viernes, 26 de octubre de 2012

La palabra de los muertos.

Eugenio Raúl Zaffaroni
 
 
El sugerente título de la obra no se trata de la incursión del reconocido jurista y criminólogo en la literatura, a pesar también del prólogo de Juan Gelman. En este libro de gran tamaño se anudan una serie de escritos a modo de “conferencias” que van expresando en un tono ameno, claro y a veces hasta irónico, el labrado y enciclopédico conocimiento que nos demuestra Zaffaroni sobre el pensamiento occidental. Decimos grande también en el mismo tono porque la caída sobre nuestras cabeza podría generar un eco más emanado de su título; pero además es un gran libro ya que setecientas cuarenta páginas no tienen como principal función ni adquirir ese conocimiento erudito, ni generar esa combinación entre admiración y envidia a su autor. La palabra de los muertos nos propone escuchar las voces de aquellos que durante los últimos siglos, una vez constituido claramente el Estado-nación como eje rector de la actividad política, han desaparecido no por causa de “muerte natural” o en situaciones de guerra, sino eliminados principalmente por ese propio Estado que se expresa como su legítimo defensor. De ahí la necesidad e construir una criminología diferente, que pueda reflexionar sobre la propia acción punitiva del Estado sin caer en reduccionismos mecanicistas, hasta podríamos decir con una sabia humildad intelectual. Es así como llegamos a una concepción que el autor llama cautelar.

Con un efecto narrativo poco común Zaffaroni nos invita a transitar por una serie de pequeños capítulos en los cuales desarrolla básicamente el legado occidental en materia de criminología, aunque excede ampliamente a los autores “clásicos” del campo para transitar por los aportes de la filosofía, la ciencia política, la sociología, la psicología y la antropología que se articulan con las diferentes concepciones sobre el delito, sus modalidades y sus causas. Son veinticinco capítulos que nos refrescan sobre el derrotero occidental en competencia con otras voces, las de la nueva criminología mediática y la palabra de los propios muertos. Este diálogo de sordos, a veces a gritos es el eje argumentativo del autor para causar en nosotros un conjunto de reflexiones que rompan nuestro “sentido común”.

El camino propuesto se encuentra “situado”, como bien señala Zaffaroni: “Hace mucho que venimos insistiendo en la necesidad de teorizar la criminología desde un margen que, obviamente, en nuestro caso es el de América Latina. Hemos llegado a la conclusión de que esa criminología, orientada a preservar la vida humana, debe ser principalmente preventiva de masacres. Hablaremos largamente sobre la necesidad de contener al poder punitivo para lograr ese  objetivo. La cautela en su ejercicio es la única solución cercana y, por ello, sin prejuicio del ilustre antecedente que referiremos y de donde tomamos el nombre, hablaremos de una criminología cautelar” (pag.2). Nuestro criminólogo no elude la tradición, la hace suya de manera directa, hasta “bruta” para que nos demos cuenta de las implicancias del discurso, de los muertos silenciados, de los estigmas intelectualmente construidos por el mundo académico. En cada expresión, en cada hiato del pensamiento, los mismos ecos, millones de muertos por causas diferentes; vidas acortadas en la cual el protector resultó victimario o ausente.

La visión de Zaffaroni es “periférica” en el sentido de que no niega su lugar de partida al iniciar un viaje intelectual por el “centro”. Nunca deja de reflexionar sobre sus orígenes y de encuadrar las diferentes perspectivas en clave del propio “silencio teórico” que ha comprado en forma acrítica bibliotecas enteras. La propia colección de libros del autor es famosa en el medio intelectual argentino; posiblemente por eso tantas paredes repletas de libros son el testimonio de ese viaje pero también de la vuelta a los orígenes. Como bien nos expresa, “la criminología central es provinciana” ya que es periférica en sus propias pretensiones hegemónicas, como bien nos señala: “Dicho claramente: la cuestión criminal en los países de jardines ordenados y geométricos se ocupa del control social punitivo en conflictos propios de esos países. Pero esos países pueden tener los jardines ordenados porque hay otros muchos donde fueron arrasados y que, por ende, padecen una conflictualidad que les es propia, pues en esos jardines conviven plantas originarios y malezas, aunque a veces también hay flores exóticas cuya belleza envidian los jardines geómetras. Los jardines ordenados y los arrasados no son independientes sino interdependientes. No conviene olvidarlo” (pag. 3). Esto es lo que hace Zaffaroni reflexionar sobre ambas orillas sin perder el origen; transitar por los laberintos del pensamiento científico sin dejar de oir otras voces, las propias pero también las más recientes provenientes de la “caja boba” que genera una nueva realidad que en forma globalizada nos conecta en un mismo momento desdibujando geografías. La actual criminología “mediática” ni siquiera se expresa en contenidos coherentes y bien escritos sino que se reproduce en  escenas obscenas y degradantes. Trastoca la palabra de los muertos y les hace decir un discurso que no es propio, nos engaña en tono de película de terror pero seductora. Si bien siempre ha existido alguna forma de “criminología mediática” ajustada algunas veces al discurso académico imperante, actualmente asistimos a una forma de entronización, ya que la tecnología permite una reproducción gigantesca enmarcada en una especie de neopunitivismo principalmente norteamericano producto de la crisis del propio Estado benefactor y corolario criminológico del neoconservadurismo. Como bien señala el autor: “La criminología mediática crea la realidad de un mundo de personas decentes frente a una masa de criminales identificada a través de estereotipos, que configuran un ellos separado del resto de la sociedad, por ser un conjunto de diferentes y malos. Los ellos de la criminología mediática molestan, impiden dormir con puertas y ventanas abiertas, perturban las vacaciones, amenazan a los niños, ensucian en todos lados y por eso deben ser separados de la sociedad, para dejarnos vivir tranquilos, sin miedos, para resolver todos los problemas. Para eso es necesario que la policía nos proteja de sus acechanzas perversas sin ningún obstáculo ni límite, porque nosotros somos limpios, puros,  inmaculados”. (pag. 369). Zaffaroni es enormemente crítico del rol de la televisión con una claridad y fundamento empírico de fácil experimentación.

Basta que encendamos un noticiero informativo de un “canal serio y respetable” y con un cronómetro en la mano podamos marcar la cantidad de minutos dedicados a crímenes comunes, totalmente esperables en ciudades densamente pobladas. Pero a pesar de ellos son mostrados como hechos inéditos, antes inexistentes que a pesar de ser pocos, se multiplican en cada persona como una posible víctima. No se comentan ni se comparan estadísticas, solo se expresa y se genera miedo y más miedo, son ellos, generalmente provenientes de los sectores más desposeídos y marginados o nosotros siempre de una pretendida clase media trabajadora y presuntamente instruida. La criminología cautelar propuesta por Zaffaroni, no sólo es producto de una profunda reflexión crítica sobre la violencia y la propia tradición criminológica sino que surge de la necesidad de orientar tanto la política pública en materia de seguridad ciudadana como el propio accionar del Poder Judicial. Dos ejes principales se articulan en esta concepción, por un lado la necesidad de prevenir masacres, en casos extremos genocidios y, la segunda actuar de manera efectiva y sin discriminaciones en materia de violencia criminal.

Ineludiblemente no se puede adoptar este enfoque sin el conocimiento de lo particular, de lo histórico que generalmente actúa como nexo causal en ambos casos. El Estado-nación proyectó su poder punitivo siempre orientado por determinadas pautas culturales que justificaron su violencia represiva, el genocidio ha sido su expresión más contundente; del que sin embargo ha callado gran parte de la criminología académica.

Nuestra cotidianeidad se encuentra cruzada por los trazos de un Estadogendarme que justifica la exclusión social posterior a la crisis de los modelos del bienestar, la criminología mediática es uno de sus brazos culturales y las nuevas formas de masacres se disfrazan tratando de engañarnos, como nos dice Zaffaroni: “Nos manejamos todos los días con semillas de masacres lanzadas por todos los que alimentan prejuicios discriminadores. Crecen masacres larvadas en cada construcción de realidad paranoide de la criminología mediática y su causalidad mágica y se alimentan enfermando víctimas de toda crueldad. Nos hemos acostumbrado a las masacres por goteo, que son las ejecuciones sin proceso, las torturas, los muertos en las cárceles, los policías muertos en asaltos, los penitenciarios muertos por motines, los terceros caídos en balaceras absurdas, las víctimas de empleo irresponsable de armas de fuego, los testigos y jueces ejecutados por la criminalidad de mercado, los muertos en secuestros bobos y en delitos violentos en zonas liberadas, las víctimas de la ineficacia preventiva y el servicio de seguridad selectivo, es decir, conforme al título de una investigación que hace años nos sugiera Nilo Batista remedando a García Márquez, son las muertes anunciadas del sistema penal” (pag. 631). A esto se le suman nuevos cambios en la economía mundial con sus correlatos en la distribución del ingreso y la transformación del crimen organizado, a veces acción solapada de los propios estados, los periféricos y también los centrales, como el narcotráfico y el lavado de dinero.

El mundo se ha vuelto extremadamente complejo, aunque siempre lo ha sido a pesar de nuestros constantes intentos de simplificarlo. En uno de esos actos reductores nos hemos olvidado de escuchar a los muertos, única evidencia real para cualquier construcción criminológica. Zaffaroni simplemente nos invita a escucharlos.
 
 

Fuente: EDIAR, Buenos Aires, 2011, 640 páginas.
por Pablo Bulcourf

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