiempo. Sheperd (1983), por ejemplo, halló en una investigación que la tasa de identificaciones correctas disminuía del 50% cuando se realizaba entre una semana y 3 meses, y al 10% cuando se hacía a los 11 meses.

Es un hecho que no somos capaces de recordar absolutamente todo, y que en ocasiones olvidamos cosas fundamentales. A lo largo del presente capítulo nos centraremos en el olvido, qué es y por qué se produce, distinguiendo entre los olvidos que forman parte del funcionamiento normal de la memoria y los olvidos patológicos.

La curva del olvido
El simple paso del tiempo parece tener un efecto negativo sobre la capacidad de retención. Como ya se comentó en el capítulo 2, fue Ebbinghaus (1885) el primero en estudiar de forma sistemática la perdida de información en la memoria como efecto del paso del tiempo, definiendo la que se conoce como la curva del olvido de Ebbinghaus. Él mismo fue el sujeto de sus investigaciones, y el estudio consistió en aprender listas de trece sílabas que repetía hasta no cometer ningún error en dos intentos sucesivos. Posteriormente, evaluó su capacidad de retención con intervalos entre veinte minutos y un mes. Los resultados encontrados mostraron que el olvido se producía ya incluso tras los intervalos más cortos, y que se incrementaba a medida que pasaba el tiempo, mucho al principio y más lentamente después, en una función logarítmica. La tasa de olvido para cada periodo fue estimada utilizando el método de los ahorros, consistente en medir el tiempo que tardaba en reaprender la lista en cada intervalo, de forma que cuantos más ensayos necesitaba para volver a aprenderla mayor era el olvido.


Ebbinghaus intentó explicar por qué se producía el olvido proponiendo varias teorías. La primera afirmaba que las huellas de memoria se deterioraban por el paso del tiempo por erosión, como le ocurre a una montaña, de forma que “las imágenes persistentes sufren cambios que afectan cada vez más a su naturaleza”, es la conocida como teoría del decaimiento de la huella. Otra posible explicación sería la teoría de la interferencia, según la cual “las imágenes anteriores están cada vez más superpuestas, por así decir, y cubiertas por las posteriores”. Por último la teoría de la fragmentación que suponía “el desmenuzamiento y la pérdida de distintos componentes antes que un oscurecimiento”, en el marco de la teoría multicomponente de la huella de memoria (Bower, 1967).
 
El decaimiento de la huella
Comprobar la teoría del decaimiento de la huella no resulta tarea fácil debido a que dado que supone que el deterioro de la huella se produce espontáneamente, y por tanto no se debe a la interferencia del material almacenado posteriormente, habría que asegurar de algún modo que en los intervalos de retención el sujeto no realiza ninguna actividad que pueda interferir. Desde un punto de vista neurológico, el decaimiento de la huella se produciría por la modificación de las estructuras neuronales con el paso del tiempo, por ello los primeros estudios (French, 1942; Hoagland, 1931), en la tradición de las investigación psicológicas con animales (Romanes, 1887), trataron de generar esos intervalos sin actividad reduciendo al mínimo la actividad fisiológica y metabólica. Sin embargo, la mayor actividad fisiológica también podría implicar un incremento de la interferencia. Así pues, esta teoría todavía no ha quedado probada. Quizá la tecnología más avanzada de hoy día (por ejemplo, la RM funcional; Álvarez, Ríos y Calvo, 2006) podría permitirnos avanzar en este campo.
 
Interferencia y memoria
El decaimiento de la huella no ha quedado probado, sin embargo los estudios sobre la teoría de la interferencia sí arrojan datos acerca de esta hipótesis para explicar el olvido. Es más, los estudios sobre la interferencia a su vez arrojan algo de luz sobre la teoría anterior utilizando diferentes grados de interferencia.

Los primeros estudios relevantes sobre el efecto de la interferencia en la memoria datan de principios del siglo XX. McGeoch y McDonald (1931) manipularon la interferencia variando la semejanza del material a recordar y la actividad de interferencia, encontrando que según aumentaba la semejanza la amplitud de ítems retenidos disminuía. Estos datos venían a confirmar la importancia de la interferencia en la memoria, como ya habían propuesto los asociacionistas desde el siglo XVII. Los estudios sobre la interferencia supusieron durante los sesenta y setenta una de las áreas más importantes en psicología de la memoria, sin embargo a partir de los ochenta su interés se ha reducido sustancialmente. Los efectos de la interferencias, no obstante, quedaron claramente establecidos, distinguiéndose dos tipos básicos: retroactiva y proactiva.
 
Interferencia retroactiva
La interferencia retroactiva hace referencia a la interferencia que produce el aprendizaje posterior en el recuerdo. El método utilizado para su estudio consiste básicamente en aprender una lista de ítems 1, seguida de otra lista 2 o un periodo de descanso según el grupo experimental, e intentar recordar después la lista 1. Con este paradigma Slamecka (1960) encontró que el número de ítems memorizado está en función del número de ensayos de aprendizaje iniciales, mientras que la cantidad de olvido está en función del número de ensayos de interferencia con la segunda fase (figura 22).

La interferencia retroactiva ha sido propuesta como explicación al efecto de la información post-suceso del que hablaremos más adelante.
 
Interferencia proactiva
Hace referencia al caso en que el aprendizaje anterior interfiere con el posterior. Underwood (1957), uno de los principales investigadores sobre la interferencia, explicó parte de los resultados de sus experimentos por el efecto que las investigaciones realizadas, siempre con los mismos sujetos, causaban en las siguientes. Así, representó la tasa de olvido como una función del número de experimentos sobre sílabas sin sentido en que sus sujetos habían participado anteriormente. Cuantas más listas previas aprende el sujeto, peor es la retención. No obstante, estos resultados y los encontrados por otros investigadores con posterioridad estaban mediados por el número de ensayos necesarios para aprender cada lista, sensiblemente menor a medida que iban participando en sucesivos experimentos.

En cualquier caso, la interferencia proactiva se produce más allá de la influencia en el efecto del número de ensayos, ya que se encuentra también en sujetos que participan por primera vez en un experimento. Por ello, Underwood y Postman (1960) porponen que el olvido podría producirse por efecto de la interferencia de los hábitos del lenguaje del sujetos en la conocida como interferencia extraexperimental. Sin embargo, los datos encontrados mostraron que la tasa de olvido no parecía tener ninguna relación con la frecuencia de las palabras, o en el caso de sílabas sin sentido con la frecuencia de los pares de letras constituyentes en la lengua inglesa. Es más Underwood (1964) puso de manifiesto que el rendimiento medio en función del número de ítems correctos parece no depender ni de la naturaleza del material ni del grado de aprendizaje, manteniéndose constante a lo largo del tiempo y las circunstancias, incluso en pacientes amnésicos (Baddeley, 1999). Estos datos que no terminan de explicar el efecto de la interferencia como causante del olvido llevaron a buscar otras explicaciones menos asociacionistas y más cognitivas.
 
Olvido dependiente de claves
Entonces, ¿qué determina el olvido?. Tulving (Tulving y Osler, 1968; Tulving y Pearlstone; 1966; Tulving y Thomson, 1973) propuso una alternativa a las teorías sobre el olvido, argumentando que se produciría debido a la falta de claves de recuperación adecuadas, y no tanto por la sobrescritura o destrucción de las huellas de memoria inciales. Así, el olvido sería tanto un problema de pérdida de la información como de accesibilidad a las huellas de memoria correctas (Tulving y Pearlstone, 1966). La interferencia retroactiva según este autor se debería a que los ensayos interpolados dificultaban la ejecución de la tarea al eliminar claves de recuperación, pero no destruirían la información en sí misma. Diferentes investigaciones le llevaron a proponer el principio de codificación específica al que nos hemos referido en varias ocasiones en diferentes temas, y que es la principal teoría para explicar los errores cometidos por los testigos de un suceso al describir los hechos presenciados.
 
La pérdida de información
En cualquier caso, los propios procesos de codificación y recuperación de la información serán los principales responsables de la pérdida de información. El procesamiento a que se somete la información provoca que en cada paso, en cada fase, la información original se vaya transformando y deteriorando de modo que la información resultante al final de estos procesos sólo sea una caricatura del original.


La primera pérdida de información se produce debido a los procesos de atención y percepción. Los sistemas sensoriales humanos tienen limitaciones, de modo que parte de la información ambiental no llega a estimular nuestros sentidos, y la que lo hace sufre los efectos de los procesos de transducción e interpretación. Pero, además, los filtros atencionales impiden que todos los estímulos que llegan a nuestros sentidos se procesen con la misma intensidad, dado que nuestros recuersos atencionales necesarios para el procesamiento profundo de la información son limitados. A partir de ahí, la información que llega (el imput) sufre un proceso de selección de la información relevante, es interpretada de acuerdo con nuestros conocimientos previos, las demandas de la tarea y el contexto, se abstrae su significado que implica la pérdida de parte de la forma para quedarnos con el fondo, y finalmente se da un proceso de integración en las estructuras de conocimiento (procedimentales, semánticas y episódicas) que supone un nueva transformación (y contaminación de la información) y la pérdida de aquello que no encuentra un lugar donde emplazarlo (aunque yo presenciara cómo una persona monta una bomba, en la medida en que no tuviera conocimentos previos sobre mecánica, electrónica y explosivos, la representación que del suceso generaría no iría más allá de alguien que junta “cosas” mediante unos cables poniendo unas “cosas” dentro de otras, y que sólo sería interpretado como tal si se me informaran de qué se trata; por mucho que me proporcionen información sobre mecánica cuántica, si no tengo las estructuras previas de conocimiento suficiente la representación que generaré de esa información será pobre y difícilmente integrable entre mis conocimientos previos).

Durante el proceso de retención, la información además puede sufrir una transformación debido a la difusión de la huella de memoria, en la medida en la que puede repetirse la información en contextos diferentes, y al solapamiento con otra información, en la medida de que información relacionada se presente en el mismo contexto. Así, se irán produciendo efectos de interferencia que dificultarán la recuperación posterior (ver en el capítulo 10 los efectos de la información post-suceso en la distorsión de la memoria).

Pero es el proceso de recuperación el que después de la codificación dará lugar a mayor pérdida y distorsión de información.

Supuesta la existencia de la huella de memoria, unos indicios adecuados facilitarán su acceso, aunque puede que no toda la información sea susceptible de ser accesible, por lo que la vía de acceso será fundamental (ver en el capítulo 11 métodos de obtención de declaraciones). Posteriormente la información se reconstruye, se dota de significado en el marco de los conocimientos y del contexto actuales (que pueden ser diferentes a los del momento de la codificación) y se completa rellenando los huecos que queden en la memoria de forma que finalmente podamos relatar un suceso lo más completo y coherente posible. Por último, debemos tener el vocabulario y las capacidades expresivas suficientes para describirlo.

Olvido, no amnesia
En ocasiones, el olvido como un fenómeno normal del sistema de memoria humano se confunde con los problemas patológicos de memoria, las amnesias. Así ocurre por ejemplo en personas de edad avanzada, que habitualmente se quejan de fallos en la memoria atribuyéndolos a una patología (frecuentemente a una incipiente demencia), cuando no es así en todos los casos. De este modo, la neuropsicología distingue entre olvidos benignos y amnesias. Siendo las causas de los olvidos benignos muy variadas, y en muchas ocasiones relacionadas más con problemas perceptivos y de atención que provocan un deficiente procesamiento de la información, que con problemas de la memoria.

Desde un punto de vista de la memoria, tenemos que por un lado, como hemos visto y analizaremos con más detenimiento en el capítulo de memoria autobiográfica, la memoria se encarga de registrar información significativa. Por otro, la distintividad es un factor a tener en cuenta en los procesos de recuperación. Así, sería normal no recordar, por ejemplo, qué comimos hace tres días porque todos los días comemos, a no ser que la comida tuviera un significado especial. Ya sea por la interferencia que producen las comidas anteriores y posteriores, o por la dificultad de encontrar una información sin las claves adecuadas. En el marco de ésta última teoría, la falta de significatividad y distintividad características de la rutina de los ancianos podrían hacer parecer que su memoria falla más de lo que cabría esperar.
 
Tipos de amnesia
Para comprender mejor la diferencia entre el olvido y las amnesias convendría revisar la taxonomía acerca de los distintos tipos de amnesia existente, que permitirá hacerse una idea global acerca de en qué consiste, aunque no profundizaremos en ellas.

La primera dificultad con la que nos encontramos al definir la amnesia es la variedad de problemas de memoria diferentes que podrían ser catalogados bajo este epígrafe (Fernández-Guinea, 2004). A esto debemos añadir que las posibles taxonomías que podemos encontrar se realizan bajo criterios diferentes, de modo que en ocasiones se clasifican teniendo en cuenta el tipo de enfermedad que la causa o a que va asociada, en otros casos el criterio tiene que ver con el área cerebral supuestamente dañada, y por último podemos encontrar clasificaciones de las amnesias basadas en función del déficit funcional que presentan los pacientes.
 
Basada en la enfermedad
Las clasificaciones en función de la enfermedad que causan la amnesia distinguen por regla general entre amnesias por daño cerebral (cerrado o abierto), por patologías víricas, por intoxicación (alcoholismo y otras drogas, CO2...), vasculares (infartos cerebrales, ictus...), o por deterioro asociado a alguna enfermedad degenerativa (Alzheimer, por ejemplo), entre otras. El principal problema con que nos encontramos al utilizar este criterio es que el estudio de casos clínicos muestra que estas enfermedades provocan una gran variedad de síntomas, que no se dan en todos los pacientes, que además pueden padecer con grados de afectación muy distintos, y que se manifiestan conductualmente de forma diferente en cada paciente. No hay más que leer algunos de los casos que describe Sacks (2002) para darse cuenta de ello. Aún así tiene su interés desde un punto de vista clínico, pues marca las pautas para el estudio diagnóstico de estas enfermedades y la posible predicción de su evolución. No obstante, desde el punto de vista de la investigación nos encontramos con un grave problema al utilizar este criterio. Por un lado, por la dificultad para adjudicar los sujetos a los grupos experimentales (Manzanero, 2007a), por otro por la variabilidad intragrupo. Siendo especialmente grave en el caso de enfermedades cuyo diagnóstico clínico resulta más que discutible, como por ejemplo en la Enfermedad de Alzheimer, tal y como reconocía un prestigioso especialista en el XI Curso Nacional de la Enfermedad de Alzheimer celebrado en febrero de 2006 en Bilbao, donde afirmaba (no sin cierto rubor) que las autopsias de sus pacientes diagnosticados de esta enfermedad sólo confirmaban en torno al 30% de los casos.
 
Basada en la localización cerebral
Otro tanto podría suceder cuando la clasificación se realiza atendiendo a criterios basados en el área cerebral supuestamente dañada. Utilizando este criterio podemos encontrar que las amnesias se clasifican en corticales y no-corticales, o más específicamente amnesias por daño en el área frontal dorsolateral, en el sistema límbico, en el lóbulo temporal medial... (Markowitsch, 2003). El problema es que, como en la anterior, pacientes con un daño en la misma zona desarrollan patologías diferentes. Quizá la Resonancia Magnética funcional (RMf) permita realizar un diagnóstico más preciso, hasta entonces desde el punto de vista de los déficit de memoria probablemente sería más práctico utilizar otros criterios (Baddeley, 1999).
 
Basada en un déficit funcional
Por último podemos encontrarnos con clasificaciones basadas en los déficit funcionales que presentan los pacientes. Así podemos encontrar pacientes con déficit de la memoria operativa, de la memoria episódica, de la memoria semántica o de la procedimental. Para la identificación de personas, para la memoria autobiográfica e incluso, más específicamente, hasta pacientes con déficit en la memoria semántica para seres no-vivos (Peraita, 2001). Aquí lo más interesante (aunque también lo más raro) son los pacientes con déficit puros, que posibilitan el estudio de disociaciones entre distintos procesos y sistemas de memoria. De entre todas hay un tipo muy especial e interesante que es el síndrome amnésico que implica un déficit severo de memoria en ausencia de otros déficit cognitivos, y con la memoria operativa, autobiográfica y semántica preservada.


Los tres grandes tipos de amnesias desde un punto de vista funcional son: la amnesia post-traumática, la amnesia retrógrada y la amnesia anterógrada: La amnesia post-traumática es quizá la más común y cursa con lesiones cerebrales graves por accidentes traumáticos. Se caracteriza por confusión, problemas para seguir actividades en curso, identificar el contexto en que se encuentra el paciente o recordar material presentado. El grado de afectación puede variar de unos momentos de lucidez a otros de amnesia severa, y en general es un estado dinámico que evoluciona en el tiempo. La amnesia post-traumática generalmente implica amnesia retrógrada y anterógrada, en diferentes grados.

La amnesia retrógrada se caracteriza por la dificultad para recordar hechos pasados. La gravedad de la amnesia puede evaluarse por la cantidad de perdida que puede remontarse incluso a varios años de la vida del paciente. La amnesia retrógrada asociada a lesiones post-traumáticas suele mejorar con el tiempo recuperándose progresivamente los recuerdos. Aunque es común que queden lagunas en la memoria de estos pacientes, que dependerá de la gravedad de la lesión (Baddeley y Wilson. 1986). En cualquier caso, los recuerdos que generalmente no se recuperan son los relativos a los momentos inmediatamente antes y durante el accidente. Este fenómeno se ha explicado mediante diferentes hipótesis que ponen el énfasis en un fallo de los procesos de codificación de la información o bien en los de recuperación. Yarnell y Linch (1970) proponen que la información se habría codificado inicialmente pero no se habría concluido el proceso de consolidación de la huella de memoria en la memoria a largo plazo. Para otros, (Miller y Springer, 1974) el problema sería claramente de recuperación.

La amnesia anterógrada hace referencia a problemas de la memoria en curso y al aprendizaje de nuevos datos, de tal modo que los pacientes parecen no disponer de recuerdos nuevos desde el momento de producirse la lesión hacia delante. En general, la mayoría de los déficit de memoria presentan este tipo de amnesia. Que puede afectar a muy diferentes tipos de memoria, por ejemplo la capacidad para material verbal y mantenerse intacta para viso-espacial o al contrario. Y puede afectar a diferentes sistemas de memoria, lo que en diferentes enfermedades neurodegenerativas depende del grado de afectación.

Así, en la enfermedad de Alzheimer, los primeros déficit, en fases iniciales, implican afasias y fundamentalmente amnesia anterógrada, que afecta al sistema de memoria episódica. Más adelante se producen déficit en el sistema de memoria semántica y en algunas tareas específicas del sistema de memoria procedimental, que se muestran en el bajo rendimiento de los pacientes en pruebas de facilitación perceptiva. En estados avanzados de la enfermedad se presentan amnesias retrógradas, déficit en la memoria operativa y un bajo rendimiento en tareas de facilitación conceptual. No obstante, no todos los estudios coinciden en sus resultados (Fleischman y Gabrieli, 1998) debido fundamentalmente al tipo de tareas utilizado, al tipo de material presentado y fundamentalmente a la selección de los pacientes.

Memorias traumáticas
Recuerdo de hechos traumáticos: de la introspección al estudio objetivo
El presente trabajo analiza las características de los recuerdos autobiográficos sobre hechos traumáticos, partiendo de la visión introspectiva sobre este tipo de recuerdos, para posteriormente profundizar en su estudio objetivo. La principal conclusión del trabajo lleva a afirmar que los recuerdos autobiográficos sobre hechos traumáticos en conjunto no se diferencian más que en unas pocas dimensiones de otros tipos de recuerdos, aunque cada uno de nosotros a título individual sea capaz de distinguirlos.
 
El día 9 de septiembre de 1985 un autobús de la Guardia Civil fue atacado con un coche bomba por el grupo terrorista ETA, en la plaza de la Republica Argentina de Madrid. El autobús cruzaba la plaza en dirección a la calle Vitrubio, para dirigirse a la embajada rusa donde sus ocupantes hacían labores de seguridad. Al otro lado de la plaza, en la calle de Serrano, se encontraba un coche de escolta parado en el semáforo. Entre el autobús y el coche de escolta, en la calle de Joaquín Costa, parado también en el semáforo, se encontraba un joven que realizaba el servicio militar obligatorio en el Estado Mayor de la Defensa también en la calle Vitrubio, un poco más abajo de la embajada rusa. Eran cerca de las 7.30 de la mañana. El militar llegaba con tiempo a su destino. Había subido por la calle Joaquín Costa como hacía todas las mañanas, siempre el mismo recorrido. Escuchaba la radio y al llegar a la plaza de República Argentina el semáforo se puso en rojo. Desde allí no veía más que la parte izquierda de la plaza. De pronto se escuchó una fuerte explosión. ¿Quizá un accidente de tráfico? Acababa de pasar un autobús de la Guardia Civil, con el que se cruzaba muchas mañanas. A su alrededor caen fragmentos que identifica como pertenecientes a un coche. A su lado acaba de caer una rueda. Se ve humo. A continuación se escuchan lo que parecen tiros. El semáforo se pone verde y avanza hacia la plaza. A su derecha está el autobús de la Guardia Civil, destrozado y lo que parece un coche. Se detiene y frente a él se sitúa un guardia civil, está herido pero lleva su arma en la mano. Hay personas heridas en el suelo. El militar va de uniforme, y se baja del coche. No recuerda ningún sonido, todo parece en silencio, excepto los gritos del guardia civil que se sitúa junto a él. Se presta a ayudar a los heridos. Llegan más guardias. “¿Qué puedo hacer?” “Nada. ¿Dónde vas?” “Al EMAD”. “Hay que despejar la plaza. Márchate. Por Vitrubio no se puede bajar, vete por Serrano”. “¿Me puedo llevar a algún herido?” “No. Quita el coche de la plaza”. La conversación es aproximada. No la recuerda muy bien. Se vuelve al coche. El guardia golpea con la mano el capó de su coche y le indica que avance. En nada de tiempo la plaza se ha llenado de guardias. La primera atención a los heridos la hacen ellos mismos. Es probable que algunos subieran desde la embajada y el Estado Mayor. Coge la calle de Serrano. Unos metros más abajo tiene que parar. Un temblor súbito le impide seguir conduciendo. Por el retrovisor ve el caos de la plaza. Tras unos minutos continua hasta su destino. Al llegar al Estado Mayor le preguntan, te has enterado de lo que ha pasado. Sólo dice: Yo estaba allí. Se sienta y espera a que pasen lista. Se siente bloqueado, en su cabeza sólo quedan las imágenes de lo visto y un zumbido en los oídos que durará varios días. Como físicamente no sufrió ningún daño, nunca se consideró víctima ni directa ni indirectamente del atentado terrorista, y nunca fue diagnosticado de ningún trastorno asociado al mismo. Sin embargo, durante un tiempo soñó recurrentemente con lo ocurrido y las imágenes del autobús, los guardias civiles heridos, el hombre tendido junto a la tapia (un norteamericano que pasaba por allí y murió en el atentado) le asaltaban en cualquier lugar y circunstancia, sin poder controlarlo. Prácticamente no lo contó a nadie. Han pasado 25 años y ya hace tiempo que no lo recordaba, aunque tampoco lo ha olvidado. Cada vez que pasa por las inmediaciones del lugar de los hechos le vuelven imágenes difusas de lo ocurrido, como fotogramas de una película. Hasta hoy nunca lo había escrito, y le cuesta menos hacerlo en tercera persona.
 
Ese militar era yo.
Introspectivamente lo recuerdo como algo confuso, aunque vívido, el esfuerzo de recordar lo ocurrido me provoca una ligera ansiedad y me resulta difícil expresar detalladamente lo que pasó.

Ni siquiera estoy convencido de que todo lo que recuerdo sea real, quizá por mi sesgo de muchos años trabajando sobre la distorsión de los recuerdos. En cualquier caso, es muy probable que parte de lo que recuerdo no ocurriera así. Las investigaciones en memoria muestran que el paso del tiempo y la recuperación múltiple afectan muy negativamente a la exactitud de los recuerdos y que ni siquiera aquellos recuerdos que nos parecen más fuertemente asentados se mantienen inmunes al efecto de estos factores (Manzanero, 2010). Más bien al contrario, son estos hechos autobiográficos los que se recuperan más frecuentemente y por lo tanto se distorsionan más. Asimismo, la investigación en memoria autobiográfica nos muestra que los recuerdos en tercera persona son comunes. Los hechos más remotos y/o con un impacto emocional significativo tienden a recordarse desde una perspectiva de observador, mientras que los más cercanos y en los que nos encontramos menos implicados se tienden a recordar desde una perspectiva de campo, más cercana a la real. En la perspectiva de observador ocurre que incluso nos “vemos” a nosotros mismos actuar como parte de los hechos (Manzanero, El-Astal y Aróztegui, 2009).
La disminución de recursos cognitivos fruto de la ansiedad que se genera durante la ocurrencia de los hechos generaría huellas de memoria débiles respecto a los detalles periféricos, pero fuertes con respecto a los detalles centrales. Se produce un estrechamiento del foco atencional y mucha información pasará desapercibida, de modo que nunca llegará a procesarse. Sin embargo, la reconstrucción posterior de los recuerdos para dotarlos de coherencia rellena de forma no consciente los huecos que quedaron. Por esta razón, las memorias autobiográficas sobre hechos traumáticos suelen ser más exactas en lo central que en los detalles.

Uno de los detalles que se pierde con facilidad es la fecha de ocurrencia. El fechado de los hechos autobiográficos se realiza en función de hitos relevantes de nuestra biografía y otros hechos históricos. Así, fui capaz de establecer que el atentado descrito probablemente ocurrió en 1985 porque entonces estaba haciendo el servicio militar y ya tenía permiso de conducir. Sin embargo, no habría podido precisar mes ni época del año, si no lo hubiera mirado en la hemeroteca.

Se definen las memorias traumáticas como recuerdos sobre hechos con una valencia negativa y alto impacto emocional. No obstante, el impacto que los hechos traumáticos tienen sobre las personas depende de diferentes factores, existiendo importantes diferencias individuales, que determinarán la experiencia fenomenológica asociada el recuerdo del suceso vivido. En general, estos sucesos pueden dar lugar a un trastorno de estrés post-traumático, que se caracteriza por la tendencia en las personas que la sufren a la re-experimentación, el bloqueo emocional, la hipervigilancia y la hiperactivación, entre otras. A largo plazo, los efectos dependerán no tanto de la gravedad de los hechos como de las estrategias de afrontamiento, los apoyos sociales recibidos por las víctimas, su vulnerabilidad y la vivencia de otras experiencias traumáticas.

La experiencia fenomenológica que generan los recuerdos de hechos traumáticos nos indica que este tipo de memorias parecen diferentes de otros recuerdos. Como el caso único no parece suficiente para poder generalizar, diferentes investigaciones tanto en el laboratorio como en entornos más ecológicos han analizado las características de los recuerdos de hechos traumáticos.

Exactitud de las memorias traumáticas
Uno de los hechos que más llama la atención respecto a las memorias autobiográficas de hechos traumáticos es que sentimos que somos capaces de recordar estos sucesos como si acabaran de ocurrir, aparentando ser inmunes al deterioro producido por el paso del tiempo. Las denominadas memorias vívidas (flashbulb memories) consisten en memorias sobre hechos traumáticos que han tenido una importante repercusión personal y social. Hechos como los atentados terroristas podrían generar este tipo de memorias, siendo que además son sucesos de los que se hacen eco los medios de comunicación con cierto detalle, mostrando imágenes y testimonios de víctimas de los mismos, que pueden contaminar los recuerdos reales. Generalmente de este tipo de recuerdos los sujetos suelen afirmar que tienen la sensación de que se les han quedado “grabados a fuego” en su memoria, que resultan muy accesibles y que son inmunes al deterioro por el paso del tiempo. Un hecho de este tipo es, por ejemplo, el atentado ocurrido en Madrid el 11 de marzo de 2004, cuyo impacto emocional no deja lugar a duda (Cano, Miguel-Tobal, Iruarrízaga, González y Galea, 2004; Jiménez, Conejero, Rivera y Páez, 2004). Cuando recordamos aquel día y lo que nosotros hacíamos antes, durante y después del atentado es muy probable que tengamos la sensación de que aquello se nos ha quedado profundamente grabado y que lo recordamos de forma muy vívida con todo lujo de detalles. En esta dirección, algunas investigaciones (Peace y Porter, 2004) han mostrado que los hechos traumáticos se recuerdan mejor tres meses después que los que no lo son. Sin embargo, es muy probable que ciertos detalles que damos por exactos hayan sido “creados” posteriormente (Brown y Kulik, 1977; Pillemer, 1984). Ost, Granhag, Udell y Hjelmsäter (2007) encontraron, en un experimento sobre memorias de hechos traumáticos, que un 40% de sujetos creían haber visto escenas falsas de una cámara de seguridad sobre los atentados de Londres de 2005, que habían sido generadas por los investigadores.


Se han realizado numerosos estudios sobre los recuerdos acerca de los atentados terroristas del 11-N en Nueva York (Lee y Brown, 2003; Luminet, Curci, Marsh, Wessel, Constantin, Gencoz y Yoko, 2004; Pezdek, 2003; Schmidt, 2004; Talarico y Rubin, 2007; Tekcan, Ece, Gülgöz y Er, 2003), mostrando interesantes resultados que en esencia confirman la alteración de este tipo de memorias con el paso del tiempo. Así, por ejemplo, Schmidt (2004) encontró que los hechos centrales se recuerdan con más consistencia que los periféricos, pero los recuerdos sobre este suceso contenían abundantes errores procedentes de una inapropiada reconstrucción de los hechos. Además, los sujetos más afectados emocionalmente mostraron un peor recuerdo y más inconsistencias respecto a los detalles periféricos que los sujetos menos afectados. Serán detalles centrales aquellos a los que el testigo prestará más atención y recordará mucho mejor, aunque su centralidad dependerá de cada testigo y no sólo del tipo de detalle concreto de que se trate. Además, toda aquella información que procede de la estimación del sujeto y no de su percepción directa será más susceptible de modificarse a lo largo del tiempo.

Rubin y Berntsen (2003) en un estudio con sujetos entre 20 y 94 años encontraron que en general se recordaba mejor los sucesos positivos que los negativos. Estos resultados se explican por un factor cultural que hace que se premie los sucesos agradables. Así, en relación con la emoción se han señalado varios aspectos que estarían influyendo en los recuerdos: el autoconcepto del sujeto, factores motivacionales y la perspectiva con que son recordados. Sin embargo, no es tan importante la valencia emocional (agradable/desagradable) como la intensidad (alta/baja). Por regla general, los hechos autobiográficos con una implicación emocional importante se recuerdan más detalladamente que los hechos rutinarios con baja implicación emocional (Talarico, LaBar y Rubin, 2004), lo que no implica que todos los detalles recordados sean exactos ni la memoria generada sea inmune al paso del tiempo.

Es corriente escuchar a testigos de sucesos violentos decir, por ejemplo, “me ha impresionado tanto, que nunca lo olvidaré” porque la mayoría de la gente piensa que cuanto más violento sea un suceso más impactará a los testigos y, por tanto, mejor será después su recuerdo. Sin embargo, diferentes autores han comprobado cómo los delitos que implican un mayor grado de violencia se recuerdan peor que los más neutros. Clifford y Scott (1978) explican este efecto indicando que el testigo experimenta mayor estrés cuanta mayor violencia implica el suceso, y el estrés afecta negativamente a los procesos cognitivos como la atención, la percepción y la memoria. La falta de recursos atencionales que genera el estrés dificulta el procesamiento en profundidad de la información, así los testigos pueden procesar la información más básica de forma pre-atencional, pero no integrar luego adecuadamente toda esa información en una representación completa y exacta, generando conjunciones ilusorias, de modo que el sujeto puede tener todas las piezas del puzzle, pero montarlo de forma errónea, dando lugar a un relato de los hechos diferente a lo acontecido en realidad.

Por otro lado, algunos detalles del suceso merecen una consideración especial tanto desde el punto de vista de su procesamiento perceptivo como de su posterior recuerdo. En un estudio realizado sobre casos reales de accidentes de tráfico, en colaboración con la Dirección General de Tráfico (Diges, 1986, en Diges y Manzanero, 1995), se encontraron interesantes diferencias en las respuestas de los testigos a las preguntas realizadas durante el atestado. En general, la información peor recordada por los testigos fueron los datos sobre la fecha, el aspecto general del lugar en que ocurrió el accidente, las velocidades de los vehículos, sus colores, el estado en que quedaron, y el aspecto externo y otras características personales de los protagonistas. Mientras que el recuerdo fue mejor para la información sobre el lugar en que ocurrió el accidente, los semáforos que regulan el tráfico en ese lugar, la procedencia de vehículos y peatones, el punto de encuentro y el punto final en que quedan, así como los daños en vehículos y personas. Específicamente sobre las personas implicadas en el accidente, se encontró que se recuerda mejor sus reacciones y si iban acompañadas o no, que su aspecto externo.

En la medida en que la víctima haya sufrido daño físico, deberemos tener en cuenta cómo se recuerda el dolor. En la percepción del dolor intervienen muchos factores culturales y personales: las expectativas previas, las emociones asociadas, el significado del suceso, los recursos atencionales prestados a la sensación dolorosa, la competición con otras fuentes sensoriales... De modo que el recuerdo del dolor suele basarse más en las etiquetas verbales que se utilizaron en su momento para describirlo que en la sensación dolorosa en sí misma. Aun cuando el contexto en el que se produjo el dolor puede ser muy bien recordado, no ocurre igual con la sensación dolorosa (Niven y Brodie, 1995). Por esta razón, el recuerdo del dolor experimentado es, en general, inconsistente a lo largo del tiempo y está determinado por la intensidad del dolor sufrido y el recuerdo de la experiencia que lo generó (Erskine, Morley y Pearce, 1990). Algunas investigaciones (Roche y Gijsbers, 1986; Beese y Morley, 1993) establecen un periodo de exactitud del recuerdo de la intensidad del dolor en torno a una a dos semanas, lo que indica intervalos de retención bastante cortos.

En algunas ocasiones resulta de especial relevancia fechar los acontecimientos vividos. La datación de los sucesos suele realizarse por aproximación y en referencia a hitos temporales (por ejemplo, dos días antes de mi cumpleaños). Raramente las víctimas disponen de detalles sobre los días exactos (a no ser que guarden un diario de los mismos), aunque podrían estimarlos (Janssen, Chessa y Murre, 2006). No obstante, estas estimaciones pueden ser erróneas (Brown, Ripps y Shevell, 1985), incluso para hechos recordados como especialmente vívidos (Merckelbach, Smeets, Geraerts, Jelicic, Bouwen y Smeets, 2006). Tampoco parecen ser muy exactos los recuerdos a largo plazo del orden temporal de ocurrencia (Friedman, 2007). En cualquier caso, parece que la estrategia de fechado depende de la antigüedad de los recuerdos. Janssen et al. (2006) en un estudio reciente encuentran que los sucesos fechados de forma absoluta (febrero de 2006) se recuerdan de forma más exacta que los fechados de forma relativa (hace tres meses), y que los sujetos tienden a utilizar la primera forma de datación para hechos personales y recientes, mientras que tienden a utilizar el fechado relativo para hechos nuevos y remotos.


Accesibilidad de las memorias traumáticas: Las memorias recuperadas
En algunas ocasiones se ha afirmado que las memorias sobre hechos traumáticos podrían quedar “reprimidas” o dar lugar a fenómenos disociativos que generen una incapacidad para recordar los hechos (Van der Kolk y Fisler, 1995). Este tipo de amnesias se han relacionado con el trastorno de estrés post-traumático. Según estas hipótesis, el recuerdo no se perdería, sino que permanecería en la memoria aunque inaccesible. De este modo, mucho tiempo después, un acontecimiento similar o en cualquier caso los indicios de recuperación adecuados podrían hacerlo consciente de nuevo. A estos recuerdos antes reprimidos y ahora accesibles se les ha denominado como memorias recuperadas. No obstante, nunca se ha llegado a comprobar la existencia de este tipo de fenómenos, por lo que se les supone más un mito que una realidad. Las investigaciones sobre los procesos de memoria nos indican que las memorias recuperadas serían memorias generadas o falsas memorias (Loftus, 1993; Loftus y Davies, 2006; Loftus y Ketcham, 1991).

En un estudio sobre recuerdos acerca de agresiones sexuales, Porter y Birt (2001) encuentran que tienden a recordarse con mayor frecuencia que otras memorias autobiográficas, y en los pocos casos en los que encuentran que este tipo de sucesos se han olvidado (4.6% del total) se debe más a un intento deliberado de no recordar que a una memoria reprimida o disociada.


¿De dónde surge la información, a partir de la cual se genera una falsa memoria? De la interferencia entre diferentes sucesos reales o imaginados, más conocimientos e interpretaciones nuevas, todo ello mezclado y aderezado con la creencia de que ese tipo de hechos pudo tener lugar. El origen de estas falsas memorias, parece estar en algunas ocasiones en intervenciones terapéuticas basadas en la reinterpretación de los recuerdos, técnicas de sugestión o métodos de recuperación guiados, entre otros (Davies y Loftus, 2006; Kihlstrom, 2006; Lindsay y Read, 1994; Loftus, 1993; Pendergrast, 1998; Yapko, 1994). Así, resulta especialmente significativo el libro publicado recientemente con el título Cambiar el pasado: Superar las experiencias traumáticas con la terapia estratégica (Cagnoni y Milanese, 2009).

Muy distinta es la amnesia generada por un daño cerebral. En ésta, la víctima es incapaz de recordar detalles de lo ocurrido durante el tiempo que duró el incidente, e incluso de recordar momentos anteriores y posteriores al mismo. Este fenómeno se explica por el hecho de que el daño traumático que genera la lesión interrumpe el proceso normal que la memoria sigue para almacenar la información, de modo que la víctima no llega a procesar los estímulos. En cualquier caso, estos déficit se producirían en la fase de codificación de la información, lo que implica que lo que no se ha codificado jamás se podrá recuperar, sencillamente porque no está almacenado. Aunque lo podríamos generar a partir de información suministrada posteriormente a los hechos y mediante inferencias más o menos exactas, que en ocasiones pueden aproximarse a la realidad de lo sucedido, pero nunca ser un recuerdo de un hecho real aun cuando lo asumamos como tal. Situaciones de estrés producen un deterioro significativo de las funciones cognitivas, afectando a los procesos de atención, perceptivos y de memoria que pueden dar lugar a recuerdos pobres en cantidad y calidad de detalles, pero no a una amnesia.

Por otro lado, una cosa es no querer recordar y otra muy diferente olvidar realmente. Aún cuando muchas de las víctimas de un suceso traumático tratan de no recordar, lo cierto es que la accesibilidad de este tipo de memorias no parece verse comprometida, aunque a estas personas les resulte difícil hablar de lo ocurrido.

Características diferenciales de las memorias sobre hechos traumáticos
Como se afirmó anteriormente, algunos estudios muestran que este tipo de memorias tiene características diferentes a las memorias sobre otros hechos autobiográficos. En general, se ha establecido que las memorias sobre sucesos traumáticos que generan intenso miedo e incluso terror, en las que la persona puede llegar a ver peligrar su integridad física, se caracterizan por su poca exactitud para los detalles irrelevantes y una memoria clara y exacta para los detalles centrales del suceso (Christianson, 1992; Loftus, Loftus y Messo, 1987), de forma más acentuada a lo que igualmente ocurre con los recuerdos de otros hechos autobiográficos. En contra, algunos autores afirman que estas memorias se presentan fragmentadas, asociadas a sensaciones intensas (olorosas, auditivas, táctiles…), y suelen ser muy visuales, aunque difíciles de expresar de forma narrativa (Van der Kolk, 1996; 1997; Herman, 1992). No obstante, es posible que estas posibles dificultades para describir verbalmente los hechos sean confundidas con problemas de recuerdo. Así podrían indicarlo los estudios que, aun encontrando diferencias entre las memorias traumáticas y las no-traumáticas, muestran que las primeras no son tan “especiales” (Shobe y Kihlstrom, 1997; Peace, Porter y Brinke, 2007). Así, por ejemplo, Porter y Birt (2001) en un estudio con 306 sujetos encuentran que las memorias traumáticas difieren de las normales fenomenológicamente (en la perspectiva de recuperación, y las emociones implicadas) y cuantitativamente (en el número de detalles) pero no parecen presentarse de forma fragmentada ni ser más vívidas ni coherentes. Peace, Porter y Brinke (2007) tras comparar memorias reales sobre agresiones sexuales, traumas y hechos no traumáticos, encontraron que las primeras no estaban más deterioradas o fragmentadas que las otras, sino que eran más vívidas, detalladas y sensoriales. En este estudio, el impacto del hecho traumático no afectó a las características de los recuerdos. Algunos autores (Yuille y Cutshall, 1986; Terr, 1983; Wagenaar y Groeneweg, 1990) van aún más lejos y afirman que las memorias traumáticas se recuerdan mejor que las memorias normales, más vívida y coherentemente. En cualquier caso, no parece que el recuerdo de hechos traumáticos sea inmune a la sugerencia de información falsa (Paz-Alonso y Goodman, 2008).


El problema de los estudios sobre memorias traumáticas es que estas situaciones no pueden simularse en laboratorio por problemas éticos, y los trabajos se realizan a posteriori con víctimas de agresiones sexuales (Van der Kolk y Fisler, 1995) o pacientes que despiertan de la anestesia antes de concluir una intervención quirúrgica (Van der Kolk, Hopper y Osterman, 2001). En los primeros, el suceso es difícilmente controlable desde un punto de vista metodológico o hace referencia a hechos afectados por amnesia infantil al ocurrir a edades muy tempranas. Mientras que en los segundos, los efectos de la anestesia pueden explicar parte de los resultados. En otras ocasiones (por ejemplo Van der Kolk y Fisler, 1995) los sucesos traumáticos considerados no son comparables a los de sucesos autobiográficos ni por la edad de ocurrencia ni por las características de los mismos, tal y como ponen de manifiesto Shobe y Kihlstrom (1997).

A lo largo de varias investigaciones (López, Manzanero, El-Astal y Aróztegui, en revisión; Manzanero y López, 2007) se evaluó las características de los recuerdos de hechos traumáticos en distintas poblaciones. En el primer estudio (Manzanero y López, 2007) se compararon los recuerdos de hechos traumáticos (fallecimientos, agresiones, separaciones, accidentes, atentados y otros) con recuerdos de hechos felices (nacimientos, actividades de ocio, bodas, trabajo, reencuentros y otros), mediante el Cuestionario sobre Características Fenomenológicas de Recuerdos Autobiográficos (CCFRA), diseñado al efecto. Este estudio se realizó con población española y se consideraron 120 recuerdos. En general, los resultados mostraron que los recuerdos de hechos traumáticos en comparación con hechos felices se caracterizaban por contener menos información sensorial, ser más complejos, más difíciles de fechar, con sentimientos asociados más intensos, un mejor recuerdo de pensamientos asociados en el momento de su ocurrencia, más difíciles de expresar verbalmente y con más pensamientos recurrentes sobre lo ocurrido. Por el contrario, no se encontraron diferencias significativas sobre localización espacial del suceso, vividez, definición, accesibilidad, fragmentación, perspectiva de recuperación, dudas sobre su ocurrencia, ni tendencia a hablar sobre lo ocurrido. Así pues, las memorias sobre hechos traumáticos no parecían tan diferentes de las memorias sobre otro tipo de hechos autobiográficos. En ningún caso se pudo confirmar la existencia de memorias reprimidas y después recuperadas.
 
 
Este estudio se replicó en 2008 (López, Manzanero, El-Astal y Aróztegui, en revisión) en Palestina. Participaron estudiantes universitarios de Gaza. La investigación fue interrumpida por los bombardeos israelíes que tuvieron lugar entre diciembre de 2008 y enero de 2009, por lo que 36 sujetos no pudieron completar la investigación, víctimas de los ataques. Para evitar un sesgo en la categorización de los recuerdos de hechos traumáticos, sólo se consideraron los datos de 228 recuerdos categorizados antes de diciembre de 2008. Los resultados mostraron que los recuerdos sobre los sucesos traumáticos en comparación con los felices eran más confusos, más complejos y con la sensación de haberse deteriorado más con el paso del tiempo.
 
 
 Así pues, considerando en conjunto todos los estudios realizados, podríamos afirmar que en general los recuerdos sobre hechos traumáticos se caracterizarían por ser más confusos y complejos, cuesta más describir lo ocurrido y pueden verse más deteriorados por el paso del tiempo, probablemente debido a que los sujetos que han sufrido este tipo de sucesos tienden a recordarlos más recurrentemente. Si las diferencias entre uno y otro estudio se debieran a la gravedad de los hechos traumáticos vividos (5.60 sobre 7 en el estudio español de 2007 y 4.88 en el estudio palestino), entonces podríamos hipotetizar que la gravedad percibida del hecho sería un factor a tener en cuenta al considerar la dificultad para recordar el suceso. Igualmente, podríamos afirmar que los recuerdos traumáticos no parecen recuperarse desde una perspectiva distinta, no están más fragmentados, no son más vívidos ni los sujetos tienen más dudas sobre lo ocurrido que en los recuerdos sobre sucesos felices. Así pues parece que no existen grandes diferencias entre los recuerdos de hechos traumáticos y los de hechos felices. Entonces ¿por qué es diferente la sensación introspectiva de la experiencia fenomenológica a que dan lugar cada tipo de memoria? Para responder a esta pregunta representamos gráficamente los diferentes tipos de recuerdos considerando todas las dimensiones aquí descritas (López y cols., en revisión). El análisis de la representación gráfica nos da la respuesta: al unir mediante una línea los recuerdos de cada sujeto, observamos que se sitúan a una gran distancia, cuando consideramos la totalidad de las variables contempladas. Sin embargo, difícilmente seríamos capaces de predecir las diferencias puesto que en cada sujeto se orientan en una dirección distinta.
 
 
En cualquier caso, todavía serán necesarias más investigaciones para poder establecer más específicamente las diferencias entre los recuerdos de hechos traumáticos y otro tipo de sucesos, y evaluar los factores que podrían condicionarlos (gravedad del hecho, tiempo transcurrido, duración del suceso, implicación, etc.).

El enigma de la experiencia frente a la memoria
En 2010, Daniel Kahneman impartió una interesante conferencia sobre la diferencia entre experiencia y recuerdo. Utilizando ejemplos que van desde unas vacaciones a colonoscopias, el premio Nobel y fundador de la economía conductual Daniel Kahneman revela cómo nuestro "yo que tiene experiencias" y nuestro "yo que recuerda" perciben la felicidad de manera diferente.
 
¿Cómo se recuerda el dolor?
En la percepción el dolor intervienen muchos factores culturales y personales: las expectativas previas, las emociones asociadas, el significado del suceso, los recursos atencionales prestados a la sensación dolorosa, la competición con otras fuentes sensoriales... De modo que el recuerdo del dolor suele basarse más en las etiquetas verbales que se utilizaron en su momento para describirlo que en la sensación dolorosa en sí misma. Aun cuando el contexto en el que se produjo el dolor puede ser muy bien recordado, no ocurre igual con la sensación dolorosa (Niven y Brodie, 1995). Por esta razón, el recuerdo del dolor experimentado es, en general, inconsistente a lo largo del tiempo y está determinado por la intensidad del dolor sufrido y el recuerdo de la experiencia que lo generó (Erskine, Morley y Pearce, 1990; Gavaruzzi, Carnaghi, Lotto, Rumiati, Meggiato, Polato, y De Lazzari, 2010). En un estudio realizado hace unos años se preguntó por la sensación dolorosa a dos muestras de sujetos: madres después de un parto (sin anestesia) y pacientes odontológicos (con anestesia). En una escala de diez, la sensación dolorosa media inmediatamente después del parto fue de 8, mientras que la de la extracción dental fue de 4. Preguntados de nuevo seis meses después, la estimación media del dolor había pasado a 5 y 7, respectivamente. El recuerdo del dolor en el parto disminuye con el tiempo, mientras que el dolor de la extracción dental aumenta. Algunas investigaciones (Roche y Gijsbers, 1986; Beese y Morley, 1993) establecen un periodo de exactitud del recuerdo de la intensidad del dolor en torno a una a dos semanas, lo que indica intervalos de retención bastante cortos.
 
Experiencias de recuperación
LAS EXPERIENCIAS DE RECUPERACIÓN COMO MEDIDA DE MEMORIA

La mayor parte de las investigaciones sobre la Memoria evalúan el rendimiento en diversas tareas mediante aciertos y errores. No obstante, estas medidas objetivas no aportan información sobre la calidad de las experiencias de memoria. Sin embargo, la mayoría de las variables analizadas en los distintos estudios sobre procesos de memoria, además de afectar al rendimiento afectan también a la calidad de las huellas de memoria. En el presente trabajo se revisan algunas de las medidas más utilizadas para estudiar la calidad de las experiencias de memoria como alternativa a las medidas de rendimiento: los juicios de saber y recordar, y el análisis de las características fenomenológicas de los relatos de memoria.

Las investigaciones en psicología cognitiva se han basado en lo que Tulving (1989) denomina la doctrina de la concordancia entre conducta, cognición y experiencia. Esta doctrina, como principio general, implica que no debería haber conductas sin un conocimiento que las acompañe, el conocimiento no podría adquirirse o expresarse sin ser consciente, y no debería existir ningún caso en el que cambios en la conciencia no puedan ser expresados mediante su conducta correspondiente. Sin embargo, esta doctrina que ha regido la mayoría de las investigaciones cognitivas no siempre se cumple. Tulving afirma que no existe correlación entre rendimiento, conocimiento recuperado y experiencia consciente de recuperación. Contra la doctrina de la concordancia Tulving (1989) propone la hipótesis de la indiferencia entre cognición, conducta y experiencia, según la cual a) la conducta humana no siempre depende del conocimiento del individuo o la experiencia de lo que hace, y b) incluso los conocimientos altamente complejos no necesitan reflejar de la misma forma la conciencia y las características de recuperación de los hechos pasados. A partir de esta hipótesis Tulving reivindica la importancia de realizar investigaciones sobre la experiencia de recuperación, fundamentalmente teniendo en cuenta que la Psicología Cognitiva es la ciencia de la vida mental y la experiencia consciente es su principal representante.
 
Las experiencias de recuperación
Graf y Mandler (1984) afirmaron que para resolver tareas de memoria se pueden emplear dos tipos de procesos: a) la activación de una representación mental que facilita la accesibilidad de la información almacenada, y b) la elaboración que establece relaciones entre los diferentes componentes mentales de los contenidos e incrementa su probabilidad de recuperación. Es decir, la mayor parte de las tareas de memoria podrían ejecutarse mediante procesos automáticos o controlados, asociados a distintos niveles de conciencia, pero de idénticos resultados si medimos su efectividad únicamente en términos de exactitud. Así ocurre tanto con tareas de recuerdo como con tareas de reconocimiento.


Respecto a las tareas de recuerdo, Jacoby (1991) propone que su ejecución refleja una mezcla entre recuperación intencional e influencias automáticas de memoria. En la misma dirección, Jones (1982,1987) propone que el acceso directo a la huella de memoria tiene un alto componente de procesamiento automático, mientras que el acceso indirecto implica la búsqueda y generación de la información, y procesos de toma de decisión acerca del origen de los recuerdos en los que están implicados procesos controlados. También Baddeley (1982) distingue entre dos tipos de recuperación: recollection y evocación automática de la información por los indicios de recuperación adecuados. Recollection hace referencia a un proceso activo que incluye la búsqueda mediante indicios de recuperación, la evaluación de los candidatos y la construcción sistemática de la representación de una experiencia pasada que pueda ser aceptable. La elaboración y el nivel de procesamiento afectan de forma importante a este tipo de recuperación. La recuperación automática por la vía directa de la accesibilidad que producen los indicios se explica según Baddeley mediante el principio de codificación específica (Tulving y Thomson, 1973), como también propone Jones (1982). La activación automática de recuerdos asociados a un olor determinado es una muestra de ello.

Respecto al reconocimiento, Mandler (1980) lo define como un proceso de decisión sobre la ocurrencia previa de un hecho, que puede llevarse a cabo mediante dos procedimientos diferentes: a) por valoración de familiaridad y b) por identificación como resultado de recuperación. El primero de ellos es un camino directo que no precisa de procesamiento consciente, mientras que la identificación es indirecta y requiere de un proceso de elaboración consciente.

En la misma dirección, Jacoby y Dallas (1981) proponen que una tarea de reconocimiento puede realizarse mediante juicios sobre la fluidez perceptiva o mediante procesos de toma de decisión que implican la recuperación del contexto en que se codificó la información. El reconocimiento perceptivo se lleva a cabo sólo mediante juicios de fluidez perceptiva, mientras que para realizar un reconocimiento por identificación es imprescindible la recuperación del contexto. Jacoby y Dallas proponen que los procesos basados en la fluidez perceptiva son automáticos y se producen normalmente cuando se realizan reconocimientos por adivinación. Mientras que los procesos que se llevan a cabo cuando el sujeto necesita recuperar el contexto para responder de forma analítica a las tareas (procesos de toma de decisión) son conscientes y controlados.

La característica principal de la recuperación controlada es la elaboración (Baddeley, 1982; Jones, 1982; Mandler, 1980). Se trata de una recuperación costosa, analítica, que incluye varios procesos como la generación de candidatos y su reconocimiento (Anderson y Bower, 1972), o la integración contexto-información perceptiva y subsiguiente ecforía (Tulving, 1983). El procesamiento controlado se encuentra guiado por el contexto. Según Anderson y Bower la búsqueda no se realiza al azar sino que el contexto la delimita. Los indicios de recuperación serán claves que permitirán que la recuperación se complete satisfactoriamente. Sin ellos los procesos de búsqueda pueden dar como resultado la recuperación de información errónea debido a la multitud de representaciones que pueden existir en el sistema, tantas como significados tengan los estímulos (Anderson y Bower, 1974; Tulving y Thomson, 1973).

Por el contrario, la activación es la característica que define el procesamiento automático (Jones, 1982, 1987). Aquí no se dan procesos de elaboración sino de activación o fluidez (Mandler, 1980) facilitando la consecución de una determinada tarea. Las características sensoriales (Roediger, 1990; Roediger y Blaxton, 1987) o la información de los estímulos que se procesa de forma automática (Hasher y Zacks, 1979) guían este tipo de procesamiento. De ahí que se afirme que este tipo de procesamiento se encuentra guiado por los datos o perceptivamente, mientras que la recuperación controlada está guiada conceptualmente.

Jacoby y Dallas (1981) relacionan su distinción con la propuesta de Tulving (1972) que distingue entre memoria episódica y memoria semántica. El reconocimiento por identificación es una tarea de memoria episódica, ya que depende de que se haya formado una huella episódica; mientras que el reconocimiento perceptivo es una tarea de memoria semántica que depende solamente del nivel de activación de la representación semántica del ítem evaluado. Este hecho explica por qué variables como el nivel de procesamiento del material afectan al reconocimiento por identificación y no al reconocimiento perceptivo, puesto que el nivel de procesamiento influye en la probabilidad de que se forme una huella episódica. En esta dirección, Jacoby (1982) señala que el escaso rendimiento en tareas de reconocimiento que presentan los sujetos amnésicos se explica porque no son capaces de utilizar espontáneamente procesos de elaboración durante la fase de estudio de la información y tienden a basarse en una identificación perceptiva para resolver las tareas de reconocimiento.

En la recuperación de información semántica el sujeto no es consciente del contexto en que se adquirió ese conocimiento. Sin embargo, una de las características principales de la memoria episódica es precisamente que el sujeto es consciente de estar recordando una experiencia previa (Tulving, 1983). En el primer caso se habla de experiencia de conocimiento y en el segundo caso de experiencia de recuerdo. De esta forma, el reconocimiento perceptivo (tarea de memoria semántica) no requiere que el sujeto sea consciente de que está recuperando para que aparezcan efectos del estudio previo. En cuanto al papel de la conciencia en el reconocimiento, Jacoby y Dallas (1981) proponen que cuando se produce un reconocimiento basado en la fluidez perceptiva el sujeto no tiene conciencia de estar recuperando información, mientras que cuando se basa en procesos de elaboración dicha conciencia existe.

Así, el tipo de experiencia a que da lugar cada una de las recuperaciones varía. Rajaram (1993) ha propuesto un continuo desde las respuestas más controladas hasta las más automáticas, donde se pueden distinguir tres tipos de respuestas: de recordar, de conocer y respuestas implícitas. En la recuperación controlada se produce una respuesta de recordar (Gardiner, 1988; Rajaram, 1993; Tulving, 1985) en la que el sujeto es consciente de que la información que se recupera es una huella de memoria y por tanto una información que se presentó en un contexto determinado de su vida, en un espacio y tiempo dados (conciencia autonoética).

En la recuperación automática se dan dos tipos de respuesta según algunos autores (Gardiner, 1988; Gardiner y Java, 1990; Rajaram, 1993). Por un lado respuestas de conocer, esto es, respuestas en las que el sujeto no tiene conciencia de que la información se ha presentado en un momento determinado de su pasado, aunque sí tiene conciencia de que tiene ese conocimiento. Es lo que Tulving (1985) denomina conciencia noética. Se tiene conciencia de la información pero no conciencia de su contexto. Por otro lado, habría una respuesta aun más automática en la que el sujeto ni siquiera tiene conciencia de que tiene o está utilizando esos conocimientos, son las respuestas implícitas (Rajaram, 1993) en las que no existe conciencia de la información ni de su contexto (conciencia anoética).

En el campo empírico pocas investigaciones han analizado las experiencias de memoria, y se pueden agrupar en torno al tipo de tarea de recuperación. La mayoría de las investigaciones que tienen como objeto de estudio las experiencias de memoria con tareas de reconocimiento se basan en el paradigma desarrollado por Tulving (1985) sobre juicios de saber y juicios de recordar. Mientras que con tareas de recuerdo, el paradigma más utilizado (por ejemplo, Alonso, Fernández y Díez, 1999; Eich y Metcalfe, 1989; Diges, 1988; Manzanero, 1994, 2004, en revisión; Manzanero y Diges, 1994; Schooler, Gerhard y Loftus, 1986) consiste en analizar las características fenomenológicas (Johnson, Foley, Suengas y Raye, 1988) de las respuestas de memoria en los relatos procedentes de tareas de recuerdo, basándose en el modelo de control de la realidad propuesto por Johnson y Raye (1981).

Juicios de saber y juicios de recordar
Tulving (1985) desarrolló un paradigma experimental que permite estudiar la experiencia de recuperación a través de los juicios de los sujetos sobre sus propias experiencias, mostrando que es posible para los sujetos distinguir entre respuestas procedentes de un recuerdo y respuestas procedentes de un conocimiento, y que es sensible a variables como el intervalo de retención y el nivel de procesamiento. Tulving realizó dos experimentos con este paradigma, partiendo del supuesto de que los juicios de recordar son indicativos del grado en que la conciencia autonoética está implicada en la recuperación de conocimientos sobre hechos pasados en una situación particular. En el primer experimento presentó a los sujetos una lista de 27 nombres de categorías acompañadas por un ejemplo de cada una de ellas. El recuerdo de la lista de ejemplos fue evaluado tres veces: 1) mediante una tarea de recuerdo libre, 2) con una tarea de recuerdo con indicios en la que proporcionó los nombres de las categorías como ayuda al recuerdo, y 3) con otra tarea de recuerdo con indicios en la que además de proporcionar el nombre de la categoría facilitaba la inicial de la palabra ejemplo de esa categoría. Según Tulving cada tarea debería dar lugar a un tipo de información ecfórica, teniendo en cuenta que esta información está compuesta por la información (episódica) de la huella y por la información (semántica) de la recuperación, en un continuo que va desde recuperaciones con mucha información de huella y poca información de recuperación hasta recuperaciones con mucha información de recuperación y poca información de huella. Además de las tres tareas, en las que se medía el rendimiento, Tulving evaluó la amplitud con que la experiencia de recuperación estaba caracterizada por la conciencia autonoética pidiendo a los sujetos que juzgasen si sus respuestas procedían de información que recordaban o de información que simplemente sabían. Los datos mostraron que el porcentaje de items recordados era mucho mayor en la condición de recuerdo libre que en las de recuerdo con indicios. El recuerdo donde además se proporcionaba la inicial de la palabra a recordar resultó tener el porcentaje más bajo de juicios de recordar.


En el segundo experimento presentó una lista de 36 palabras y pidió su reconocimiento con dos intervalos de retención: inmediato y demorado una semana. Tulving (1985) parte en este experimento del supuesto de que la demora implica menos riqueza de la huella episódica con la consiguiente disminución de conciencia autonoética, por lo que los sujetos recuperarán información más contaminada por los conocimientos semánticos aportados por la recuperación. De esta forma, esperaba que el porcentaje de juicios de recordar disminuyera con el tiempo. Los resultados confirmaron las hipótesis mostrando que con una semana de demora los aciertos disminuían y las falsas alarmas aumentaban, y que los juicios de recordar disminuían.

Estas investigaciones fueron seguidas por Gardiner (1988) utilizando el mismo paradigma. En el experimento 1 manipuló el nivel de procesamiento pidiendo a los sujetos que estudiaran una lista de palabras prestando atención a su significado o a su rima, para después pedirles que realizaran una tarea de reconocimiento y juzgaran si recordaban o sólo sabían la palabra aparecida en la lista de reconocimiento. Los resultados mostraron que el nivel de procesamiento afectaba a la facilidad con que fueron reconocidas las palabras, pero sólo cuando habían sido juzgadas como recordadas. No encontraron diferencias respecto al porcentaje de palabras juzgadas como sabidas teniendo en cuenta el nivel de procesamiento de su codificación. En el experimento 2 manipuló la generación de las palabras pidiendo a los sujetos que las generaran basándose en indicios relevantes proporcionados durante la fase de estudio o que las leyeran. Igual que en el experimento anterior posteriormente les pidió que las reconocieran y realizaran juicios de recordar y saber, manipulando además el intervalo de retención (una hora o una semana). Los resultados mostraron que las palabras generadas fueron reconocidas más fácilmente que las palabras leídas, y que el reconocimiento una hora después fue más fácil que una semana más tarde. Pero estos dos resultados sólo fueron significativos cuando los sujetos reconocieron las palabras identificándolos como un recuerdo consciente (recordar), mientras que no tuvieron efectos sobre las palabras reconocidas correctamente pero no recordadas (saber).

De los experimentos de Tulving y Gardiner podemos deducir que pedir explícitamente a los sujetos este tipo de juicios no les plantea dificultades, siendo capaces de discriminar entre items recordados e items sabidos. Estos datos proporcionan información acerca de cualidades fenomenológicas de los recuerdos que aportan información valiosa sobre qué recuperan los sujetos para realizar una tarea, esto es, sobre sus experiencias de recuperación.

Posteriormente (Donaldson, 1996; Hirshman y Master, 1997) se ha relacionado las experiencias de recuperación implicadas en las tareas de reconocimiento con el modelo de detección de señales (TDS). Según Donaldson (1996) habría dos criterios de respuesta diferentes para las respuestas clásicas de exactitud si/no y para las respuestas de recordar/saber (ver figura 7). En este marco, diversas investigaciones (Conway y Dewhurst, 1995; Hirshman y Lanning, 1996; Knowlton y Squire, 1995) han encontrado una estrecha relación entre la sensibilidad de respuesta (d’ o A’) y el tipo de respuesta proporcionado por los sujetos, en el sentido de que el aumento de la discriminabilidad de los items nuevos y viejos lleva a incrementos de los juicios de recordar. Así, la TDS surge como una explicación alternativa a los juicios de recordar/saber. Pero llama la atención que las investigaciones mencionadas se centran en exclusiva en la sensibilidad de respuesta, que aunque puede tener interés en la búsqueda de datos acerca de las posibles diferencias entre las respuestas de exactitud viejo/nuevo y los juicios de recordar y saber, y los diferentes procesos implicados (ver por ejemplo, Strack y Förster, 1995; Hirshman y Henzler, 1996), no deja de ser una medida de exactitud, más sutil que los aciertos y falsas alarmas (Murdock, 1982) pero no demasiado diferente (Hirshman y Lanning, 1996). Y dejan de lado otros índices de la TDS como el sesgo de respuesta que es un indicativo del criterio (conservador o liberal) de los sujetos a la hora de decidirse por una contestación, y que como tal, podría estar directamente relacionado con el tipo de respuesta que dan los sujetos (recordar o saber). Se ha propuesto que una respuesta de saber implica el reconocimiento por familiaridad (Strack y Förster, 1995; Hirshman y Henzler, 1996), y este reconocimiento por familiaridad implica que los sujetos señalan un ítem como viejo porque está más activado que otros items, sin que el sujeto recupere el contexto en que apareció ese ítem. Estas respuestas son más automáticas, y como parece (Conway y Dewhurst, 1995; Hirshman y Lanning, 1996; Knowlton y Squire, 1995) llevan a una peor discriminación entre items nuevos y viejos. Pero además, parece lógico pensar que el reconocimiento por familiaridad podría ser fruto de criterios de respuesta más liberales, mientras que el reconocimiento por identificación, que requiere que el sujeto recupere de forma controlada el contexto en que se produjo la información original, estaría más relacionado con criterios más conservadores. Por lo tanto, que el sujeto lleve a cabo una tarea de reconocimiento basándose en la familiaridad o en la identificación estaría relacionado con el criterio de respuesta (conservador o liberal) que utilice al afrontar la tarea de decisión. No obstante, harían falta estudios empíricos que confirmaran esta propuesta.

Por otro lado, algunos estudios (Donaldson, MacKenzie y Underhill, 1996) han señalado la relación existente entre recuperación controlada (medida mediante el reconocimiento por identificación), respuestas de recuerdo, y respuestas sobre el origen de la información. Donaldson et al. sugieren que cuando un sujeto dice que recuerda un ítem puede basar su respuesta en información diferente de la fuente que lo generó, pero cuando un sujeto dice que recuerda el origen de la información debe ser capaz de dar una respuesta de recuerdo. De hecho, Johnson et al. (1993) señalan que las respuestas de saber tienen lugar cuando los sujetos no son capaces de recuperar información de fuente. Así, Donaldson et al. (1996) afirman que debe haber un alto grado de similitud entre los juicios de recordar y los datos del control del origen de los recuerdos.


Juicios sobre el origen de los recuerdos y análisis de la calidad de los relatos de memoria
Los juicios de recordar y de saber podrían utilizarse para distinguir entre los diferentes tipos de experiencias, aunque tienen una mayor aplicación con tareas de reconocimiento que con tareas de recuerdo, fundamentalmente porque en las tareas de recuerdo pueden dar más juego otros procedimientos, sobre todo si se utiliza como material sucesos complejos, que permiten un análisis cualitativo de las características fenomenológicas de los recuerdos (Johnson, Foley, Suengas y Raye, 1988).


Enmarcado en el modelo más general de memoria (MEM) propuesto por Johnson (1983, 1992), Johnson y Raye (1981) proponen un modelo de control de la realidad mediante el que es posible diferenciar recuerdos de origen externo (percibidos) de recuerdos de origen interno (auto-generados). Según este modelo la discriminación entre los dos tipos de memoria se lleva a cabo a través de un proceso de razonamiento, consistente en comparar los atributos característicos de las memorias de origen interno con los característicos de las memorias de origen externo. Estos atributos característicos son información sensorial, información contextual e información semántica asociados a las memorias de origen externo, y alusiones a procesos mentales asociadas a las memorias de origen interno.

Desde entonces, el análisis de las características o atributos de las memorias se han revelado como una importante vía de investigación que ha supuesto dar un salto cualitativo en el estudio de la memoria. Con el conocimiento de los atributos que pueden distinguirse en las descripciones de memoria, el análisis además de cuantitativo es posible realizarlo también cualitativamente, permitiendo estudiar no sólo el rendimiento sino también la calidad de las experiencias de recuperación. Así, por ejemplo, Schooler, Gerhard y Loftus (1986) analizaron las descripciones de memoria de un objeto sugerido o real que aparecía en una película mostrada a los sujetos. Este análisis en términos de atributos de las descripciones de memoria basadas en el modelo de Johnson y Raye (1981) mostró que las memorias sugeridas podían diferenciarse de las memorias reales, ya que en las primeras era más frecuente encontrar alusiones a procesos mentales, más muletillas, más detalles sobre características funcionales del elemento (información semántica) y eran más largas, mientras que las segundas tenían más información sensorial.

Este tipo de análisis aplicado por primera vez al campo de la Memoria de los Testigos ha sido útil en otros campos y su uso muestra cada vez más su utilidad en la comprobación del efecto que determinados factores tienen sobre los procesos de memoria (conocimientos previos, sugestión, demora, mentira, preparación, pensar y/o hablar sobre los recuerdos, disminución de recursos, arousal, cambio de perspectiva...) y es de suponer que su uso se extienda más aún, ya que aporta datos importantes para el conocimiento del funcionamiento de la memoria y los procesos de recuperación.

La lista de atributos característicos de las descripciones de memoria ha ido aumentando y se han especificado cada vez más. La propuesta original de Johnson y Raye (1981) distinguía entre información sensorial, información contextual, información semántica[1], y alusiones a procesos cognitivos llevados a cabo tanto en el momento de la codificación como de la recuperación de la información.

Información sensorial: información sobre formas, colores, ruidos, olores... Consistentemente se ha encontrado este tipo de información asociado a las descripciones con un origen más externo (perceptivo, real) en comparación con descripciones con un origen más interno (sugeridas, autosugeridas, falsas, imaginadas).

Información contextual: información referente a datos espaciales y temporales. Esta información también ha aparecido asociada con descripciones externas en comparación con descripciones de origen interno. Schooler et al. (1986) encontraron que la información espacial aparecía más frecuentemente en relatos reales que en relatos con un origen sugerido. Por otro lado, en una investigación (Gentil y Diges, 1994) en la que se distinguía entre información espacial y temporal, se ha encontrado que la espacial aparecía más frecuentemente en relatos episódicos (externos), y la temporal en relatos semánticos (internos). Este hecho se ha explicado por el papel que la información temporal puede tener como nexo de unión entre los diferentes componentes de un esquema bien conocido.

Alusiones a procesos cognitivos: Datos que mencionan explícitamente algún proceso cognitivo: imaginar, recordar, mi atención se centró en, algo me hace pensar... Los relatos con un origen interno frecuentemente presentan más alusiones a procesos cognitivos que los relatos con un origen externo, este hecho se explica porque en la generación de un suceso intervienen más procesos cognitivos que en la percepción, que quedarán reflejados en los relatos de los sujetos. Por otro lado, la percepción se realiza de forma más automática, de lo que se deduce la ausencia de alusiones a procesos cognitivos ya que pasan desapercibidos para el sujeto.

Schooler et al (1986) aumentaron la lista de atributos diferenciales, y mencionan además la longitud de las descripciones, las muletillas y las autorreferencias, que caracterizarían a las memorias sugeridas. Otros investigadores (por ejemplo,. Alonso-Quecuty, 1990, 1995; Diges, 1988, 1995; Manzanero, 1994, 2004, en revisión; Manzanero y Diges, 1994) además analizan otras características de las descripciones de memoria, como distorsiones, información idiosincrática, intensidad, pensamientos y sentimientos, autorreferencias, explicaciones, correcciones espontáneas, longitud, expresiones de duda, exageraciones, invenciones, comentarios personales, implicación personal y experiencia cognitiva.

Así, considerando los atributos cualitativos de las descripciones de memoria, podemos dividir el contenido de los recuerdos en dos grupos: característicos de las huellas de memoria procedentes de la percepción y característicos de la información auto-generada. Si consideramos el tipo de información de uno y otro tipo, y la comparamos con los rasgos de la memoria semántica y episódica, se observan ciertos aspectos comunes, lo que concuerda con el hecho de que por definición la recuperación episódica daría lugar a información con un origen externo, mientras que la recuperación semántica daría lugar a información con un origen interno. Así, Tulving (1972) había propuesto que la información episódica es información perceptiva con referencias autobiográficas; esto es, información perceptiva enmarcada en un espacio y tiempo del pasado del sujeto, equivalente a la información sensorial y contextual que según Johnson et al. (1981, 1993) caracteriza a los recuerdos percibidos o externos. Mientras que la internalidad de una huella de memoria indica que en su codificación han intervenido diferentes procesos cognitivos (la referencia cognitiva es el rasgo que define a la memoria semántica) de forma que esa huella procede de re-representaciones, pensamientos co-temporales o fantasías en las que tendrá más relevancia los conocimientos previos de los sujetos. Por tanto será más semántica, ya que según diversos autores (Diges, 1993, 1995; Johnson, 1983) las memorias de origen interno se crean a partir de estructuras de conocimiento genérico, mientras que las percibidas requieren la aparición real del suceso ante el sujeto. En favor de esta propuesta se alinean los datos que muestran que los relatos de memoria que proceden de hechos reales más que de conocimientos previos contienen más información sensorial y contextual (Diges, 1993, 1995; Gentil y Diges, 1994; Manzanero y Diges, 1994; Schooler et al., 1986).

Por otro lado, las exageraciones y los juicios y comentarios personales pueden ser rasgos de implicación personal (Diges, 1993) y por tanto referentes autobiográficos. Si esto fuera así, una descripción de memoria será más episódica o externa si tiene más información contextual espacio-temporal y más referencias autobiográficas que podrían ser medidas a través de la cantidad de juicios y comentarios personales, y exageraciones aparecidas en los relatos, como un indicativo de la relevancia de los recuerdos previos de los sujetos. Y será más semántica cuanto menos información sensorial y contextual y menos referencias autobiográficas, pero más referencias cognitivas y más información semántica aparezcan en las descripciones de memoria.

Estas dimensiones cualitativas de las descripciones de memoria se ven afectadas por diferentes variables. Debido a que el proceso de control del origen de los recuerdos se realiza de forma controlada le afectan todas aquellas variables que influyen en los procesos que requieren control para su ejecución, como son la recuperación múltiple, la disminución de recursos cognitivos, el intervalo de retención, variables evolutivas... Suengas (1991) señala cinco variables que afectan al proceso de control de la realidad: la edad, el contenido de la información, la semejanza perceptiva, el intervalo de retención, pensar y hablar sobre los contenidos de la memoria, y la reducción de las operaciones cognitivas. Por ejemplo, Henkel, Franklin y Johnson (2000) analizan el efecto de la interferencia de sucesos similares imaginados y vividos sobre los procesos de control del origen de los recuerdos. En esta investigación encuentran cómo las memorias no percibidas diferían de las percibidas en la cantidad de información, los detalles visuales y espaciales, la vivacidad, los sentimientos y reacciones, las asociaciones y los pensamientos.

Las tres últimas variables señaladas por Suengas nos interesan especialmente debido al papel moderador que juegan en la distinción entre experiencias de recordar y experiencias de saber, como mostraron Tulving (1985) y Gardiner (1988). En general (Alonso-Quecuty, 1990; Manzanero, en revisión) se ha encontrado que el intervalo de retención provoca que las memorias de origen interno se hagan difíciles de diferenciar de las de origen externo debido a que con el tiempo el sujeto elabora un escenario mental tan rico que las características propias de la realidad (información contextual y sensorial) pueden aparecer fuertemente en las memorias internas al tiempo que la información sensorial y contextual tiende a ir deteriorándose en las externas. Por otro lado, y aparentemente contradiciendo lo anterior, Suengas y Johnson (1988), encontraron que los aspectos más duraderos de la memoria son los contextuales, mientras que la información que se degrada más rápidamente es la idiosincrática del sujeto (lo que pensó y sintió el sujeto durante el suceso). Suengas (1991), teniendo en cuenta estos resultados, afirma que, como uno de los aspectos susceptibles de generar errores entre los recuerdos de lo percibido y lo imaginado es el que más rápidamente desaparece de la memoria (la información idiosincrática), “si no hacemos nada por interferir este proceso, el paso del tiempo no hace sino maximizar la probabilidad de discriminar correctamente el origen de los acontecimientos” (Suengas, 1991, pág. 422). Esto, que podría parecer contradictorio con lo anterior, no lo es si tenemos en cuenta el siguiente de los factores mencionados por Suengas (1991), pensar y hablar sobre los acontecimientos. Suengas y Johnson (1988) encontraron que si se induce a la gente a pensar y hablar sobre los atributos perceptivos de los hechos, es improbable que confunda el origen de los recuerdos, debido a que las diferencias en esta información se mantendrán y facilitarán la discriminación. Pero, si por el contrario, se induce a pensar o hablar sobre los aspectos subjetivos e idiosincráticos, se dificulta la habilidad de los sujetos para discriminar el origen de los recuerdos. Pensar y/o hablar sobre los aspectos afectivos de un hecho percibido tiende a aumentar las características internas de la memoria, haciéndola más parecida a una memoria de origen interno y, por tanto, dificultando el proceso de discriminación. Además, al pensar o hablar de los sucesos los sujetos están realizando recuperaciones, y por tanto reconstrucciones, sucesivas que pueden alterar las características de las experiencias de memoria. Por un lado, se observan consecuencias positivas como la presencia de una mayor cantidad de detalles sensoriales y contextuales sobre lo presenciado. Por otro lado, aparecen consecuencias negativas provocadas por la aparición de una mayor cantidad de distorsiones y dudas (Manzanero y Diges, 1994). Por su parte, la reducción de recursos cognitivos afecta a la facilidad de discriminación y a las características de las huellas de memoria. Por ejemplo, se ha encontrado que la discriminación entre recuerdos procedentes de sueños es realmente complicada debido a que su generación se lleva a cabo a través de operaciones cognitivas inconscientes, con lo que privamos a este tipo de memoria interna de uno de sus atributos fundamentales para llevar a cabo el proceso de control de la realidad (Johnson, Kahan y Raye, 1984). Por otro lado, la falta de recursos cognitivos ha mostrado efectos sobre las características externas de las descripciones de memoria (Diges, 1993). Diges encontró, en una investigación en la que utilizaba un paradigma de atención dividida, que cuando disminuyen los recursos en la codificación de la información se dificulta la percepción integrada de los detalles del suceso y la recuperación posterior se ve deteriorada, disminuyendo la cantidad de detalles sensoriales y contextuales (exp. 1 y 2) y las alusiones a procesos cognitivos, y aumentando las distorsiones, las autorreferencias (exp. 1), las correcciones espontáneas y la longitud (exp. 2).

Conclusiones
Un conocimiento más amplio de los procesos implicados en el funcionamiento de la memoria pasa por considerar otras medidas diferentes como alternativa a las utilizadas tradicionalmente. El progreso del área, en cierto modo estancada en los últimos años, podría venir de la mano de medidas que permitan conocer no sólo cómo diferentes variables afectan a la exactitud de las respuestas de los sujetos sino también cómo afectan a los procesos de memoria y a la calidad de la respuesta. Una revisión de algunos de los trabajos que en las últimas décadas han trabajado con medidas fenomenológicas indican que las respuestas de recordar y saber para las pruebas de reconocimiento, y las características de los relatos para las pruebas de recuerdo pueden ser la alternativa.
No obstante, aún es necesaria más investigación teórica y empírica que permita refinar más las medidas de las experiencias de memoria, principalmente las implicadas en el análisis de la calidad de los relatos para seleccionar aquellas más relevantes y conocer más sobre su implicación en los procesos de memoria.
 
 
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Fuente: Manzanero, A.L. (2008): Aspectos básicos de la memoria. En A.L. Manzanero, Psicología del Testimonio (pág. 27-45). Madrid: Ed. Pirámide. http://www.psicologiadeltestimonio.com/
 
Psicología de la Memoria
psicologiadelamemoria.blogspot.com.ar
Antonio L. Manzanero, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. España
 
Libro: Memoria de Testigos: Obtención y valoración de la prueba testifical. Ed. Pirámide (2010)*

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