por, Gavagnin, Andrea Virginia
I. INTRODUCCION
Los derechos y los valores inherentes a la persona humana ocupan un puesto importante en la problemática contemporánea. A este respecto, tanto las declaraciones y tratados de Derechos Humanos como el Concilio Ecuménico Vaticano II, en cuanto expresión de la conciencia ética de la humanidad, han reafirmado la dignidad excelente de la persona humana y de modo particular su derecho a la vida. Por ello, han denunciado los crímenes contra la vida, como "homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado".
En la sociedad actual, la modificación de la cultura influye en el modo de considerar el sufrimiento y la muerte; la medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en determinadas condiciones que a veces ponen problemas de. carácter moral. Por ello, los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte, preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí mismos o a sus semejantes la "muerte dulce", que serviría para abreviar el dolor y sería, según ellos, más conforme con la dignidad humana.
II. EL VALOR DE LA VIDA HUMANA
La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. La mayor parte de los hombres cree que nadie puede disponer de la vida por capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del amor de Dios que son llamados a conservar y hacer fructificar .De ahí que nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin violar un derecho fundamental irrenunciable e inalienable, sin cometer por ello, un crimen de extrema gravedad.
Por ende, somos administradores y no dueños de nuestra vida. Esta nos ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna.
III.EUTANASIA: ETIOLOGIA Y CONCEPTO. DIFERENCIAS CON LA DISTANASIA Y LA ORTOTANASIA. ENCARNIZAMIENTO TERAPEUTICO
Etimológicamente, eutanasia (del griego "eu", bien, y "thánatos", muerte) significaba en la antigüedad una muerte dulce sin sufrimientos atroces. Hoy no nos referimos tanto al significado original del término, cuanto más a la intervención de la medicina encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad y de la agonía, a veces incluso con el riesgo de suprimir prematuramente la vida. Además, el término es usado, en sentido estricto, con el significado de "causar la muerte por piedad", con el fin de eliminar radicalmente los últimos sufrimientos o de evitar a los niños subnormales, a los enfermos mentales o a los incurables la prolongación de una vida desdichada, quizás por muchos años, que podría imponer cargas demasiado pesadas a las familias o a la sociedad. Así pues, las costumbres de nuestra sociedad han cambiado eufemísticamente su concepto; entendiéndose por eutanasia el ponerle fin dulcemente a la vida propia o ajena como una solución lógica y humana y no la buena muerte y el derecho a morir con serenidad, con dignidad humana y cristiana.
La definición más esclarecedora sobre eutanasia es la propuesta por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe al entenderla como "una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados".
Así considerada, la eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidados debidos.
La Conferencia Episcopal Española señala como elementos esenciales que configuran la eutanasia los siguientes:
- la muerte ha de ser el objetivo buscado, ha de estar en la intención de quien practica la eutanasia: no es eutanasia, por tanto, el aplicar un tratamiento necesario para aliviar el dolor, aunque acorte la expectativa de vida del paciente como efecto secundario no querido;
- puede producirse por acción (administrar sustancias tóxicas mortales) o por omisión (negarle la asistencia médica debida);
- ha de buscarse la muerte de otro, no la propia. No se considera el suicidio como forma peculiar de eutanasia.
- puede producirse por acción (administrar sustancias tóxicas mortales) o por omisión (negarle la asistencia médica debida);
- ha de buscarse la muerte de otro, no la propia. No se considera el suicidio como forma peculiar de eutanasia.
Los motivos:
- puede realizarse porque la pide el que quiere morir. La ayuda o cooperación al suicidio sí es considerada una forma de eutanasia;
- puede realizarse para evitar sufrimientos, que pueden ser presentes o futuros, pero previsibles; o bien porque se considere que la calidad de vida de la víctima no alcanzará o no mantendrá un mínimo aceptable (deficiencias psíquicas o físicas graves, enfermedades degradantes al organismo, ancianidad avanzada, etc.).
- puede realizarse para evitar sufrimientos, que pueden ser presentes o futuros, pero previsibles; o bien porque se considere que la calidad de vida de la víctima no alcanzará o no mantendrá un mínimo aceptable (deficiencias psíquicas o físicas graves, enfermedades degradantes al organismo, ancianidad avanzada, etc.).
En consecuencia, el sentimiento subjetivo de estar eliminando el dolor o las deficiencias ajenas es elemento necesario de la eutanasia.
Cabe aclarar que para el orden natural no se debe hablar de eutanasia pasiva o eutanasia activa como si una y otra fueran cosas diversas. Lo más apropiado entonces es hablar de eutanasia por acción o por omisión, ya que por "su naturaleza y por la intención", ambas procuran la muerte.
A todo lo expuesto es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie, además, puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad, ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley natural, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad.
Asimismo, es importante que tengamos en cuenta que las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos, médicos y enfermos.
Distanasia: La distanasia (del griego "dis", mal, algo mal hecho, y "thánatos", muerte) es etimológicamente lo contrario de la eutanasia, y consiste en retrasar el advenimiento de la muerte todo lo posible, por todos los medios, proporcionados o no, aunque no haya esperanza alguna de curación y aunque eso signifique infligir al moribundo unos sufrimientos añadidos a los que ya padece, y que no lograrán esquivar la muerte inevitable, sino sólo aplazarla unas horas o unos días en unas condiciones lamentables para el enfermo.
La distanasia por su contenido se asocia con el "ensañamiento" o "encarnizamiento terapéutico". Según Hugo Obiglio significa la tendencia en el acto médico a alejar lo más posible la muerte, prolongando la vida de un enfermo en estado terminal desahuciado y sin esperanzas humanas de recuperación.
Ortotanasia: Con esta palabra (del griego "orthos", recto, y "thánatos", muerte), se ha querido designar la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable en fase terminal.
M. Vidal propone el término "ortotanasia" como el que realiza los dos valores que están en juego: el valor de la vida y el de la libertad para determinar los pasos verdaderos y proporcionados para una muerte digna. La eutanasia exagera desproporcionalmente el valor de la vida e impide una muerte digna. La ortotanasia mantiene un equilibrio, muchas veces difícil, entre los dos valores, dándoles su justa apreciación. Es pues, respetar siempre la vida física pero ante la muerte inevitable no seguir pretendiendo que la persona no se muera.
Muerte digna no significa matar ni hacer morir. Muerte digna significa no prolongar una vida por medio de técnicas, medicamentos o aparatología que produzcan encarnizamiento terapéutico; permitir una muerte sin dolor, aislamiento; según parámetros que objetiva e imparcialmente son aceptados en nuestra cultura humana y cristiana.
Encarnizamiento terapéutico: Con esta denominación se quiere designar la actitud del médico que, ante la certeza moral que le dan sus conocimientos de que las curas o los remedios de cualquier naturaleza ya no proporcionan beneficio al enfermo y sólo sirven para prolongar su agonía inútilmente, se obstina en continuar el tratamiento y no deja que la naturaleza siga su curso. En consecuencia, el deseo de los médicos y los profesionales de la salud en general es tratar de evitar la muerte a toda costa, sin renunciar a ningún medio, ordinario o extraordinario, proporcionado o no, aunque eso haga más penosa la situación del moribundo.
En oposición a la obstinación terapéutica y la eutanasia, la medicina paliativa es una forma civilizada de entender y atender a los pacientes terminales.
Esta es una nueva especialidad de la atención médica al enfermo terminal y a su entorno, que contempla el problema de la muerte del hombre desde una perspectiva profundamente humana, reconociendo su dignidad como persona en el marco del grave sufrimiento físico y psíquico que el fin de la existencia humana lleva generalmente consigo.
Las Unidades de Cuidados Paliativos son áreas asistenciales situadas en los hospitales donde se proporciona una atención integral al paciente terminal.
Un equipo de profesionales asiste a estos enfermos en la fase final de su enfermedad, con el único objetivo de mejorar la calidad de su vida en este trance último, atendiendo todas las necesidades físicas, psíquicas, sociales y espirituales del paciente y de su familia.
La medicina paliativa ha dado resultados muy positivos porque a la persona se la prepara para la ortotanasia, es decir, a la recta muerte, una muerte verdaderamente digna. Todos sabemos que parte del proceso de la vida supone el proceso de la muerte. Como todos vamos a morir en algún determinado momento, debemos estar preparados para la muerte que hace a la dignidad humana.
En definitiva, la medicina paliativa es un cambio de mentalidad ante el paciente terminal. Es saber que, cuando ya no se puede curar, aún podemos cuidar; es la conciencia de cuándo se debe iniciar ese cambio: si no puedes curar, alivia; y si no puedes aliviar, por lo menos consuela. En ese viejo aforismo se condensa toda la filosofía de los cuidados paliativos.
IV. EL USO DE LOS ANALGESICOS
Sostiene Sgreccia que ya en las enseñanzas de Pío XII tuvo este problema una solución de tipo ético, lo cual lo confirma en esencia la Declaración de la Sagrada Congregación: es lícito usar analgésicos, aunque esto pueda comportar un riesgo de acortar la vida, si no hay otro medio de aliviar el dolor; es lícito el uso de los analgésicos que privan del uso de la conciencia, con tal que el paciente haya tenido tiempo de cumplir con sus deberes religiosos y morales para consigo mismo, para con su familia y la sociedad; por esto, "no es lícito privar al moribundo de la conciencia de sí sin un motivo grave".
El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe hace una ulterior precisión, al insistir en la necesidad del consentimiento por parte del paciente: éste podría legítimamente rechazar, totalmente o en parte, el empleo de analgésicos para poder dar a su propio dolor el sentido más pleno de "participación en la Pasión de Cristo" y de "unión al sacrificio redentor que El ofreció en obsequio a la Voluntad del Padre".
A esto añade Sgreccia que este problema, relativo a las consecuencias del empleo de analgésicos, es hoy sentido con menor dramatismo, porque, especialmente en relación con los cuidados a los enfermos de cáncer, la ciencia médica ha llevado a cabo grandes progresos y se ofrecen ahora ya terapias antálgicas que limitan y anulan tales consecuencias, en especial la pérdida de la conciencia. Por otro lado, se debe evitar que con dosis masivas de analgésicos (opiáceos) se practique conscientemente, de manera oculta, la eutanasia auténtica.
Actualmente queda anulado el argumento del dolor por la existencia de toda una batería de fármacos que hacen imposible que una persona hoy en día sienta dolor. Esta multiplicidad de fármacos atacan aspectos puntuales, con los cuales sin perder la conciencia la persona no tiene que padecer dolor. A esto se le llama "medicina del dolor o centros de medicina del dolor".
V. METODOS PROPORCIONADOS Y DESPROPORCIONADOS. PROPORCIONALIDAD TERAPEUTICA
Sostiene Sgreccia que la moral no puede ignorar el problema y el compromiso de hacer que la muerte sea digna del hombre y del creyente. El documento de la Sagrada Congregación nos dice que: "es muy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo. De hecho algunos hablan de "derecho a morir", expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho de morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos".
Desde los tiempos de Pío XII se hablaba de medios terapéuticos "ordinarios" y "extraordinarios" y se daba esta directriz: es obligatorio el empleo de medios ordinarios para ayudar al moribundo; pero, si se solicita, se puede renunciar lícitamente, con el consentimiento del paciente, a los medios extraordinarios incluso cuando esta renuncia determine la anticipación de la muerte. El carácter extraordinario era definido con relación al incremento de sufrimiento que podían procurar tales medios, o bien al gasto o incluso a la dificultad de acceder a ellos de todos los que pudieran requerirlos. Pero los logros de la medicina han hecho difícil mantener esta distinción, en cuanto que muchos medios, juzgados antes como extraordinarios se han vuelto ordinarios y, además porque la utilización de los medios de terapia intensiva ha permitido salvar muchas vidas. De aquí la necesidad de encontrar otro criterio de referencia, basado no ya en el "medio terapéutico", sino más bien en el "resultado terapéutico" que de él se espera.
Hasta ahora los moralistas -dice la Declaración- respondían que no se está obligado nunca al uso de los medios extraordinarios. Hoy en cambio, tal respuesta, siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios "proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales.
De esta distinción la Declaración deduce cuatro criterios indicativos de gran utilidad:
a) "a falta de otros remedios, es lícito recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios de que dispone la medicina más avanzada, aunque se encuentren todavía en estadio experimental y no estén exentos de cierto riesgo";
b) "es lícito también interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados frustren las esperanzas puestas en ellos. Pero al tomar una decisión de este género, se deberá tener en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de los médicos verdaderamente competentes";
c) "es lícito siempre contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. Por tanto, no se puede imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cuidados que, aunque ya se estén utilizando, sin embargo no están exentos de peligro o son muy costosos";
d) "en la inminencia de una muerte inevitable a pesar de los medios utilizados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a tratamientos que proporcionarían una prolongación precaria y penosa de la vida, sin interrumpir no obstante los cuidados debidos al enfermo en casos semejantes". Por cuidados normales deben entenderse también la alimentación y la hidratación (artificiales o no ), la aspiración de las secreciones bronquiales y la limpieza de las escaras.
b) "es lícito también interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados frustren las esperanzas puestas en ellos. Pero al tomar una decisión de este género, se deberá tener en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de los médicos verdaderamente competentes";
c) "es lícito siempre contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. Por tanto, no se puede imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cuidados que, aunque ya se estén utilizando, sin embargo no están exentos de peligro o son muy costosos";
d) "en la inminencia de una muerte inevitable a pesar de los medios utilizados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a tratamientos que proporcionarían una prolongación precaria y penosa de la vida, sin interrumpir no obstante los cuidados debidos al enfermo en casos semejantes". Por cuidados normales deben entenderse también la alimentación y la hidratación (artificiales o no ), la aspiración de las secreciones bronquiales y la limpieza de las escaras.
Proporcionalidad terapéutica. En Bioética, es importante definir muy bien el objetivo que perseguimos con una acción médica determinada para tratar a la persona.
Es por ello que en esta dinámica entran tres elementos en juego que interactúan entre sí:
1) el médico o equipo de salud;
2) la terapéutica en sí misma, la metodología, es decir, la acción médica que vamos a utilizar y
3) el paciente.
1) el médico o equipo de salud;
2) la terapéutica en sí misma, la metodología, es decir, la acción médica que vamos a utilizar y
3) el paciente.
Al médico le corresponderá estar actualizado, con lo cual propondrá un tratamiento que sea el más eficaz y el más beneficioso para este paciente en esa circunstancia. La medicina no es matemática, por tanto será el más adecuado a las necesidades del paciente.
Es importante en esto el consentimiento informado del paciente, con lo cual debemos asegurarnos que hubo comprensión por parte de aquél.
El médico le ha propuesto a partir de todo esto una terapia determinada y cuyos gastos sean proporcionados al beneficio. Así pues, el médico selecciona, propone un tratamiento adecuado; el paciente lo acepta o no -realizamos una verificación de la aceptación y de que haya entendido- y recién ahí tenemos la elección del tratamiento.
Esto es importante porque lo que se busca es el respeto de la aceptación del paciente a la propuesta del médico; pues éste no es ni debe ser paternalista, es decir, no debe ordenar ni decidir por su paciente sin antes consultarle.
VI. REFLEXION FINAL
A modo de colofón, es mi deseo que la sociedad en conjunto se comprometa a transmitir a todos los hombres el mensaje del valor de la vida, la cual es un don y una tarea que todos debemos cuidar.
Es por ello que debemos difundir la cultura de la vida por sobre la cultura de la muerte. La muerte no es lo último para el hombre sino que la vida es lo último para él. Por ello, hay un compromiso común y todos somos corresponsables a no dañar la dignidad humana sino a respetarla.
La dignidad de la persona humana es un valor absoluto, y esto supone venerar y amar la vida de todos los hombres; lo cual significa que soy solidario con la vida en general.
En atención a lo dicho, el hombre, que no es dueño de la vida, tampoco lo es de la muerte.
Es necesario pues, educar a nuestra sociedad y a los agentes de la salud sobre los alcances de la eutanasia. La realidad es que, aquellos enfermos que parecen pedir la eutanasia están realmente gritando un mejor cuidado, una solidaridad para con su dolor y sufrimiento. De este modo, todos podemos y debemos coadyuvar con nuestras palabras, nuestros actos y nuestras actitudes a recrear en el entramado de la vida cotidiana una cultura de la vida que haga inadmisible a la eutanasia.
Consecuentemente, todos debemos combatir la tendencia favorable a la eutanasia, producto del proceso de secularización, de la crisis de los valores religiosos en el mundo occidental, y de la absolutización de la libertad de la persona, que llega a afirmar que el paciente terminal tiene el derecho de disponer de su propia vida si así lo desea.
Finalizando, considero que tanto los agentes sanitarios, médicos, enfermeros y enfermeras, capellanes y hermanas religiosas, personal técnico y administrativo, asistentes sociales y voluntarios, deben poner al servicio de los enfermos y de los moribundos toda su competencia, respetando en ellos, por encima de todo y siempre, la dignidad de persona.
Ponencia presentada a las primeras Jornadas de Derecho Privado de la Región Centro realizadas en San Francisco (Córdoba) del 7 al 9 de octubre de 2004. Comisión Nº2: Bioética. Su inserción en el Código Civil. Cuarta conferencia: Límites de la experimentación.
Ponencia elaborada sobre la base de la participación interdisciplinaria de los Licenciados Alberto Bochatey y Margarita Bosch. Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Derecho de Familia, Director Dr. José Atilio Álvarez, Coordinadora Lic. Silvia Ferrari, tema Bioética y Familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario