viernes, 12 de octubre de 2012

El caso Martín Ríos: ¿esquizofrenia o simulación?

Por Javier Sinay
 
 
“Entiendo que nos encontramos frente a una encrucijada, ya que según lo dispuesto por la Sala III de la Cámara Nacional de Casación Penal, se debe realizar un nuevo debate oral y público para determinar si [Martín] Ríos es inimputable o por el contrario, merecedor de reproche penal. Pero, la incapacidad declarada no habilita que sea sometido nuevamente a juicio”. El texto pertenece a la jueza Patricia Llerena, del Tribunal Oral en lo Criminal número 26 de la Capital Federal, y es el pasaje más significativo del fallo con el que ha quedado suspendido, por ahora, el segundo juicio a Martín Ríos, el tirador de Belgrano. Que Ríos –un joven balbuceante de 27 años, de familia bien, fanático de las armas y receloso de su pistola Bersa Thunder calibre 380- hubiera matado a Alfredo Marcenac en la avenida Cabildo el 6 de julio de 2006 (y herido en esa ocasión a seis personas más), que hubiera atacado a balazos a una pareja en una confitería, que hubiera disparado a mansalva sobre un colectivo de la línea 67 y gatillado también contra un tren de la línea Mitre, nunca estuvo en discusión. Lo que sí se viene discutiendo desde aquellos fríos días de 2006 (el tirador fue capturado a poco de haber matado a Marcenac) es su estado mental. Con la suspensión de este nuevo juicio, el debate por la simulación está a la orden del día. Porque la posibilidad de que todo sea un engaño parece estar lejos del olvido.

El reciente fallo del Tribunal número 26, con fecha de 17 de febrero, viene a confirmar la chance de que Martín Ríos no es un simulador, sino que está, efectiva y llanamente, loco. Los jueces entienden que el joven, que ahora tiene 31 años y permanece detenido en la Unidad 20 del Servicio Penitenciario Federal (ubicada dentro del perímetro del Hospital Borda), padece un cuadro de esquizofrenia crónica y que no puede afrontar un juicio. A una consideración similar había llegado el Tribunal número 12, cuando lo absolvió en julio de 2009. En aquel juicio declararon dieciséis peritos psiquiatras, que expusieron opiniones encontradas mientras el fiscal acusaba a Ríos de haber cometido el crimen por placer (en una figura muy poco usual que le cupo, por ejemplo, al Petiso Orejudo) y el propio imputado permanecía durante largos momentos balanceándose hacia adelante y atrás -en el movimiento típico de “rocking”-, con las manos entrecruzadas y la mirada perdida. Luego de la absolución del Tribunal número 12, la Cámara de Casación Penal ordenó otro juicio, anulando con términos duros el primero y basándose en las pericias psiquiátricas iniciales, practicadas a Ríos en el Borda, en agosto de 2006. Aquellas concluían que el asesino no debía estar ahí, sino en una cárcel común. Pero este nuevo juicio, ordenado por Casación y a cargo del Tribunal número 26, es el que ahora se suspende. Los jueces tomaron la última pericia, de octubre de 2010, que ubica a Ríos en condiciones de estar en juicio, pero también una resolución dictada por el Juzgado Civil número 26 que lo declara incapaz y el diagnóstico psiquiátrico del tirador (al que los médicos tratan con altas dosis diarias de dos antipsicóticos –olanzapina y levomepromazina- y un ansiolítico –clonazepam-, aparte de las sesiones clínicas).

Para el joven Ríos, el debut había sido el sueño confuso de un director de cine de acción, que él mismo hizo realidad en junio de 2005, cuando simplemente condujo su bicicleta hacia un colectivo de la línea 67 y le disparó cuando lo tuvo cerca con una pistola semiautomática pequeña, pero potente. Como en el bowling, el bus se volvió loco y chocó contra unos autos estacionados. El chofer y un pasajero, que recibieron los balazos, nunca pudieron explicar qué pasó. La prudencia contuvo el hambre del tirador y ya había pasado casi un año cuando volvió a salir con la bicicleta y la pistola. Pedaleó sin alejarse demasiado del semipiso de Belgrano en el que vivía y se detuvo ante la vidriera del bar Balcarce, donde escupió las balas. En medio del bang-bang vio a la parejita de novios adolescentes, alucinados por el terror de sus quince balazos. No era suficiente: después fijó su objetivo en un tren que cruzaba el puente de Elcano. Gatilló y se perdió en la noche.

Martín Ríos le dedicaba todo su tiempo a los hobbies. Primero fueron las estampillas, luego los reptiles y al final los peces. Pero nada de eso se parecía a las armas -la detonación, el viaje fugaz del percutor, los proyectiles, los agujeros-: los gatillos eran un deseo impetuoso que tomaba por asalto su mente afiebrada, corroída en el pasado por las drogas.

¿Planeó su próximo ataque? ¿Sabía que sería el mayor y el último? ¿Era conciente de lo que hacía? Los testigos dicen que estaba en la esquina de José Hernández y Cabildo cuando poco antes de las cinco de la tarde de aquel 6 de julio de 2006 apoyó el brazo derecho sobre el izquierdo y se dejó llevar por los truenos de sus disparos. La calle estaba concurrida y el tirador acertó en siete personas. ¿Las eligió? “Para mí le apuntaba a Marcenac: le tiraba a matar”, contó después su amigo Pablo Jagoe, que resultó herido.

Ríos huyó en medio del pánico y se mantuvo en el anonimato durante una semana, pero el crimen tuvo su epílogo cuando el tirador acompañó a su madre a Munro. Ella le pidió que se quedara cuidando el auto mientras compraba ropa deportiva. Él se bajó del coche y se distrajo, y entonces la puerta se cerró de golpe y se trabó: fue un error tonto que pagaría caro. Su madre se enfureció y decidió volver a casa a buscar la llave de repuesto. Al rato un vecino lo vio merodeando el auto y le avisó a un guardia privado, un ex policía con abstinencia que lo sorprendió cuando le preguntó qué estaba haciendo ahí. El tirador se asustó y salió corriendo. Pero el ex policía lo alcanzó y llamó a sus amigos vigilantes, que descubrieron algo inesperado en el slip de su presa: la pistola Bersa, cargada y aceitada.

Para Adrián Marcenac, padre de Alfredo, el caso demuestra la ineficiencia de la Justicia argentina. “Siempre nos sorprendemos con las actitudes del sistema judicial, a lo largo de cinco años hemos recibido muchos golpes indignantes y dolorosos”, dijo. “Los forenses y los jueces ‘compraron’ la versión inadmisible de la esquizofrenia, pero lo cierto es que este asesino, al que el Juzgado Civil 26 consideró ‘incapaz’, evidentemente fue capaz de hacer los trámites ante el ReNAR, de comprar dos armas de fuego, de adquirir las municiones, de limar la punta de las balas y de cometer cuatro atentados en la vía pública escabulléndose sin ser detenido”.

Ya en el año 2006, el perito de parte de la familia Marcenac, Luis Kvitko, decía que Ríos era un simulador. “Su modo de comportarse es contradictorio: sus entrevistas con la junta médica y su comportamiento han sido discordantes con la prueba de la causa”, afirmaba el perito. Y denunciaba que durante las pericias prevalecía un “mutismo selectivo”.

Sin embargo, a la hora de hablar de simulación es importante diferenciar los distintos tipos de simulación: la disimulación, en la que el enfermo oculta la patología; la parasimulación, en la que el individuo representa un evento mórbido distinto al que padece; la sobresimulación, en la que se exagera un estado mental que ya se padece; la metasimulación, en la que se sostiene voluntariamente la sintomatología de un cuadro psiquiátrico ya desaparecido; y la presimulación, en la que se simula un cuadro mental antes de realizar un hecho criminal para liberarse de la responsabilidad legal.

Los reos que, como Martín Ríos, pasan sus días en la Unidad 20, están sometidos a un régimen disciplinario no muy diferente al de cualquier establecimiento penitenciario. Los especialistas afirman que existe un mito respecto a los beneficios de la hospitalización contra los del alojamiento común y que, en rigor, hoy los médicos asistenciales y los peritos forenses tienen un elevado entrenamiento para detectar simuladores, por lo que es poco probable en la actualidad la existencia de supuestos enfermos que en rigor están sanos, dada la frecuencia e intensidad de las observaciones que se realizan. Y además, el supuesto beneficio de un tratamiento psiquiátrico en lugar de la pena correspondiente muchas veces ha sido peor: la internación en régimen penitenciario para enfermos mentales dura más que la pena que se le aplicaría presuntamente. Y aunque no hay estándares para definir simulación, sí hay técnicas valiosas y específicas, como el test MMPI, que tiene cerca de quinientas preguntas. Martín Ríos, que espera todavía por el destino de su proceso, lo sabe bien.

 
Fuente: Forense Latina – Revista Forense online

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