lunes, 15 de octubre de 2012

Hacia una radiografía mundial de la "sensación" de violencia

1. Sobre crímenes y portadas
Cuando el jueves 30 de septiembre de 2010, leí la portada de Clarín, temblé asustado. El gran titular decía: “Secuestran y asesinan a un chico de 16 años”.
Pasé entonces a La Nación, y también en la portada, una columna doble que arrancaba desde arriba decía: “Conmoción: secuestran y matan a un adolescente”.
Al día siguiente, ambos matutinos volvieron a mencionar el caso en sus tapas. El adolescente en cuestión era un chico de clase media típica, hijo de un ingeniero agrónomo de Maschwitz. Su asesinato no tenía connotaciones políticas especiales, como pudiera tenerlas el del vástago de un político, o el del heredero de una gran fortuna. Para la familia, que merece las más sentidas condolencias, fue el fin del mundo. Pero ¿se justificaba que en los principales matutinos argentinos fuera la noticia más destacada del día?
Primero sentí: “¡A dónde hemos llegado! ¡Qué desquicio el de los gobiernos K!” Seguramente fue lo que sintieron lectores típicos de la clase media argentina.
Pero después me detuve a pensar. Aún antes de consultar estadísticas, sospeché que, lamentablemente, asesinatos de ese tipo ocurren casi todos los días en casi todas partes. Sabía por experiencia que una noticia de ese tenor sería apenas una gacetilla de la sección policial en The New York Times, El País, Le Figaro o el Times de Londres. En muchas partes sería, simplemente, una estadística.
Y entonces me dije, con satisfacción, “¡Caramba! ¡Debemos ser uno de los países más pacíficos del mundo! ¡Evidentemente, si el asesinato de un adolescente cualquiera ocupa este espacio en los diarios más importantes de nuestro país, debe ser porque aquí este tipo de cosa no pasa casi nunca! ¡Qué lástima que doña Rosa y don Fulgencio no sean suficientemente mundanos como para comprender el verdadero significado de esta noticia!”.
Consulté con una amiga colombiana que me dijo que, en su país, ese tipo de tratamiento mediático de la violencia está prohibido por la ley. Los asesinatos no aparecen en los diarios; mucho menos en primera plana. Esto disparó en mi mente otra línea de reflexión, acerca del notable nivel de libertad de prensa vigente entre nosotros.
 
2. ¿Y por el mundo cómo andamos?
Fue recién entonces que comencé a preguntarme si acaso no estaríamos frente a una colosal manipulación de la infausta noticia, realizada para sembrar una sensación de inseguridad que indispusiera a la gente frente al gobierno, culpable de los males que nos aquejan. Apesadumbrado, pensé que seguramente no somos un país tan pacífico como para justificar tanta alharaca frente al asesinato de un adolescente de clase media típica. No somos Islandia, donde ese homicidio realmente merecería estar en la tapa de los diarios. Pero —pensé— ¡aparece en la tapa precisamente para manipular a un conjunto de ciudadanos, que desde su ingenuidad parroquial interpretan la noticia como si fuéramos el peor país del mundo!
Allí fue cuando noté que no era la primera vez que un evento de estas características llegaba a las tapas de los principales diarios del país. Es más, comencé a recordar una serie de casos similares que también habían logrado captar la atención de los medios argentinos, y así, el de la población en general.
Todos ellos compartían ciertos rasgos: crímenes aparentemente sin motivos, contra personas de clase media, de barrios para nada humildes, generalmente profesionales o de familia profesional, sin importar edad ni sexo.
De cualquier forma, el mero hecho de haber sido capaz de recordar o enumerar estos ejemplos me dio la pauta de que no era tanta la cantidad de crímenes cometidos, ya que en esta situación los diarios no analizarían los casos particulares, sino que pasarían a registrar cifras o datos cuantitativos, que en este tipo de notas eran prácticamente inexistentes.
Asimismo, razoné que la cobertura de la noticia no se debía a la gravedad de la misma ni a su impacto sobre la sociedad, sino a la intención de los medios de instalarla en la agenda pública, aunque fuera por unos pocos días. Una vez logrado el efecto de sembrar el miedo en la población, el caso sería dejado de lado hasta el surgimiento de otro evento similar, siempre que las noticias de las secciones de Política y Economía fueran difíciles de usar para cundir los mismos aviesos propósitos.
Llegado a este punto y ya bastante confundido, decidí investigar, para saber exactamente en qué lugar nos encontramos en materia de violencia homicida.
Bastó con mirar algunas cifras de las Naciones Unidas para comprender que la cantinela politizada que escuchamos permanentemente en los medios acerca del pavoroso estado de inseguridad de nuestras calles se da de bruces con todos los datos serios que hay sobre la materia. Los argentinos no estamos entre los más violentos del mundo. Pero militamos sin duda entre los más autodestructivos, porque al distorsionar nuestra realidad viciosamente, nos infligimos graves daños a nosotros mismos, en aras de cálculos políticos espurios.
Tomemos por caso los estudios de la prestigiosa ONG mexicana Seguridad, Justicia y Paz, también conocida como “Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal”. Según sus hallazgos, la localidad más violenta del mundo en 2010, en términos de asesinatos, fue Ciudad Juárez, con 229 homicidios culposos por cada 100.000 habitantes, y la capital nacional más violenta fue Caracas, con 119. Ésta ocupa el cuarto lugar entre las ciudades con más asesinatos del orbe. Entre Ciudad Juárez y Caracas se encuentran Kandahar, en Paquistán, y San Pedro Sula, en Honduras, que ocupan respectivamente los lugares segundo y tercero.
Según un informe de 2011 de la ONG International Crisis Group, más de diez personas son asesinadas diariamente en las calles de la capital de Venezuela, un país en el que se asesina una persona cada media hora. Pero a pesar de estas impactantes estadísticas, es México quien se lleva las palmas, ya que de las diez ciudades más violentas del mundo, cuatro son de ese país. En Ciudad Juárez, la policía aclaró menos del 4% de los asesinatos perpetrados en 2010.
El trabajo de Seguridad, Justicia y Paz, titulado “Estudio comparativo de la incidencia de homicidio doloso en ciudades y jurisdicciones sub-nacionales de los países del mundo (2010)”, que fue publicado a principios de 2011, incluyó todas las ciudades con más de 300.000 habitantes. Si consideramos las veinte más violentas, siete de ellas son mexicanas, cuatro colombianas, dos venezolanas y dos hondureñas. Entre las colombianas están Medellín y Cali, que ocupan, respectivamente, los lugares 10 y 12 en el mundo. Por su parte, Brasil, El Salvador y Guatemala tienen una ciudad cada uno entre estas selectas primeras veinte. Por desgracia, dieciocho de las veinte localidades más afectadas por este tipo de violencia son centroamericanas o caribeñas, es decir, parte de nuestra región.
Si pasamos a la lista un poco menos exclusiva de las primeras cincuenta ciudades más violentas del mundo, encontramos cinco ciudades estadounidenses: Nueva Orleans (que ocupa el lugar 22), St. Louis (31), Baltimore (37), Detroit (39) y Oakland (49). También se incluyen siete ciudades brasileñas en este grupo de élite: Vitoria (15), Recife (25), Salvador (29), Curitiba (32), Rio de Janeiro (44), Brasilia (45) y Porto Alegre (48).
En esta selecta lista de los top 50 revistan además trece ciudades mexicanas, seis colombianas, cinco centroamericanas (incluyendo cuatro capitales), cinco sudafricanas, cuatro venezolanas y dos iraquíes. San Juan de Puerto Rico (26), mezcla de Caribe y yanquilandia, es también parte de esta sangrienta estadística.
Pero curiosamente, tal no es el caso de la comunista La Habana, que por algún designio paradójico de la historia alberga una decencia argentina.
En realidad, el hecho de que el corte de este listado se realice, por definición, en la ciudad número 50 (que es Bagdad), beneficia la manchada imagen norteamericana, porque inmediatamente después se sitúan Cleveland, Washington y Kansas City. Y adyacentes a esos niveles militan también la capital colombiana de Bogotá y la gran urbe brasileña de Sao Paulo.
¿Imaginan ustedes, a estas alturas, cuántas de las ciudades de nuestra insegura Argentina militan en esta lista inicua? La respuesta en contundente: ninguna. Y si en vez de estudiar la lista de las 50 ciudades más propensas al asesinato, tomamos los 50 distritos sub-nacionales, es decir, provincias y capitales federales, tampoco encontramos alguna de nuestras jurisdicciones.
Pero nuestro país sí figura en el primer puesto de uno de estos listados, por suerte para los argentinos que nos gusta liderar encuestas! Se trata de las estadísticas que revelan la “sensación de inseguridad” en América Latina. Un informe realizado en 2008 por LAPOP (Latin American Public Opinion Project), anuncia que encabezamos el listado sobre la cantidad de personas que señalan sentirse “inseguras”, con un 27,47% de los encuestados. Chile y Uruguay vienen detrás nuestro, con un 22,23% y 22,04% respectivamente. Sin embargo, tal como muestra un informe preparado por FLACSO Chile y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), estos tres países son a su vez los que presentan las menores tasas de homicidios en el mismo año. Esto nos demuestra nuevamente el rol que cumplen los medios de comunicación a la hora de fomentar el pánico en nuestra sociedad. Tenemos miedo de salir a la calle aunque vivamos en una de las ciudades más seguras de todo el continente1.
Si para ubicar a nuestro Buenos Aires querido, tomamos la incidencia del homicidio culposo en las ciudades más pobladas de cada uno de los Estados miembros de las Naciones Unidas, verificamos que la porteña tasa de homicidios cada 100.000 es de 3,83, poco más de la mitad de la civilizada tasa neoyorquina de “tolerancia cero”, que alcanza los 7,3 homicidios. Nuestra ciudad se encuentra pegada a la mucho más pequeña Mónaco, sin duda más fácil de gobernar.
Estas estadísticas en materia de seguridad interior, son acompañadas, en nuestro país, por una política exterior y de seguridad basada en sólidos principios.
Tenemos una inusual confianza en nuestros vecinos, lo que constituye un experimento pacifista que resulta audaz, ya que no respeta los principios del equilibrio de poder que postula la teoría realista en las Relaciones Internacionales.
 
3. La seguridad ciudadana como medio efectivo del ejercicio de los derechos humanos.
Por lo menos desde la Ilustración, el intento por justificar la constitución de la sociedad y el Estado, a los efectos de explicar el hecho universal de su conformación y la inevitabilidad de su existencia, ha sido un eje central del pensamiento político occidental. Por cierto, desde Hobbes en adelante, filósofos políticos como Locke, Rousseau, Mill, Montesquieu y Spinoza, como también Marx y Engels, entre muchos otros, han generado sistemas de pensamiento ideológico que, al intentar explicar por qué y para qué existe el Estado, orientan el accionar político de los hombres y mujeres. Estos sistemas se han cristalizado en diversos regímenes políticos del presente y del pasado.
Las frecuentes visiones ontológicas centradas en una falaz imagen antropomorfa de la sociedad y el Estado, suelen desembocar en una idea autoritaria de la seguridad, como si ésta fuera un fin en sí mismo que está más allá de los derechos e intereses de los ciudadanos que componen el Estado. En contraste, el ideario auténticamente democrático, hoy en día centrado en la vigencia efectiva de los derechos humanos, aspira a construir un ordenamiento legítimo sin violencia, como un medio para posibilitar la vigencia y ejercicio de dichos derechos, haciendo de la persona un agente social que construye su subjetividad en un marco de creciente autonomía. Es así como la seguridad recobra sentido, en pos de la realización colectiva de la persona y su desarrollo integral.
A su vez, un realismo periférico bien entendido nos permite proyectar la relación sociedad civil / política exterior, orientándola hacia una vigencia plena de dichos derechos, y por ende hacia una visión centrada en la seguridad ciudadana, como medio específico para la realización personal en estos marcos2.
Un país seguro no es un país con un determinado orden, sino uno en el que las personas se  realizan en forma colectiva y autónoma. La seguridad pública requiere de un gobierno “civil” de los aparatos policiales, y de una planificación estratégica adecuada. Se requiere una estadística policial seria y bien construida, que supere la “criminología mediática” que se ha generalizado desde los medios masivos de comunicación, que genera una creciente e injustificada “sensación de inseguridad”. Por otra parte, la cooperación regional debe ser la base del combate efectivo de la criminalidad compleja, lo que exige un delicado trabajo de inteligencia criminal. Posiblemente, los que nos dedicamos a la investigación tendríamos que hacer nuestro humilde aporte, ya que nuestra reflexión puede ser de utilidad para los gobiernos y es nuestra obligación como ciudadanos pensar en mejorar las condiciones de vida de nuestros conciudadanos.
 
4. Un país seguro en un mundo complejo e incierto.
La Argentina cultiva una política exterior conformada por algunos pilares básicos, como el desarme unilateral y la no proliferación nuclear. En este contexto, nuestro país intenta fortalecer su alianza estratégica con los países de América latina, institucionalizada principalmente a través de bloques subregionales como UNASUR. Además, tiene un fuerte compromiso con las políticas de seguridad internacional del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
En cuanto al desarme unilateral, como se demostró en Escudé 2011, nuestro país tiene suficiente confianza en sus vecinos como para mantenerse desarmado, a pesar de que ellos continúan adquiriendo armamentos. Cumpliendo con el imperativo moral de incrementar los recursos destinados a políticas sociales, hemos rediseñado nuestra seguridad militar, anclándola en dicha confianza.
Por otra parte, las relaciones con Brasil en materia de no proliferación nuclear son un sostén fundamental de nuestra política de seguridad. Aunque hasta 1979, año de la firma del Tratado de Corpus-Itaipú, hubo competencia entre los dos países en el ámbito del desarrollo atómico, hoy la cooperación con nuestros hermanos brasileños es un ejemplo de amistad a nivel mundial.
El único fenómeno actual que puede constituirse en una amenaza real para nuestro país consiste en lo que se conoce como “nuevas amenazas”: por ejemplo, el narcotráfico y el lavado de dinero. Estas amenazas son claramente diferentes de los delitos comunes, pero de todos modos deben ser combatidas por las Fuerzas Policiales y de Seguridad, ya que la legislación argentina ubica estos problemas dentro del ámbito de la seguridad pública, excluyendo a las Fuerzas Armadas de la cuestión.
Nuestro país combate estos flagelos basándose simplemente en la cooperación efectiva con nuestros vecinos, y en la firme convicción en nuestros principios. No quiere ni debe seguir los lineamientos que los Estados Unidos intentan imponer, dado que esta superpotencia ya le ha mostrado al mundo su verdadera cara. Las contradicciones que imperan en su política, interna y externa, están ostentosamente visibles a partir de su legalización de la tortura offshore en la base de Guantánamo (usurpada a la hermana República de Cuba), y de su complicidad con el imperialismo petrolero franco-británico en la desgraciada Libia.
Así las cosas, nuestra región debe fortalecerse como una zona de paz única en el mundo (Escudé 2011). En nuestro caso particular, podemos sentirnos orgullosos de los índices de seguridad que supimos conseguir. Cierto es que estamos lejos de la tasa de homicidios intencionales 0 de Liechtenstein, la ciudad capital más subdesarrollada del mundo en materia de violencia homicida, pero no nos podemos quejar: en materia asesina, no somos un país avanzado.
 
 
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Notas:
1. En los Anexos a este trabajo se podrán apreciar un conjunto de datos “duros” aclaratorios de la hipótesis que estamos sosteniendo.
2. Para ver la evolución y adaptación del realismo periférico, ver Escudé, 1992, 1995, 2001, 2007 y 2011.

Por, Carlos Escudé, Investigador Principal del CONICET. Director de Centro de Estudios Internacionales y de Educación para la Globalización (CEIEG) de la Universidad del CEMA, y del Centro de Estudios de Religión, Estado y Sociedad (CERES) del Seminario Rabínico Latinoamericano ‘Marshall T. Meyer’.

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