lunes, 18 de marzo de 2013

Transformaciones en la cultura, violencia cotidiana y psicoanálisis

Por, Diana S. Cantis Carlino
 
RESUMEN
En este trabajo he querido mostrar las transformaciones que, al final del siglo, inciden sobre la constitución de la subjetividad humana. En muchos casos, estos cambios producen violencia y afectan los vínculos primarios constitutivos del modelo familiar burgués. Si la familia es la matriz primordial de a formación de la subjetividad, es de esperar que aparezcan nuevas subjetividades y también nuevas patologías. Me planteo que el psicoanálisis tiene que revisar y ampliar sus fundamentos, e insertarse en el diálogo con otras ciencias. Dado que el psicoanálisis aporta al conocimiento de lo inconsciente, su participación es imprescindible.

1) INTRODUCCION
En este artículo deseo plantear cómo algunos factores del macrocontexto pueden vehiculizar una suerte de violencia difusa que se infiltra en los vínculos interpersonales, parejas, familias, grupos, lo que da lugar a microtraumas cotidianos. La violencia entra a formar parte de nuestra experiencia bajo diversos tipos de manifestaciones: simbólica y física, explícita y latente, pública y privada, incidiendo en la generación de las nuevas subjetividades. En esta presentación me referiré a la violencia intrafamiliar en sí misma sólo cuando ella es un epifenómeno de determinaciones socioculturales imperantes y en todos los casos constituye un
factor de retroalimentación negativa. Asimismo voy a postular el papel que le cabe al psicoanálisis en la comprensión de estos cambios y en el abordaje clínico de las nuevas patologías. También deseo señalar que formando parte de la misma trama de violencia sobre los sujetos, existe una oferta de soluciones rápidas y fáciles que obturan la emergencia de cualquier conflicto  productor de angustia y malestar, los cuales no pueden serutilizados como señal de alarma.
 
2) LA ENCRUCIJADA DE LOS NUEVOS TIEMPOS
Estamos transitando una época de vertiginosos cambios en el macrocontexto dados por los descubrimientos científicos y las transformaciones en las áreas tecnológicas, sociales y económicas. Todos ellos influyen en la producción de subjetividad y en las diversas configuraciones vinculares en que se desarrolla la vida de las personas. Un mundo nada homogéneo y sí muy complejo, cuyos grados de contradicción lo tornan, por momentos, desconcertante. Hay dos posiciones frente al cambio: una que dice que todo cambio es cosa buena y otra que sostiene que todo pasado fue mejor. Pero ambas posiciones, así planteadas, obturan la posibilidad de comprender la especificidad y los efectos de ese cambio. Por ello es que pensamos que esta acelerada realidad de transformaciones a veces se va imponiendo “violentamente”, sin permitir el natural trabajo elaborativo de la misma. A continuación señalaré solamente algunos de dichos factores. En lo que se refiere a la economía, al decir de E. Díaz, ...“El neoliberalismo, el más joven de los totalitarismos, llamado eufemísticamente globalización”, entroniza al Mercado como Amo Supremo promoviendo en los países periféricos la caída del sostén estatal en las áreas de la seguridad social, la educación pública y la justicia, dejando librados a su suerte a amplios sectores de la población. La economía de mercado trae por un lado innovaciones tecnológicas que se traducen en aumento de la productividad y por otro desempleo y exclusión social. Y ya sabemos históricamente que la violencia social se sustenta en una lógica de la exclusión, la discriminación y la injusticia. El discurso económico-liberal hegemónico impone valores de pragmatismo, exitismo, competencia y consumo. Es así que la pertenencia, la identidad, la sexualidad y la afectividad resultan los valores comprometidos por estos cambios. La búsqueda del éxito económico, cuando es desenfrenada, intoxica las mentes, igualando el poseer con el ser, y despojando de contenidos solidarios el accionar comunitario.

En el área de las comunicaciones y la informática, la revolución tecnológica abre una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, sean paí es o personas. Si bien hay una masiva oferta de información que muchas veces es imposible de procesar, pensamos que el saber, el poder y la violencia son categorías interrelacionadas. La expansión de los medios de comunicación conecta los más distantes puntos del planeta en forma instantánea, pero paradojalmente puede estar creando sujetos comunicados con toda la tierra por medio de pantallas e imágenes, y al mismo tiempo aislados emocionalmente. Como dice Marc Auge: “las computadoras se prestan al ejercicio solitario de la vida social”.

Yendo a otro campo de la experiencia, vemos que el modelo hedonista y de adicción al goce instantáneo conduce a los psicofármacos o las drogas con la intención de huir de todo conflicto  generador de sufrimiento psíquico. La ilusión del éxtasis de un supuesto paraíso químico, que anula temporaria y ficticiamente la angustia y el miedo, crea sujetos adictos, cada vez más dependientes de aquéllas. Vemos pues que en vez de liberar, encadena.
 
3) ACERCA DE LA VIOLENCIA
La violencia es un fenómeno de causalidad compleja y está sobredeterminada, tanto intrapsíquica como socialmente. El diccionario filosófico de Lalande la define como el empleo ilegítimo o ilegal de la fuerza. La violencia es el uso de una fuerza, abierta u oculta, con el fin de obtener de un individuo o un grupo, algo que no quiere consentir libremente. Implica la intención de dominio o daño a la capacidad de pensar. J. Puget la define como un funcionamiento primitivo que tiende a anular el funcionamiento mental de un otro e imponerle significados. Distingo la “agresividad benigna” que es el empuje ligado a la supervivencia, a la creatividad y al crecimiento del Yo, de la “agresión maligna” o violencia que conlleva la idea de depredación. Diferencia pues, cualitativa y no cuantitativa.

Todo acto violento se da en la intersección de tres factores: las determinaciones socioculturales, las que provienen del conflicto vincular mismo, y la conformación intrapsíquica de los sujetos comprometidos en dichos vínculos violentos.

Siguiendo ideas de J. Puget, desde un enfoque vincular, considero que la violencia es siempre un fenómeno relacional, con un polo de inermidad, desamparo o impotencia y otro polo con abuso de su fuerza o poder. La ley del más fuerte, ética perversa, enloquecedora o alienante subyace a todo acto que coarta la libertad del otro. No es la violencia fundante, generadora de significación en el sentido de P. Aulagnier, sino que tiende a anularla.

El violentador es una persona o grupo que se maneja con convicciones autoritarias y excluyentes y un lenguaje de acción que cercena a un otro, y también a su propio Yo o al grupo al que pertenece la posibilidad de cuestionarse y pensar. Busca la anulación del deseo y del derecho de ese otro en tanto diferente, intentando despojarlo de su condición de sujeto y convertirlo en mero objeto.

En el plano social, si bien la violencia está asociada a algo brutal y sangriento, es menester recordar que Vivianne Forrester habla de la violencia de la calma, origen de las otras formas y que esta autora liga a la economía de mercado ofrecida como única solución. Aunque para ello sea necesario acentuar la competitividad, el egoísmo y la indiferencia. En relación con esto recordemos que José Saramago (premio Nobel de Literatura 1998), acaba de declarar en Madrid que “la globalización del mercado ya no está propugnando un pensamiento único sino directamente el pensamiento cero”. Sería pues una forma de violencia puesto que significaría anulación de cualquier otro pensamiento, alternativo al hegemónico.

 
4) ¿EXISTE UNA CULTURA DE LA VIOLENCIA?
Cuando el Poder del Estado ejerce arbitrariedades, cuando no cumple la ley ni la hace respetar, cuando se desentiende de las necesidades básicas de la gente y se promueve el “sálvese quien pueda y cómo se pueda”, se ejerce violencia en forma cotidiana. Quiero citar un extenso párrafo de J. M. Domenach, publicado en 1981, por su gran actualidad: “Preguntarnos si hay más o menos violencia hoy que antaño, no nos llevaría a ninguna parte, porque la conciencia y la intolerancia ante ella, son fenómenos que recientemente han adquirido dimensiones considerables. Es cierto que antaño existía una violencia manifiesta que se encuentra en vías de desaparición en las sociedades industrializadas. Hoy son raros el duelo, las ejecuciones y castigos públicos, los pugilatos en la calle. Ello no impide que crezcan las formas violentas de la delincuencia. He aquí una paradoja: a medida que se desarrolla una conciencia civilizada, que no tolera el espectáculo de la violencia, ésta se disimula y se desplaza en dos direcciones. Por una parte, se interioriza y se expresa de manera indirecta, a través del discurso filosófico y crítico cada vez más áspero y excluyente o bien por la explosión del altercado, del tumulto en ocasión de manifestaciones, eventos como el fútbol, recitales, fiestas, etc. La violencia común se “desahoga” de múltiples maneras, a través de una agresividad flotante sobre algún chivo expiatorio. Hay también una violencia de la técnica que es la expresión conjunta de la racionalidad mundial y de la voluntad de poder. La técnica, a través del cual los hombres se comunican, que está creando un universo común a todas las naciones, es al mismo tiempo la que sojuzga a la naturaleza y a los hombres. Dicen Adorno Y Horkheimer, filósofos de la escuela de Francfort: después de haber destruido las mitologías, la Razón matemática y técnica está aplastando al Yo con su imperialismo.

Tras las formas colectivas de la violencia que nuestra época ha conocido, ¿no se encuentra acaso una especie de utopía tecnocrática, un empeño de someter igualmente a los hombres a una voluntad única, a un Estado global? La técnica no se contenta con proporcionar a la política instrumentos de control y coacción: ofrece un modelo de incitación a la dominación total. Cuando se posee el último poder sobre la materia es difícil admitir que el espíritu resista”.

Junto con la revolución tecnológica, se asiste a la coexistencia de las formas más primitivas y crueles de violencia que el proceso de la civilización parecía haber atenuado. Es así que la cultura que teóricamente debiera contener y ofrecer las posibilidades de neutralización y catarsis sublimatorias de las pulsiones, se constituye por diversos motivos en un caldo de cultivo para las mismas.

Lo abrupto de los cambios del entorno ha afectado el sentimiento de identidad, vivido por muchos como despersonalización. Para Carlisky y Katz esto genera el deseo de destruir la identidad del diferente, por resentimiento ante la injuria recibida y con la expectativa de recuperar la propia identidad. En situaciones de crisis, (concepto que para Kaës significa “ruptura de un orden dado”), aparecen lo que Theodor Adorno llamaba los “grandes simplificadores”: líderes mesiánicos, salvadores y carismáticos que prometen el paraíso, o autoritarios que proclaman orden y seguridad a cambio de obediencia incondicional.

Emergen dogmas y fundamentalismos y recrudecen las ideologías violentas basadas en la intolerancia y la discriminación. El auge de los fundamentalismos tiene de cómplice silencioso a la indiferencia social frente a los mismos. Cuando la violencia se acrecienta y se generaliza se producen respuestas contradictorias. En tanto promueve miedo e inseguridad se la banaliza defensivamente, se la “naturaliza”: “guerras hubo siempre”, se afirma. La cultura de la violencia hace del miedo una institución. A su vez, la incertidumbre y el miedo continuos tienen efecto de impensabilidad.

 
5) NUEVAS SUBJETIVIDADES
Asistimos a configuraciones familiares muy diferentes a aquellas de la familia burguesa –institución numerosa, fuerte y estable, “para toda la vida” de la Viena del 1900– productora de las subjetividades que estudió y analizó Freud. Pensamos, que en la medida que se va diluyendo la dimensión prospectiva de futuro y de proyecto posible, aparecen nuevas formas vinculares (I. Berenstein; J. Puget; M. C. Rojas). En este nuevo contexto encontramos mutaciones y precarizaciones de los vínculos familiares. En tanto que los elementos conformantes de la familia clásica (convivencia, parentesco, procreación y sexualidad) están experimentando transformaciones, y dado que la subjetividad se va estructurando dentro de esa matriz identificatoria que es la familia, nos preguntamos qué papel le cabe en dicha estructuración a las transformaciones que experimentan las nuevas formas del parentesco.

Hay nuevas expresiones de la identidad sexual en relación con la disociación entre la sexualidad y la reproducción, la pulsión y el amor. La posibilidad de la clonación en el humano supera con creces las fantasmagorías descritas de “Un Mundo Feliz” de A. Huxley, o “1984” de Orwell. (D. S. Cantis-Carlino) Todavía no existe un lenguaje adecuado para simbolizar las nuevas configuraciones de parentesco, y menos aún leyes que las abarquen. La familia es transmisora y transformadora de significaciones a través de las funciones materna y paterna. La simbolización es una tarea que debe emprender el incipiente Yo del infans para desarrollarse y acceder a la subjetivación. La “violencia primaria”, a la vez necesaria e inevitable (P. Aulagnier), ejercida por la madre o quien ejerza su función, construye psiquismo. El discurso familiar enuncia las propuestas identificatorias que ubican al niño en el mundo: le dicen quién es y qué se espera que él sea. Junto con los cambios en el rol maternante, hoy se agregan en algunas familias déficits en la función paterna, función representante de los mandatos socioculturales del tabú del incesto en la dinámica familiar. En este contexto de acelerados cambios tecnológicos y de exclusión social, hay una especie de círculo vicioso puesto que cuanto mayor es la precarización y la rigidez en los vínculos familiares primarios fundantes del psiquismo, mayor es su vulnerabilidad frente a dichos cambios, con efectos de desestructuración vincular e individual, y por lo tanto, promotor de enfermedad mental. A veces dicha patología se expresa como actos violentos y transgresores intrafamiliares los cuales mimetizan y realimentan en perniciosa forma valores transgresores contextuales (corrupción, impunidad, autoritarismo, violencia de género). En ese sentido vemos que las pautas parentales autoritarias y crueles pueden llegar a crear sujetos megalómanos y paranoicos, o su contrapartida, sujetos pusilánimes, en ambos casos cargados de odios y resentimientos que pueden ser irreductibles.
 
6) TRANSFORMACIONES EN LA CULTURA, VIOLENCIA COTIDIANAY PSICOANALISIS
Se nos hace pues, necesario como analistas pensar en la incidencia de este proceso de cambio en la determinación de los nuevos vínculos y subjetividades emergentes como asimismo de las posibles patologías a la luz de nuestras conceptualizaciones teóricas e instrumentos técnicos. También debemos encarar las nuevas demandas terapéuticas que se hacen al psicoanálisis y a los psicoanalistas.

Es necesario cuestionarnos en qué puede consistir nuestra participación como psicoanalistas frente a esta crisis, y la violencia cotidiana determinante de nuevas patologías, para lo cual quedan planteados estos interrogantes:
– ¿Cuál es el grado de incidencia de esta crisis y qué se puede hacer con los instrumentos teóricos y técnicos que poseemos?
– ¿Desde qué posición abordamos el malestar en la civilización? – ¿Podemos como analistas tener alguna injerencia sobre la trama social?
– ¿Podemos suponer a dicha trama un nivel inconsciente?
– ¿Qué relación puede establecerse entre la cultura y la pulsión?
 
Interrogantes a ser develados...
La actual aceleración y el sentido informático y mediático del proceso de cambios, el auge de la tecnocracia, el pragmatismo, el exitismo, la sobreadaptación y las modas cuyo éxito reside en las apariencias exteriores por encima de lo interior, colisionan con el método psicoanalítico.

En el contexto descrito el sujeto se encuentra en situaciones de suma tensión que le implican malestar y sufrimiento. Sabemos que el malestar y la angustia son señales que alertan acerca de la existencia de un conflicto (en cualquiera de los tres espacios psíquicos: intra, inter y transubjetivo), y que puede conducir a buscar nuevos caminos a través de un trabajo psíquico (y/o vincular) de búsqueda de conocimiento y cambio. Pero frente a este malestar prevalece un modelo de aplacamiento de los conflictos a través del reforzamiento de defensas que desmientan la pérdida de ideales y valores humanísticos, facilitando la adaptación a la sociedad. Asimismo se busca aliviar, como ya lo señalé, la angustia, el malestar y el sufrimiento del hombre contemporáneo con psicofármacos.

Reducir el sufrimiento dado por el conflicto al funcionamiento de un cerebro computarizado es dejar de lado lo que el psicoanálisis colocó en un primer plano a principios de siglo: la experiencia subjetiva que sitúa los afectos y la fantasmática inconsciente en el centro del alma humana. Pareciera que para cada síntoma debiera haber una respuesta inmediata, química, que evite el dolor, las emociones, el interrogarse, que eluda el conflicto. ¿Se trata de contención-comprensión o de violencia? Ya Freud señaló que el Psicoanálisis no era una concepción totalizadora ni cerrada del mundo. Por todo lo que conoce del hombre y sus conflictos, el Psicoanálisis es sensible y coherente en su preocupación.

En el campo de la crisis social con sus efectos desestructurantes en los sujetos y en sus vínculos, se hace evidente que el objetivo básico del Psicoanálisis, que es dar nuevas significaciones, requiere seguir ampliando los fundamentos del mismo para que esté abierto al pluralismo de las ideas y al trabajo interdisciplinario, y al nuevo sujeto de la globalización, de la informática y la imagen, del desempleo masivo, la miseria y la violencia, sin perder nuestra ética del compromiso en el alivio del sufrimiento humano y nuestra confianza en la simbolización como capacidad humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario